Por Mariana Camacho
Llegamos a este restaurante por el placer de comer mucho, con las manos y con la seguridad de terminar felices de que siempre sobra un poquito para la cena (debido al gran tamaño de sus porciones). Pedir la mesa libanesa para compartir es un lugar común, pero es el mejor de todos los lugares.
Primero se te llenan los ojos con los platitos de entremeses para hacer un gran revoltijo: de chanclish (queso con jitomate de un color rosado que despierta curiosidad) con fideos, de jocoque con lentejas y arroz, de bolitas de kepe que puedes desbaratar sobre un pan pita y agregarle un poco de tabule y más jocoque. Jus- to cuando piensas que la lista termina en las hojas de parra y el humus, el mesero llega con un taco árabe (de pollo, de cordero o vegetariano) muy gordo, entonces la historia vuelve a empezar. Para el final, están los postres con masa philo en una charolita y el café turco.