El chef Daniel Ovadía no es un tipo que se tome a la ligera lo que sirve en sus restaurantes. Nos ha demostrado con Paxia que detrás de cada platillo hay una explicación histórica o temática que valida cada ingrediente en el plato. Con su nueva oferta, Mora Blanca, no es diferente. La cocina francesa clásica que sirve está inspirada en la zona de Polanco donde las familias galas de principios de siglo XX construyeron ostentosas casas estilo europeo como la que envuelve el restaurante.
Como consecuencia, la oferta gastronómica tiene una clara base de Francia con tintes de sabor mexicano y libanés. Además de su investigación bibliográfica, el chef Ovadía viajó a diversas ciudades como París y Burdeos para entender los sabores de la cultura gastronómica francesa y reconocer los detalles que hacían únicos a aquellos establecimientos.
El resultado es una carta de platillos elegantes, casi señoriales, que evocan otras épocas pero que al mismo tiempo son confortables, llenadores y reminiscentes de la comida de la campiña francesa (potajes, embutidos y quesos fuertes). En un momento donde los restaurantes de alta cocina se inclinan por una cocina minimalista y ligera, la carta de este sitio llega como una bocanada de aire fresco gracias a sus preparaciones tradicionales a base de aceite y mantequilla, a la oldschool. Hay platillos muy típicos como la sopa de cebolla (muy recomendable para los días de frío) pero los que hay que resaltar son aquellos que ilustran, según el chef, la etapa del Porfiriato en México.
Para empezar, te recomendamos el embutido de cerdo inmerso en pan brioche artesanal con una reducción de vino tinto que llena las papilas gustativas con toques dulces, ácidos y amargos emparejados con una textura crocante. La pasta con avellanas, hongos morillas y rabo de res es una placentera sorpresa cálida, sedosa, abundante y suntuosa que deja atrás cualquier cuidado por la figura y es por esto que se agradece.
Para el postre, una reinterpretación de la clásica crepe suzzete llega en pequeños rollos ensalzados en mantequilla y licor junto con un helado fresco de mandarina que corta la dulzura con una helada acidez que logra un final elegante y perfectamente bien balanceado.