Así operan los bares clandestinos en CDMX

Las micheladas que vende el Moja valen la pena. Basta ver la cara de Homero Simpson cada vez que este barman callejero prepara una detrás de su barra improvisada. El personaje amarillo mira con la boca abierta y la…

Las micheladas que vende el Moja valen la pena. Basta ver la cara de Homero Simpson cada vez que este barman callejero prepara una detrás de su barra improvisada. El personaje amarillo mira con la boca abierta y la lengua de fuera. El chorro de cerveza que cae en el vaso bordeado con una salsa de sabor dulce, picante y ácida a la vez, hace que, de las comisuras de sus labios, escurran hilos de baba. Sin embargo, este brebaje no es para él. Homero está impreso en la manta que anuncia las bebidas de este bar —informal e ilegal— instalado en el patio de una casa de la colonia Pueblo Quieto. El bar del Moja es uno de los muchos bares clandestinos en CDMX.

Un bar clandestino en un pueblo quieto

“Acá está, amigo”. El Moja lleva a una mesa el vaso de cartón encerado escarchado con chamoy, sal y hojuelas de chile. Ahí vertió jugo de limón, salsa inglesa, jugo sazonador, un poco de salsa picante y un litro de cerveza. “Es la michelada cubana. ¿Qué tal?”, pregunta sin apartar la vista del cliente que se empina la bebida. “Está buena”, contesta el comensal. “!Te dije! También tengo mojitos y pitufos”.

Como muchos bares clandestinos en CDMX, el del Moja opera en el patio de su casa. La madre del Moja camina por el patio, tan grande como para que se guarden ahí dos carros medianos, uno detrás de otro. Pasa las tres mesas de plástico y sillas distribuidas en el espacio: una al lado de la puerta que da a la sala, otra junto a las escaleras de herrería que conducen a la planta alta del inmueble, otra cerca de la cocina. Se dirige a la entrada de su casa, donde está la mesa plegable que funciona como barra, con botellas de ron que guardan los preparados rojo, amarillo, y azul para las micheladas de fresa, mango, blueberry y tamarindo. Hay también vasos, limones, el jugo de jitomate y almeja, bebidas energéticasy el recipiente del chamoy. La mujer se sienta a platicar con una pareja que decidió ir al bar con su hija de unos tres años. 

Cualquiera imaginaría que en un bar ilegal se respira peligro; pero no. Más que bar, el acomodo de los muebles y el ambiente del sitio recuerda a una fiesta familiar.

bares clandestinos en CDMX
Foto: Leo Pérez, Chilango

“Al inicio lo hicimos clandestinamente”, cuenta el Moja. “Ya cuando vimos que empezamos a tener clientes y esto comenzó a jalar ya dijimos: sabes qué, hay que invertirle en el permiso. Nos salió arriba de 20 mil pesos hace ocho años. Lo vamos renovando cada tres y es más barato en cada ocasión”.

La seguridad con la que el hombre habla del permiso que tiene para operar su bar hace que uno piense que a sus 29 años no ha perdido la ingenuidad, o que es bastante hábil para burlar a cualquier autoridad. 

La Ley de Establecimientos Mercantiles del Distrito Federal considera como giros de Impacto Zonal a aquellos comercios que por sus características inciden en las condiciones viales y rompen con la tranquilidad de las áreas donde se ubican por los niveles de ruido que generan. El Artículo 26 menciona que ahí se consume principalmente bebidas alcohólicas, es decir, bares, cantinas, centros nocturnos y demás. Sin embargo, no en cualquier lugar puede instalase un negocio de este tipo. 

“Es imposible establecerlos dentro de una casa habitación porque están sujetos a varias obligaciones, de acuerdo a la Ley de Establecimientos Mercantiles (LEM), que difícilmente pueden ser cumplidos en un garage, un patio, un jardín o incluso locales pequeños”, comenta Sandra Evellyn Garrido Castillo, titular de la Dirección General de Apertura de Negocios y Desarrollo Empresarial de la Secretaría de Desarrollo Económico (SEDECO).

