Que el chofer del microbús maneje bien:
Subirte a un pesero es una situación de riesgo –ya sea porque el chofer es un criminal al volante o porque el cupo te obliga a ir volando por la puerta–; por eso, no hay más felicidad que conformarnos con alguien “que no nos mate”. Triste.
Subirnos al metro en hora pico y que no esté atascado:
¿Cuándo está vacío el metro a las seis de la tarde? ¿Cuándo a las 8am?Estar en la estación Hidalgo y librarse de un arrimón o un empujón es motivo de felicidad para cualquier chilango(a). ¿A poco no?
Librarnos del alcoholímetro:
Está pésimo manejar estando borracho, pero cuando te has tomado tres y estás sobrio eso de pasar 24 horas en el Torito no es una opción. Así que una de nuestras felicidades máximas es pasar el retén sin problema alguno.
Que nos toquen todos los semáforos en verde:
Los semáforos de todos los cruces importantes de la ciudad tienen un descontrol terrible: uno verde, otro rojo, otro dirigido por un policía, etc. Por eso cuando están sincronizados y podemos recorrer más de dos kilómetros sin parar es una maravilla.
Ir a un antro y que el cadenero no sea un sangrón:
Es el colmo pagar por un servicio, caro, y todavía rogar por tener acceso a él. Y por absurdo que parezca, nos emociona cuando el cadenero no resulta un pedante que nos hace esperar horas. Lo mejor del asunto es entrar y voltear con cara de fuchi a ver a quienes se quedaron fuera. ¡Tontos!
Estacionarnos sin que llegue un viene-viene a cobrar:
Tener que pagarle a un tipo porque no destruya nuestro coche –¡gracias!– es una de las cosas más odiosas que hay. Seamos honestos, no le pagamos porque lo cuide. Es real que brincamos de emoción cada que salimos y encontramos un lugar sin que un maldito viene-viene ande rondando por ahí.
No ser atacados por los limpia vidrios:
Tener nuestro carro recién lavado y que llegue un limpia vidrios a llenarlo de jabón es frustrante. Aunque es peor estar distraído y, de repente, toparte a un tipo trepado en tu cajuela. ¡Qué susto! Ésta es la razón por la que nos alegra no ser atacados por ellos. ¡que los prohíban!
Dar una vuelta equivocada y que resulte un buen atajo:
Pasamos una cuarta parte de nuestra vida en el carro, atrapados en el tráfico. En los peores momentos de desesperación, buscamos atajos que nos libren de él. Y los encontramos.
Poder ver el cielo (azul):
Los grados IMECAS alcanzan cifras alarmantes y algunos científicos no entienden cómo los mexicanos sobrevivimos a esta urbe. Nosotros que somos chilangos sonreímos porque podemos ver nubes y no un paisaje gris horrible. ¡Qué emoción un cielo color azul eléctrico!
Encontrarnos a un famoso en el súper:
Salir de la cotidianidad y la rutina nos encanta. Pensar que iríamos al súper por algo rápido y que terminemos tomándonos fotos con Ninel Conde es emocionante, ya sea para reírnos o porque sí somos fans. Y nadie sabe ser más fan que los chilangos.
Pagar menos por error del mesero:
Unas cubas gratis no le caen mal a nadie, y cuando el recibo llega con una que otra cosa no cobrada es motivo de festejo. No se trata de robar, no lo malinterpreten, digamos que nos tocan “las de la casa”. Está increíble que un día salga algo mal a nuestro favor.
Encontrar a un mecánico que cobre la mitad:
Después de escuchar un presupuesto elevadísimo buscamos una segunda opción, y si resulta más barato es motivo de felicidad, logramos esquivar a “un rata” que por más de la mitad quería hacer lo mismo. Por eso es bueno pedir siempre una segunda opinión.
Las probaditas del súper:
Comer gratis nos encanta, es padrísimo ir de compras y salir con el estómago lleno gracias a todas las muestras gratis que nos dieron. Y es que para comprar hay que probar. Que las marcas sigan con esta dinámica.