Una postal típica de la Ciudad de México es una bicicleta cargada con una canasta cubierta de plástico azul rodando por las calles. Los tacos de canasta son la comida rodante emblemática de la ciudad, pero hay más cocineros sobre ruedas que forman parte del colorido escenario gastronómico callejero. Pan, fruta, nieve, tacos, unas botanas… En cada esquina de la Ciudad de México siempre encontrarás algo que comer gracias a los vendedores nómadas que pedalean kilómetros y kilómetros, como estos siete rifados. La comida de calle chilanga se transporta.
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Faustino con el pan y los tamales
Aquí es (casi) ley desayunar un pan con cafecito. Faustino, a sus 30 años, lo sabe. Por eso se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, llena su canasta de pan recién horneado y sus termos con 10 litros de agua caliente para el café, atole de galleta y champurrado, y sale en su triciclo a repartir el desayuno calientito en las calles de Tlalpan y Coyoacán. Empieza en Metro Taxqueña, avanza hasta Miguel Ángel de Quevedo y a las seis ya está Avenida Universidad. Para el mediodía ya no hay orejas, moños, conchas de vainilla ni de chocolate. Todo se acaba, sobre todo cuando hace frío. El negocio es familiar, de esos que se heredan a lo largo de generaciones, pero Faustino ya lo hizo crecer. Apenas les entró también a los tamales (verdes, de mole, de rajas y dulces), a las tortas de milanesa, a los cuernitos de jamón y a los chilaquiles verdes (solo los viernes). Su hermana y su mamá cocinan; él sale a pedalear, a vender y a llenarles la panza a lxs chilangxs que madrugan para ir a trabajar. Entre la comida de calle, nada como un pancito y café caliente para arrancar el día.
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Don Ernesto y su herencia taquera
Todas las mañanas, de lunes a sábado, don Ernesto, de 65 años, se sube a su bici cargada con 250 tacos de canasta y pedalea desde el Metro Constitución hasta la esquina de Melchor Ocampo y Pérez Valenzuela, en las rejas de Viveros de Coyoacán. Ahí abre su canasta envuelta en plástico azul y de diez de la mañana a tres de la tarde vende sus taquitos de frijol, papa, chicharrón y mole verde: la comida de calle por definición. Los da a siete pesos (“baratos, porque son de tortilla grande”) y los acompaña con las tradicionales salsas verde (de chile serrano o habanero), un guacamolito y una ensalada de pepino, cebolla, piña y chile habanero. Don Ernesto tiene apenas unos meses en esta esquina. Hasta el año pasado era el lugar de don Amalio (conocido por sus clientes como “el señor del sombrero”), quien vendió aquí tacos de canasta durante más de 30 años, hasta que falleció por covid-19 en 2020. Desde entonces don Ernesto asumió el negocio y cuelga en su bici una foto de don Amalio, a manera de homenaje.
Comida de calle: Lucio rueda con cocos
Cocos frescos, tiernos y jugosos, que nacieron en Acapulco, andan rodando en la Ciudad de México gracias a Lucio, de 42 años. Los trae cada semana y de lunes a viernes los lleva en su bici desde Toluca hasta la Escandón, Condesa, Del Valle, Coyoacán (depende del día). Pedalea desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde y vende entre 15 y 25 cocos al día a 45 pesos cada uno. Después de meses de darle a este oficio, ya domina el truco para reconocer los cocos más tiernos y jugosos, “los cocos buenos”, dice, los que sus clientes prefieren. Ahora le tocó esta chamba, pero ha sido jardinero y ayudante en tiendas. Prefiere la bici y los cocos porque puede “llevarle a la gente un poco de playa” en esta estridente y caótica ciudad.
Elvia lleva las botanas
Qué sería de la comida de calle chilanga sin las papitas y chicharrones -con harto chile. Elvia tiene 32 años y pedalea cinco kilómetros todos los días para llevar su triciclo de botanas hasta el Parque México, en la Condesa. En la vitrina hay papitas fritas (naturales y adobadas), chicharrones y churritos, todo frito en casa por ella y otras mujeres que le entran al negocio. El vaso chico de botanas está en 20 pesos y el grande a 40; en sus días menos fuertes se lleva entre 600 y 800 pesos. Elvia los prepara con harto limón, salsa Valentina, jugo Maggi, salsa inglesa, chamoy y Miguelito. Son toda una sensación, sobre todo los fines de semana, cuando el parque se llena de familias y personas que salieron a pasear.
Juan, el de los dulces
Juan tiene apenas 16 años, es de Veracruz y vino a la Ciudad de México en busca de oportunidades. Por ahora, debido a la pandemia, le ayuda a su tío con su negocio sobre ruedas. En una carretilla trae rodando un arsenal de dulces típicos mexicanos, puro manjar goloso: gomitas, pasitas con chocolate, mango enchilado, tarugos, plátanos deshidratados, cacahuates enchilados… Lo que quieras a 15 pesos los 100 gramos. Este negocio rodante lleva vivo siete años, siempre recorre la colonia Roma y Juan espera que siga muchos años más, no solo porque le da chamba sino porque es una tradición muy chilanga, parte importante del folclor de la ciudad.
Don José y la fruta que nunca falta
El día de don José empieza poco antes de las cuatro de la mañana. Se lanza a la Central de Abasto a comprar todo lo que necesita para la venta del día. Sale del mercado más grande de la ciudad con más de 200 kilos de frutas de todos los colores, desde piñas hasta sandías, mangos, naranjas y cualquier fruta de temporada. Trepa todo a la bici y se lanza a la Narvarte para despachar sus cocteles de fruta fresca con harto limón, sal y chilito. Tiene 57 años y 35 con el negocio, pero apenas seis rodando en la colonia. Antes su barrio era Tepito; ahí pasó 29 años hasta que “la violencia fue demasiada, angustiante”, y prefirió migrar con su carrito rodante a los alrededores de la calle Uxmal. Ya tiene una ruta armada, pero el punto seguro para encontrarlo es el Centro de Atención a Víctimas, en Uxmal 264. Ahí está entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, si la lluvia lo permite. Don José es ejemplo de una vida dedicada al trabajo duro y honesto.
Pedro trae paletas bien frescas
Pedro tiene 22 años y creció en Oaxaca. Ahorró durante algunos años para poder venir a vivir con su primo a la Ciudad de México y poner su negocio sobre ruedas: paletas y nieve artesanal que él prepara en casa. A las ocho de la mañana comienza con la tarea; se avienta 10 litros de nieve (que le rinden unos 50 vasos que vende a 16 pesos cada uno) y entre 80 y 100 paletas de agua y leche. Desde la colonia Obrera rueda todos los días hasta la Roma y la Condesa, donde ya tiene a sus clientes fijos, la mayoría oficinistas, que siempre le compran paletas y helados de nuez, queso, fresa, mamey y tequila con nuez para refrescarse en los días más calurosos.