“Tienen que contar, por ejemplo, con sistemas de seguridad autorizados por la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Estamos hablando de personal capacitado, sistemas tecnológicos como cámaras y arcos detectores de metales”, continúa la funcionaria. “Es imposible que la Secretaría autorice un sistema de seguridad en un negocio de venta de alcohol instalado en el patio de una casa. En consecuencia, estamos hablando de un establecimiento que operan al margen de la ley”. Bajo este escenario, hay más bares clandestinos en CDMX de los que imaginamos.

Un negocio ilegal apoyado por los vecinos

—¿Tú cuentas con una licencia de bar? —pregunto al Moja cuando le pido otra cerveza.

—No. Mi permiso es mercantil, de comercio —aclara—. Me piden que venda alimentos. Esa fue la condición. No puedo vender sólo alcohol. Por eso tengo aquí mi carta. Mira. Hay hamburguesas, sincronizadas, salchipulpos, hot dogs, papas. El permiso también me dice que no se pueden consumir drogas ni nada de eso. 

En efecto. La familia del Moja tramitó una licencia para operar un negocio que la ley considera de Impacto Vecinal: un restaurante, el cual sí les permite vender bebidas alcohólicas pero de manera complementaria, pues su giro principal debe ser la venta de comida. 

“La LEM facilita que los ciudadanos puedan iniciar un negocio en su casa”, vuelve a hablar Sandra Evellyn Garrido Castillo. “En principio tiene que ser un giro de Bajo Impacto, es decir sin venta de alcohol, que conviva de manera armónica con las actividades de la localidad, por ejemplo una papelería, una recaudería, una carnicería, una farmacia, un consultorio dental, una estética. No deben ocupar más del 20 por ciento de la construcción y deben estar operados por personas que vivan en esa casa habitación. En estos casos no pueden vender cerveza ni bebidas alcohólicas porque se trata de un negocio familiar”.

bares clandestinos en CDMX
Foto: Leo Pérez, Chilango

”¿Qué música quieres escuchar”, dice el Moja mientras saca su teléfono celular y entra a Spotify para seleccionar una canción. La bocina portátil sobre el refrigerador toca una selección variopinta: de la balada grupera pasa al rock, luego al reguetón, después un poco de pop, ahora José José. “Te voy a poner algo de ska, ¿te gusta?”. La bocina tiene suficiente potencia como para que las 20 personas que estamos en el patio-bar —distribuidas en grupos, tal y como llegamos— tengamos que elevar la voz para ser escuchados. La gente olvida que al hablar más fuerte hay mayor expulsión gotículas, una de las principales vías de contagio de la covid-19.

—¿No tienes bronca por la música y el ruido con los vecinos?

—No. Son bien relajados. Es que este es un lugar donde no se hacen broncas ni desmadres. Le paramos a las 10:30 u 11 de la noche. Tenemos que cerrar antes de las 12. Por lo menos el portón. Ya si los clientes quieren más les sigo sirviendo. Mis primos taxistas me echan la mano para llevar a la gente muy borracha a su casa.

Esto ocurre en muchos de los bares clandestinos en CDMX: siguen atendiendo a puerta cerrada aún pasada la hora oficial. En estos tiempos, con la ciudad en semáforo naranja (lo que significa que los bares solo pueden operar como restaurantes y no más allá de las 10 de la noche), esto ocurre con mucha frecuencia.

Foto: Leo Pérez, Chilango

Uno de muchos bares clandestinos en CDMX que sobrevivió a la pandemia

Hace 13 años el Che, hermano del Moja, tuvo la ocurrencia de abrir el portón de la casa de su mamá, en Pueblo Quieto, una colonia popular en la alcald

ía Tlalpan, donde viven prácticamente desde que nacieron. Instaló un tablón que no rebasa los dos metros de largo y comenzó a vender micheladas. Antes trabajaba como barman en restaurantes y hoteles de la Ciudad de México, por eso sólo instalaba su pequeña barra los fines de semana, cuando le ayudaba su esposa.

