Los que nacieron en los 80’s tienen vergonzosas imágenes mentales que les recuerdan aquella primera vez, los que lo hicieron en los 90’s cuentan con una variedad de fotografías que circulan por las redes sociales. Todos tienen algo qué contar sobre esa primera vez. Un agradable estado de embriaguez sería lo ideal en esa iniciación a los alcoholes, es cuando descubrimos que unas copitas de más, nos transforman en “entes” más sociables y simpáticos.
Hicimos una selección de historias en las que varios chilangos nos contaron su primera briaga: qué tomaron para alcanzarla, los efectos secundarios que provocó romper la barrera del grado etílico en su cuerpo, y cómo sucedió el desastre.
En el parque con caguamas
Protagonista: Daniel, en ese entonces 17, ahora 35.
La historia: Típico que en la prepa te volabas las últimas clases con la bandita machina y te ibas por unas “guamas”. Aquella vez no fue la primera que me iba de “cábula”, pero sí la que lo hacía sin desayunar. Lo sé… Error de principiante. El problema no fue que me emborraché antes de lo previsto sino que esa vez nos cayó la “autoridad” en un espacio público (era un parque cerca de la prepa en el que si hallabas el conjunto de árboles adecuados nadie te veía), meando los bienes de la nación. Según versiones de los ahí presentes, el único que no se tomó en serio que nos iban a “entambar” fui yo. Y me puse a hacer chistes y hasta corrí para que uno de los polis gordos me persiguiera. No sé. Neta no me acuerdo pero si he comprobado que aunque ande bien jarra, soy un borracho “cagado” y buena onda.
En un campamento con licor casero
Protagonista: Javier, ahora 31.
La historia: No fue la primera vez que tomaba, pero si en la que me emborraché hasta perder el sentido. No quiero mencionar en qué campamento fue, solo que yo era de los voluntarios. Era el último día y alguien nos había regalado un licor casero de zarzamoras que nadie se atrevía a probar. Eran 2 botellas del tamaño de las de vino tinto, me las llevé al lugar asignado, sólo quedábamos algunos guías y voluntarios, invité a los que me caían bien a una fogata y bebimos a cuello de botella el misterioso licor. Aún tengo lagunas mentales de esa noche. No sé cómo fui a parar a la tienda de una chica que era la encargada del rally de desafíos. Ella tenía 28 años y yo 19 recién cumplidos. Quisiera darles detalles, pero no recuerdo mucho, sólo a ella desnuda con toda mi ropa entre las manos, misma que me aventó a la cara mientras me decía: “vístete y fuera de aquí”. Todavía hoy me rompo la cabeza tratando de recordar algo más, pero nada.
En la playa con ginebra
Protagonista: Paola, en ese entonces 18, ahora 29.
La historia: Aunque a los 18 ya es “legal” que puedas beberte cuanto alcohol se te venga en gana, tus papás siguen pagándote la escuela. Así que la realidad es que no tienes mucha lana para hacerlo. Ese verano mi mejor amiga consiguió que nos prestaran un tiempo compartido en Ixtapa. Nos fuimos, las 5 amigas que jalábamos juntas para todos lados, a disfrutar del sol, la playa y, por supuesto, los antros y sus barras libres. Jamás había probado la ginebra y supuse que los famosos cocos con ginebra serían una buena y barata manera de calentar motores. Mala decisión, lo único que hice fue emborracharme mal plan y laxarme sin querer.
En una carne asada con chela y whisky
Protagonista: Eusebio, en ese entonces 23, ahora 37.
La historia: Siempre fui conocido por ser el que recogió a todos durante la prepa, nunca me trague aquello de “qué pasó ayer”. Nunca hasta que me tocó a mi. Aquella vez celebrábamos los cumpleaños de varios amigos. Yo estaba un poco enfermo de gripa y me había auto recetado unas “pastas” para sentirme mejor. Llegué al patio trasero de la casa, ayude a cocinar y me comí un cacho de arrachera con toda tranquilidad, acompañado de una chelitas. Al rato salió una botella de whisky (era la primera vez que lo probaba), después no sé qué más mezclamos. Entre la plática y el “jajaja” nos acabamos todo lo que había en la casa. El resto de la tarde fue un agujero negro, y tres horas después estaba debajo de una regadera completamente vestido. Me desperté por el frío. Haciendo averiguaciones, me platicaron que bebí tanto y sin parar que andaba muy hiperactivo. Tan “happy” que me caí varias veces hasta que en el último “suelo” ya no me levanté. (Lo bueno es que caí sobre pasto, si no quizá me habría roto alguna parte de mi humanidad). Asustados, decidieron que aunque tuviera gripa, había que despertarme de alguna forma: la regadera con agua fría me trajo de regreso. Sobra decir que la resaca y la gripa juntas no se la deseo a nadie. Bueno, sí a mi peor enemigo.
Fiesta en la “secu” con aguas locas
Protagonista: Fernando (33 años), en ese entonces 15.
La historia: Siempre fui bien portado, hasta podría decirse que un poco teto y nerd. Aquella vez, dos “sonsacadoras” (como las llama mi madre) fueron las primeras en invitarnos a una fiesta de fin de curso en casa de una de ellas. No llegue solo: arrastré a mi mejor amigo y vecino, Alex. Cuando llegamos aquello estaba bastante tranquilo. De repente comenzaron el ritual de vaciar hasta la mitad un garrafón de agua, dejaron caer dentro –por lo menos– 3 de esos barrilitos del mezcal Tonayan y varios sobres de tang. Cerraron el garrafón y los hicieron rodar para que todo se mezclara. A cada asistente le llenaron un vaso desechable con hielo y desfilamos para que nos sirvieran. Por supuesto, no había ningún adulto. Después de tres garrafones agotados, aquello era una verdadera fiesta. Lo último que recuerdo es que bailaba de cerquita con una de las chavitas que nos invitaron y mi mano resbalaba por su espalda. Amanecí en un sillón de casa de mi amigo Alex, con la playera vomitada, taladros en mi cabeza y, a lo lejos, la voz de la mamá de Alex al teléfono con la mía. Sobra decir que juré no beber jamás después de la regañada. Pero no lo cumplí.
En un bautizo con puras “sobritas”
Protagonista: Ana, en ese entonces 13, ahora 27.
La historia: Todo comenzó como un juego… El bruto de mi primo mayor, que tenía 17 (moría por cumplir 18 para poder probar su primera cerveza), nos reclutó a mí y a mi hermano (menor que yo) para recoger las “sobras” de todas la bebidas en las mesas y llevarle los vasos hasta la mesa de los “niños”. Y allá vamos, mi hermano de 11 y yo de 13 que, sin saber, combinamos todo tipo de refrescos con restos de ron, whisky y tequila. Juntamos unos 8 vasos “high ball” de extraños caldos. Mi primo repartió el botín entre todos mientras repartían el pastel. Cuando mi hermano comenzó a tambalearse, mi primo vomitó el pastel en una maceta y yo hablaba como si me hubiera tragado la lengua y no paraba de reír, una tía se dio cuenta de la mega briaga que traíamos. Mis papás aún no lo superan y no se les hace nada “chistoso”, sobre todo cuando vemos algunas fotos del bautizo donde todos los primos chicos aparecen en “estado inconveniente”.