Todo lo que se sirve en el restaurante cabe en un pequeño pizarrón. La mesera llega con una gran sonrisa junto a tu mesa y te explica sobre el agua del día, los sándwiches de temporada y las sopas y ensaladas sin necesidad de carta. Este toque hace mucho más casero el lugar, que de por sí, entre una barra de madera y un estante repleto de plantas y libros ya entrega una atmósfera rústica y acogedora.
Aquí los platillos cambian por temporada por lo que no sería bueno atarse emocionalmente a ninguno, pero la sopa de frijol y chorizo probablemente te obligue a hacerlo de todas formas: llega hirviendo, de un color negro obsidiana y con un sabor especiado proveniente del chorizo. Es reconfortante e ideal para
días de frío y lluvia.
De los sándwiches, el de prosciutto con pimientos, queso de cabra y pesto es otro platillo que merece convertirse en un fijo de la casa. El pan baguette crocante envuelve unos pimientos rojos y amarillos semidulces embadurnados en el suave queso que le da un toque acidito para contrarrestar lo fuerte del jamón. La pequeña porción de puré de papa con parmesano que lo acompaña merece mención aparte por su textura terrosa y gusto suave. Desde el momento que llegues se te antojarán los postres postrados en la barra, y cuando llegue el momento, es recomendable pedir el macarrón de tiramisú y la tartaleta de manzana.
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