Arquitecto de profesión, Carlos Romero siempre había soñado con tener un restaurante. Después de visitar a su hermano en San Antonio, encontró el concepto que había buscado: un lugar 100% texano. Se empapó de sabores y recolectó, por algunas ciudades del estado, afiches y placas para las paredes. Un pie en Fork Off te transporta allá donde está El Álamo.
Así convirtió un taller mecánico en un local para 300 comensales (go big or go home, right?). Nunca tienes que hacer fila.
Este paraíso carnívoro presume no tener una estrella, todas las opciones del menú se venden por igual. Para sentir lo ahumado –en leña de mezquite–, la carne se sirve sin salsa. En la mesa encuentras tres botes con BBQ hecha en casa: original, una dulce a base de tamarindo y la muy picosa Old West Cayenne.
Por ser el platillo más popular, las costillitas (baby back y St. Louis) son favoritas en un principio, pero basta una probada del subestimado pulled pork, para enamorarte por completo. Sus 12 horas de cocción pasan factura: se deshace en la boca. Cómelo solo o en sándwich (con pan dulcecito de hojaldre).
Entre las nuevas adquisiciones está el hot dog. La salchicha, creación del chef, va con chilli beans, aderezo, tortilla crujiente y pan hecho especialmente para el restaurante. Los sides merecen mención honorífica: frijolitos, ensalada de papa o de col y los extraordinarios mac n’ cheese y cream corn.
Refréscate con la bebida estrella: tecito helado. Para entrarle a lo fuerte, hay vino y uno que otro destilado. También tienen cerveza, comerciales, artesanales y Latina, la primera de agave sin gluten.
Por cierto, en Fork Off no existen los cubiertos. Mete mano con confianza, ensúciate los dedos, que servilletas hay de sobra.