Es un bistro chiquito y cálido, escondido en Polanco, en el que experimentarás toda una aventura. Aquí no vienen modelos brasileñas ni gente de la farándula.
El ambiente se presta más para una cocina poco atrevida aunque las apariencias engañan—; la inglesa Charlotte Williamson (chef y dueña, siempre sur place) define a su cocina como mediterránea con un twist que hace toda la diferencia: con sabores más modernos y algunos toques asiáticos y del Medio Oriente.
En platillos como el callo de hachas con aderezo de jengibre, soya y ajonjolí; el pollo relleno de rajas y queso con salsa de chile ancho y molasses de Granada, el bourgignone de venado, el fish& chips o el yorkshire pudding, se nota que el estilo es más una cocina de bistro reloaded.
Aunque cambian el menú semanalmente, pude probar algunos platillos que sirven con frecuencia. Empecé con los callos que estaban sellados a su punto, con el toque agridulce justo del aderezo de jengibre y soya.
Luego comí un rissotto de mariscos con una salsa cremosa de vino blanco y azafrán que se fusionaba bien. Lo que me encanta de este lugar es que todos los ingredientes son frescos y las porciones generosas (no mínimas como en otros restaurantes de nouvelle cuisine).
Lo que uno no debe dejar de probar son los postres que son EXQUISITOS. El ganache de trufa de chocolate con salsa de frambuesa es fabuloso: imagínate comer una trufa enorme de chocolate, semi amarga, con un toque de licor de frambuesa pero en pastel; ¡es para morir!
También recomiendo el banoffee, un pie de cajeta, plátano y chantilly con una masa perfecta de galleta de vanilla crujiente. Con este menú no me sorprende que tengan un cliente tan asiduo que, en los once años del Bistro Charlotte, haya ido a almorzar ¡setecientas veces!