Estoy en El Paraíso. No es que haya colgado los tenis y que ya esté con los angelitos Así se llama la colonia de la delegación Iztapalapa en la que está situado el Balneario Elba. Ubicado sobre la avenida Zaragoza 2325, entre las estaciones del Metro Guelatao y Peñón Viejo, este lugar abrió sus puertas hace unos 70 años. El muro que luce su nombre está grafiteado: estamos en la zona límite con Neza y aquí la calle es de quien la camina y la vive.
Apenas llego al lugar y me recibe un letrero enorme que dice: “Bienvenidos, XV años de Guadalupe Vianey”. El Elba no sólo es un balneario, también tiene dos salones de usos múltiples en los que se realizan sobre todo quince años, bodas y bautizos, pero también eventos políticos a puerta cerrada.
Los precios son populares, aunque se han incrementado de un tiempo para acá: ochenta pesitos los adultos y setenta los niños. En la entrada, una mujer discute con la chica de la taquilla: “Mis hijos apenas tienen doce años, ¿a poco pagan como adultos? No se pasen”. La taquillera no da su brazo a torcer y la mamá paga los boletos completos.
Al balneario uno puede pasar de todo menos “embases” (sic) de vidrio, como dicen las cartulinas fluorescentes pegadas en la entrada. Las familias entran cargadas con todo lo necesario para pasar el día a gusto: envases de yogurt y de crema que funcionan muy bien para guardar comida, bolsas de sándwiches, huevos cocidos y, por supuesto, no pueden faltar los six de chela.
La oferta de comida al interior es extensa: chicharrones preparados con sus respectivos cueritos, merengues, Maruchans, cockteles de frutas, alitas, algodones de azúcar. Para los que les gusta entrarle al chupe también hay opciones: piñas locas, gomichelas, micheladas.
Al alber, a la alber, a la alberca nos vamos a nadar…
En la alberca el ambiente es de pura diversión. El clima está indeciso, el cielo se nubla y parece que se va a soltar el aguacero, pero luego se quitan las nubes y el Señor Sol aparece de nuevo. A pesar de los anuncios que dicen que se prohíbe meterse con playera, algunos hombres y mujeres que quieren disimular la lonjita se la dejan puesta, aunque ya mojada la tela no hay manera de ocultar el callo de la andadera.
Por una sola cuota también nos encontramos con un zoológico de plástico: en la alberca vemos patos, ballenas y cocodrilos inflables. Al centro hay una fuente que ya no sirve y más allá hay un chapoteadero que está seco. Sin embargo, eso no importa: las familias ríen, los novios se comen a besos, los chamacos juegan a la pelota y hasta uno que otro jovenazo decide llevarse tomarse ahí su michelada.
No pueden faltar los niños encuerados, corriendo de aquí para allá. Para ellos el pudor no existe y andan con el tilín y sus nachitas al aire, viviendo su propio Zipolite. Nadie los mira con morbo, aún no conocen la sentencia bíblica en la que Dios ordena a Adán y Eva cubrir “sus partes vergonzosas”. Con la inocencia de sus primeros años, ríen, brincotean y tiemblan al salir de la alberca como cachorritos mojados.
¡Qué nivel de mujer!
En el Elba, al menos en la Semana Mayor, también hay eventos especiales: hay un lugar con música en vivo en la cual se presentan imitadores de artistas. A los músicos casi nadie los pela pero la cosa cambia en cuanto llega el doble de Luis Miguel. Las chavas y las señoras arrastran a sus maridos al lugar y los gritos no se hacen esperar. No hay playback: el ‘ñor hace el chow completo, con brinquito y toda la cosa. Las mujeres enloquecen y de repente en el balneario hay dos soles: el que se asoma entre las nubes y el que canta “Qué nivel de mujer” arrancando alaridos y suspiros de las presentes.
Apenas va a cantar su segunda canción cuando algo pasa y sus pistas nomás no jalan. Va y discute con los técnicos y la rechifla de los esposos que se encuentran ahí más a fuerza que de ganas, no se hace esperar. En lo que arreglan la bronca el tecladista se avienta un clásico, mismo que el Luismi-Simi adapta a la ocasión: “cuando calienta el Sol, aquí en el Elba”, canta, provocando las risas de todos. Como no consiguen arreglar el desperfecto, se echa “La media vuelta” a capella y se la dedica a una señora, quien no puede ocultar su emoción. El show acaba antes de lo previsto pero las asistentes quedaron felices, como si hubieran visto a su ídolo en el Auditorio Nacional.
El guardián de la bahía
Estamos en la parte de la alberca techada y el guardavidas mira con ojo de lince que nadie vaya a sufrir un percance. No es un guardián de la bahía, pero sí se encarga de la seguridad en el Elba y, bueno, por algo se empieza.
