Una historia de la ciudad
Por: Alejandro Fuentes
El barrio y sus tentaciones
Su casa no es ostentosa. En realidad es una cabaña grande de madera barnizada y piedra, como las casas de descanso de montaña de los gringos. Una vitrina enorme con trofeos, fotos y reconocimientos domina la sala; estamos sentados en la cantina. Al preguntarle sobre su vida en el barrio donde creció, en Iztapalapa, su sonrisa desaparece por momentos. Es claro que tiene recuerdos ambiguos.“Yo crecí en un barrio en donde día tras día aparecía un cuate muerto. Mi hermano y yo conocimos lo peor, convivimos con el jefe de una banda que se llamaba ‘Los palmas’; nos tomábamos una copa con esa gente, pero hasta ahí”. Estabas rodeado de vicios, ¿a poco nunca le entraste?, reviro. “Sí llegué a probar la marihuana y no me gustó porque me dejaba con los ojos abiertos pero con mi interior dormido…” me ve fijamente a los ojos y ambos guardamos silencio. Él lo rompe: “Te lo digo: probé la cocaína y tampoco me gustó. Al final, nos dedicamos al deporte”.
Cuando le insinúo esas historias de boxeadores que han caído en desgracia después de hacerse millonarios, dice que eso no le pasará a él. “Todo lo que hacían los boxeadores que se iban de fiesta y que peleaban borrachos nos sirvió a los de la siguiente generación de experiencia”. Insisto y le digo que todavía le quedan muchas tentaciones enfrente. Me observa con atención: “No te voy a decir nombres, pero me han invitado a fiestas, y ya sabes qué clase de fiestas, pero no voy porque ya sé que me puede ganar la tentación”. ¿Y tu dinero no es también una tentación? Porque vi los coches afuera, y se ve que te gusta el lujo, le contesto, mientras observo su reacción. Sonríe. “No’mbre y me falta otro. Tengo seis carros y me quería comprar otro. ¿Sabes por qué no lo he hecho? Nada más por no pagar la tenencia. Mis hijos son los que me calientan la cabeza y me dicen ‘papá cómprate este carro y ahora éste’. Mi hijo el de en medio la otra vez me llevó a los Lamborghini y ya le prometí que si le gano a Pacquiao me voy a comprar el Aventador”.
Al preguntarle si no tiene miedo de que la delincuencia lo voltee a ver, me cuenta que le han quitado dos autos a punta de pistola, pero sin nada más que lamentar: “Si piensas en el miedo nunca vas hacer nada ni te vas a comprar ningún carro. De todas formas aquí se roban todo tipo de carros. Yo lo que hago es encomendarme a Dios. Y además traigo seguridad”.
Chilango, al final
Márquez me cuenta que su ídolo es Julio César Chavez, y que recuerda la emoción que sentía al verlo en las portadas de revistas cuando él iniciaba su carrera deportiva. Aprovechando la mención del tiempo sacó a flote el tema de su edad y le pregunto cómo se siente físicamente. “A toda madre –dice– y eso se debe a la disciplina. ¿Sabes?, mi padre me enseñó que en este deporte nunca se deja de aprender”. Le contesto que si le gana a Pacquiao ya no tendrá nada que aprender, y le pregunto si no será una victoria la señal de que debe retirarse. “No me puedo retirar porque si le gano, hay una revancha donde hay un poco más de lana”, responde con convicción.
No me cabe la menor duda de que un triunfo hará de Márquez uno de los hombres más famosos, y por lo tanto asediados, de México, por eso le pregunto si ha pensado en mudarse. Su respuesta es contundente: “Me gusta el DF, aunque sea inseguro, aunque se inunde cuando llueve; no lo cambio por otra ciudad”. Me queda claro que es un hombre de convicciones, es decir, obstinado. No sé si esta obstinación le alcance para vencer a Pacquiao el próximo 12 de noviembre. Lo que sí sé es que es uno de esos ejemplos inspiradores que nos hacen falta hoy.
Y recuerden que en el número de diciembre de la revista impresa viene un reportaje más amplio sobre el boxeador, se titula:“Juan Manuel Márquez: Five million Dollar Baby”. ¿Ya la tienen?