Entonces el Moja tenía 16 años. Él y su mamá ayudaban al hermano mayor, así que fue inevitable que aprendieran a preparar los cocteles de cerveza y tragos con ron. Un día el Che ya no pudo seguir con el negocio. Su trabajo le exigía mayor tiempo. Pero las micheladas ya eran conocidas en el barrio porque esa familia daba la oportunidad a los clientes de sentarse a degustar sus bebidas dentro del patio. Así que la madre de los muchachos tomó las riendas: ella hacía las micheladas y el Moja atendía y cobraba. 

Fue hasta hace unos meses, tras las primeras semanas de la cuarentena, que el Moja se hizo cargo por completo del bar de su patio. La crisis laboral provocada por la pandemia de coronavirus también le pegó. Con poca gente en la calle y la preferencia por las aplicaciones que ofrecen servicio de transporte, el taxi que manejaba ya no generó suficiente dinero.  

“Me quedé sin trabajo por la pandemia. Yo era dueño del taxi, uno rosa. Las plataformas empezaron a acaparar los servicios, luego la gas empezó a subir. No estaba saliendo para la revista, la verificación, la renovación de la licencia, que cuesta $3000 pesos por tres años. Así que hablé con mi mamá para ponerme al cien con las micheladas. Me dijo que adelante. Vendí el taxi y aquí me tienes. Diario abro, solo descanso el miércoles, que es cuando hay menos gente.” 

En México, según el Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas 2019 (DENUE), hay 31 mil 161 centros nocturnos, bares y cantinas. De acuerdo con los Censos Económicos 2019 elaborados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI),  siete de cada 10 establecimientos que ofrecen servicios de preparación de alimentos y bebidas —donde se insertan los bares— son informales. Es decir: de los 612 mil 259 restaurantes, bares, cantinas y comercios similares que existen en el país, sólo 173 mil 745 —el 28.4 por ciento— trabajan en condiciones de formalidad. 

El organismo ofrece las características para que un negocio sea considerado informal: lo integran entre una y cinco personas ocupadas; no pagan contribuciones patronales, contabilidad, administración ni servicios legales; no cuentan con personal proporcionado por otra razón social y no gastan en asesoría comercial ni sistema contable. 

El bar del Moja, como los bares clandestinos en CDMX, cumple con estas condiciones. 

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Foto: Leo Pérez, Chilango

Todo se trata de conocer a la persona indicada

Cae la noche en Pueblo Quieto. Las luces de los puestos callejeros no dejan que la penumbra invada por completo el barrio. Entre los tacos, los esquites y demás comida de banqueta, destaca un local ambulante que ofrece cocteles y micheladas. Está apenas a dos cuadras del bar del Moja. Solo que aquí el servicio es para llevar. Nadie puede quedarse a beber. Podrían recogerles el changarro tanto las autoridades de la Alcaldía Tlalpan, como los líderes de la asociación de vendedores a la que pertenecen. 

“Existe un área que se llama Vía Pública. Se supone que está para evitar el comercio que se pone en la calle, que no está registrado. La verdad es que regula y desregula el mismo sistema”, platica un informante de la Alcaldía Tlalpan, que pidió omitir su nombre. “Si tú conoces a la persona indicada de esta área y le pides permiso para vender alitas, quesadillas o lo que se te ocurra, ellos te van a decir: se puede, no se puede o ponte y si nadie se queja ahí te quedas. La gente que saca su mesa y pone su lona tienen un permiso verbal, normalmente. ¿Qué se hace? Los de Vía Pública pasan y les piden un moche, que puede ser de 20, 50 o 100 pesos, si es que el vendedor no está con un líder de comerciantes. Aquí en Tlalpan, por ejemplo, tenemos a Comerciantes Unidos La Esperanza, que agremia a mil 94 personas. Es la más grande en la demarcación”.

De hecho, en mayo de 2019, María de los Ángeles García Grimaldo líder de la Asociación de Comerciantes Unidos La Esperanza, denunció que cada nuevo puesto tolerado por la alcaldía Tlalpan cuesta 6 mil pesos, dinero que va a parar a la bolsa de los funcionarios y no de la administración local. 