¿Cómo te llamas amigo?
Alejandro Acosta, para servirte.
¿Ya cuando llevas acá chambeando en el balneario Elba?
Ya voy para nueve años, gracias a Dios.
Supongo que en esos 9 años has visto algunos accidentes aparatosos. ¿Qué es lo más gacho que has visto aquí?
Pues sobre todo heridas y cortadas. Por eso no se permiten envases de vidrio, porque es muy fácil que rompan y ya ves que la sangre es bien escandalosa. También fracturas expuestas. No falta el que se las quiere dar de Supermán y brinca desde donde no debe y termina con algo roto. Por eso tengo que estar a las vivas.
Oye, yo siempre he querido saber si es que es real eso de que no puedes meterte a la alberca después de haber comido o después de haberte echado unos alcoholes. ¿Es verdad o es leyenda urbana?
Mira, soy licenciado en entrenamiento deportivo y tengo mi especialidad en natación. Además de aquí he trabajado antes en otras partes y nunca me ha tocado ver eso. La congestión alcohólica te puede dar dentro o fuera de la alberca. Lo mismo si acabas de comer, pues obvio te sientes más pesado, pero de eso a que te vayas a morir, es puro choro.
Vi que se arman también fiestas de quince años y bodas. ¿No se ponen pesados los briagos o no se avientan a las albercas?
Ah, no, es que eso es aparte. Esos eventos se hacen en los salones pero ya no se permite el acceso a las albercas, luego por el alcohol pueden pasar muchos accidentes.
Ah, okei, ya decía yo. Oye, mano, pues gracias, me voy a preguntar qué onda con las fiestas.
No gracias a ti, ya sabes que el Elba es tu casa.
Al borde de la quiebra.
La señora Martha Torres tiene relativamente poco trabajando aquí: cinco años para los setenta que tiene el balneario.
Señora Marta, la veo muy ocupada, no le robo mucho tiempo. Sólo me gustaría saber algunas cosas de acá del balneario.
Con gusto, claro que sí.
Vengo a preguntarle sobre las fiestas que se hacen aquí, porque veo que se realizan eventos sociales…
Pues cada semana tenemos quince años, bodas, a veces bautizos, pero principalmente quince años. También nos visitan políticos que vienen a hacer sus eventos en tiempos de campaña.
¿Quiénes han estado aquí?
Pues ha venido Juanito, ya ves que es de aquí de Iztapalapa; López Obrador; incluso los antorchistas.
Oiga, pues se ve que le va bien al negocio, está bien lleno.
Uy, no se crea, joven. Ahorita porque es Semana Santa, que es cuando mejor nos va. Pero por ahí de octubre o noviembre está bien muerto. Hay muchos gastos y muchas veces con lo de los salones mantenemos las albercas. Si fuera sólo el balneario, el negocio ya hubiera quebrado.
¿Qué es lo que representa mayor gasto?
Sobre todo los impuestos. Nada más de predial tenemos que pagar 100 mil pesos cada dos meses. Ahora imagínese los salarios de los trabajadores, el mantenimiento, los químicos, todo eso. De hecho ahorita andamos atrasados con el predial y nos han querido cerrar. Nosotros deberíamos tener algún trato especial en impuestos porque el balneario es de ejidatarios, es una cooperativa de señores ya viejitos que andan entre los 70 y los 90 años.
¿Y han pensado en a lo mejor hacer algo de publicidad que pueda atraer a más gente?
No, pues cómo cree, joven. A veces hacemos volantes y somos nosotros mismos los que nos salimos a volantear, pero más no se puede. ¿De dónde vamos a sacar para publicidad si apenas hay para lo básico? Nosotros vivimos de la tradición: de las familias que vienen de Neza, de Chalco, de los Reyes, de aquí de Iztapalapa, que vinieron desde chiquitos y ahora tienen sus hijos o hasta nietos. Si no fuera por eso hace rato que hubiéramos quebrado.
Se hace un silencio incómodo. Por fortuna, alguien de la oficina le llama y le agradezco el tiempo que me prestó para la entrevista. Agarro mis chivas y terminándome los cacahuates con chamoy que me compré en un puestecito, me dirijo a la salida.
Son casi las 5 de la tarde y el sol ya no se deja ver. Los visitantes comienzan a salir. Al lado del Elba, el Motel Pistolas empieza a recibir a sus primeros clientes. Pienso en las familias que no tienen recursos ya no digamos para irse a la playa, ni siquiera a Oaxtepec.
Ojalá tengamos Elba para rato, que sus toboganes no se sequen y que sus albercas no dejen de recibir las risas infantiles. ¿Dónde jugarán los niños? Ellos merecen un lugar para ser felices en lo que les llega la edad para divertirse en el Motel Pistolas.