Cuenta la leyenda que el birote, el pan por antonomasia de la Perla Tapatía, nació cuando un panadero francés de apellido Birrot intentó hacer un pan baguette en Guadalajara, pero no lo consiguió. En lugar de eso, le quedó una especie de bolillo, un poco más durito, salado y con ligera una costra crocante. El buen Birrot seguramente nunca imaginó que con el tiempo su apellido sería transformado por los locales para nombrar a su accidental invento: el birote.
Hasta ahora el que no hubiese verdaderos birotes en la Ciudad de México era el principal impedimento para poder echarse una torta ahogada con todas las de la ley. “Se dice que es porque el agua de Guadalajara tiene características especiales, o porque la altitud influye en la cocción. A lo mejor es la combinación de las dos cosas. Lo cierto es que en el único lugar donde se pueden hornear birotes es en Guadalajara”, me cuenta Alejandro, uno de los dos aventureros que se lanzaron a montar ‘Las del 333’ unas auténticas tortas ahogadas como las comerías en Jalisco.
“Todo comenzó cuando yo, como tapatío radicado en la Ciudad de México, estaba buscando algo para bajarme la cruda”, interviene Ernesto. “Mientras acá en la ciudad para bajarte la cruda hay diferentes opciones, entre ellas los chilaquiles, nosotros los tapatíos ni nos la pensamos: vamos a las tortas ahogadas y san se acabó”. Sus amigos chilangos lo llevaban a comer tortas ahogadas pero ningunas le convencían. “Ya mejor les tuve que pedir que no me llevaran, eran decepción tras decepción. Y es que para que una torta ahogada esté realmente buena está difícil”.
Así fue como él junto a su socio se dieron a la tarea de crear una auténtica torta ahogada como la comerías allá. “Como el pan no se puede cocinar aquí entonces decidimos traernos el pan desde Jalisco. La receta también es auténtica: es de una chica que tiene un puesto en la calle. Todo es tan tapatío que hasta nuestro nombre le hace honor a esas tierras, pues 333 es la clave Lada de Guadalajara.”
Además de las famosas tortas ahogadas, que es el platillo emblemático de la Perla Tapatía, tienen también carne en su jugo, otra de las cosas que distinguen a la gastronomía de aquellos lares. Y como toda buena historia se distingue por un buen final, no puedes perdonar una buena jericalla, el postre que te hará cerrar con broche de oro toda la experiencia.