El fin de semana, por ejemplo, podrás disfrutar las distintas ferias de arte que funcionan a lo largo de Obregón. El servicio es tardado, así que es mejor que estés relajado.
Tienes varias opciones de entrada. Puedes pedir camarones al ajillo: son un poco picantes, pero esa salsita de ajo con chile es deliciosa y combina perfectamente los ingredientes con el aceite de olivo. Vienen acompañados de arroz que atenúa el picor. De beber, alguna cerveza o refresco.
Como plato fuerte, la pechuga al pesto gratinado. Se tarda… mucho. Tanto que cuando llega pides que sea el mejor pollo de tu vida, y no lo es. Es delgado (como ciertas pechuguitas de una mala comida corrida) y desabrido, sin sazón, parcialmente descongelado. El pesto está bien porque la albahaca, la nuez y el ajo son frescos y correctamente preparados. Termina siendo este condimento lo que salva al platillo del desastre.
Pides, entonces, un quiche de setas. Se tarda aún más, a pesar de tener toda la apariencia de haber sido descongelado en el microondas, y definitivamente tiene sabor a comida recalentada. Se nota que los ingredientes no son frescos y eso le quita todo el encanto que puede tener un platillo tan simple. Lo comes porque lo esperaste.
No pides postre porque sabes que será eterna la demora. Finalmente te irás convencido de que existe una incompatible relación (incomprensible, más bien) entre lo bello del lugar y su cocina.