En México, las torterías son como las michoacanas: están en cada esquina. Sin embargo, pocas llegan a los 70 años, como es el caso de La Texcocana, que comenzó siendo una miscelánea; ahí vendían las tortas.
Si vienes verás su barra angostita, en donde apenas caben cuatro personas. Verás también sus azulejos blancos, limpísimos, y el cristal a través del cual puedes ver los ingredientes de las tortas y su elaboración mientras pagas a la señora de la caja, quien toma la orden al mismo tiempo.
Fue inevitable pedir la torta de bacalao. El aguate se repartía uniformemente, mezclándose con su grasita como crema de maní con lo intenso del pescado áspero, sin espinas y con una moderada dosis de sal, condimentado con jitomate y cebolla finísima, además de un chile chipotle dulzón. Frío sabe delicioso; aquí el pan no se calienta ni se fríe y no hay aderezos. La simplicidad es su principal rasgo.
Y hablando de simplicidad, ahí está la torta de aguacate, que también es deliciosa. Lo cremosito combina excelentemente con el trozo del fresco queso blanco y la maldad del chipotle. Pero ojo, no pidas de aguacate si antes pediste de queso blanco, ya que prácticamente llevan lo mismo. Mejor prueba la de paté, la de carnitas o la de bacalao.
Dicen que lo simple es lo más difícil. La Texcocana no necesita más adornos, sólo sus teleritas y la exactitud de sus ingredientes.