“Sí, hay una regulación, pero en la calle es otra cosa”, continúa el informante de la alcaldía. “Si te das una vuelta alrededor de las universidades o prepas vas a encontrar chelerías, que en teoría no deberían estar instaladas ahí porque está prohibido. Y la gente que pone su puesto, la chelería o lo que sea, en la calle o afuera de su casa, siente que tiene una deuda con los líderes de comerciantes o con los de Vía Pública, porque les dan la posibilidad de llevar comida a su boca”.  

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Foto: Leo Pérez, Chilango

A este bar no llegan los operativos sanitarios

A las 7 de la mañana la alarma del celular del Mojas suena. Ha dormido unas seis o cinco horas pues un día antes cerró el bar a las 12 de la noche. Luego recogió la mesa-barra, guardó las botellas vacías de cerveza, recogió las mesa y las sillas e hizo un inventario de los insumos que necesita. Se viste, desayuna algo y se trepa a su camioneta para ir a surtir su lista. Cuando regresa descarga unas 50 cajas de caguamas, luego limpia las mesas, barre el patio, sube a la casa a darse un baño, regresa y abre. Para entonces son las tres de la tarde. Si un sediento llega antes, el Moja lo atiende también.  

“Con la pandemia hubo un bajón de gente. Cerramos como tres semanas porque la venta disminuyó un montón, como el 40 por ciento. Y como somos pocos —mi mamá, mi otro hermano y yo— pues no tenemos servicio a domicilio. Solo para llevar. Pero ve, vienen de San Pedro, La Picacho, de la Hidalgo, de Carrasco, Santa Úrsula. Nomás bajan del auto y se llevan su michelda, su mojito, su pitufo”. 

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Foto: Leo Pérez, Chilango

Son las cinco de la tarde. Apenas estamos seis personas en el bar. En la barra improvisada, además de lo necesario para preparar micheladas y mojitos, hay una botella de gel antibacterial de un litro. Y aunque está a la vista de todos pocas personas se acercan a ella. 

Ninguno de los asistentes usa cubrebocas: los clientes porque no podrían tomar la cerveza; el Mojas, quién sabe por qué no lo trae. Lo que si carga es una pequeña mochila al frente donde carga el dinero que le pagan por cada trago. 

—¿No ha pasado algún operativo sanitario? —pregunto.

—No. Por acá nadie ha pasado. Pero aquí si tomamos medidas. Tengo mi gel antibacterial en la mesa.

Haciendo un calculo a simple vista, en el patio del Mojas pueden convivir unas 50 personas cómodamente sentados y parados. Un número mayor inevitablemente provocaría choques, como en pista de baile de antro. “A veces sí limito el acceso”, dice el barman. “Ahorita nomás estoy metiendo a unas 30 personas. Unos están en las escaleras, otros allá afuera”.  

Desde la primera semana de agosto, en la CDMX los bares y antros ya abrieron pero se les permitió cambiar de giro y operar como restaurantes, como medida temporal hasta que el semáforo epidemiológico esté en verde. Entre otras medidas deben tener un aforo del 30 por ciento, tener filtros sanitarios para toma de temperatura y detectar síntomas de covid, los manteles y mesas deben cambiarse después de cada servicio, los meseros están obligados a  usar cubrebocas y careta y el lugar debe cerrar a las 10 de noche. No todos están cumpliendo esas medidas, no solo los bares clandestinos de CDMX sino incluso los que operaban en completa legalidad antes de la pandemia.

Son la 7 de la noche. El Mojas conecta un switch. En seguida una lámpara ilumina con puntos de colores el piso y las paredes del patio.  Al mismo tiempo las voces de Carlos Vives y Shakira salen de la bocina: “La que yo guardo donde te escribí/ que te sueño y que te quiero tanto,/ que hace rato está mi corazón/ latiendo por ti, / latiendo por ti”. Dan ganas de bailar. 

—¿Te traigo un pitufo? —dice el Mojas a un cliente. 

—¿Qué es esa madre?

—Lleva un Powerade, Gatorade, vodka, sprite y peñafiel. 

—Órale. Pos qué. Ya pasé mucho tiempo encerrado por la cuarentena. Que el alcohol  nos haga inmunes al covid.

La gente no deja de entrar al bar. 

Acá hay más bares clandestinos en CDMX.

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