Salvo que seas uña y mugre con tus compañeritos de trabajo y cada viernes decidan alargar –quién sabe por qué– su jornada godinezca entre tragos de chela, sorbos de tequila y cacahuates, la fiesta corporativa de fin de año es el momento en que todos nos quitamos la máscara de responsabilidad, seriedad y compromiso (¡ja!) que nos colgamos cada mañana y dejamos que todo lo que traemos dentro fluya ligerito.
En esta cruda redacción (ayer toda la editorial tuvo la mentada celebración) nos preguntamos ¿hay algo que sólo puede pasar en las fiestas Godínez?
Resulta que sí:
– En cada fiesta hay uno que termina neteando con su jefe, típico, pidiendo un aumento. O empedando en casa del de sistemas al que nunca saluda ni se sabe su nombre.
– Nunca falta que le dice “Mi Lic.” a sus jefes, algo así como “en serio Mi Lic, se le respeta un montón”. ¿O qué tal el que, a la menor provocación, le avienta un “preciosa” a las compañeras de trabajo a las que medio les traen ganas? “no, preciosa, yo siempre pensé que tú te merecías ese ascenso, pus namás vete lo hermosa que estás”.
– Alguna vez serás testigo de cómo las parejitas no-oficiales acaban rentando una habitación en el mismo hotel donde se está llevando a cabo el festín.
– Típico que intentas meter a tu mejor amigo a la fiesta cuando ya está avanzado el festejo.
– ¿Nunca les ha tocado ver a los que salen del closet a media comida? Bueno, tengan paciencia.
– Y nunca falta aquel que se arma de valor… ok, se arma de alcohol, y le confiesa sus sentimientos a su amor platónico de la oficina.
– Siempre pasa que dos que se traen ganas terminan metiéndose a fajar debajo de la mesa.
– ¿Qué tal los que se llevan la decoración de la fiesta a su casa? Hay quienes piensan que están en boda y salen del mentado salón de fiestas abrazándola, no vaya a ser que alguien intente quitárselas.
– ¿Y qué me dicen de los barberísimos que –bien jaaarras– terminan sacando a bailar a la jefa del sindicato? ¿Y qué de las que terminan baile y baile bien arrejuntadas con unos a los que nunca les ha aventado siquiera una sonrisita? ¿Y de las que se saben las coreografías de moda com-ple-tí-si-mas?
– Cuando ya empiezan las rolas románticas y las luces se encienden, te topas con dos que tres cuates dormidísimos de cuya boca sale un hilito de saliva que apesta a alcohol
– No es que una quiera criticar pero, ¿qué onda con las señoras que ya están pasadas en años y kilitos y llegan todas despampanantes con sus vestidos pegadititos, el escote hasta el ombligo y peinado de Yuri ochentera?
– ¿Y si después de la fiesta decides seguírtela con tus compañeros? Ah, pues pasa que al otro día despiertas sin saber dónde quedó tu coche. Ya después te acuerdas que lo dejaste en el estacionamiento del lugar.
– ¿Y qué opinan de la borrachita que termina abrazada al excusado?