1. Cambiamos nuestro vocabulario
Esto es más evidente en los hombres. De hablar de una forma que sólo podríamos escribir así “$%&/@” pasan a deformar el español en frases como: “te extraño mucho, mi shielooo”, y toda clase de cursilerías escritas mal intencionalmente, porque se ven más lindas y empalagosas, y definitivamente demuestran más amor que cualquier cursilería escrita decentemente.
2. Escribimos poemas y piropos chafísimas
Las rosas son rojas, las violetas azules, y nosotros unos poetas nefastos. Cuando estamos enamorados sale nuestro escritor reprimido (que por buenas razones se encontraba así), con una sarta de tonterías, como “Tus ojos son tan grandes y hermosos que para dormirte a las diez tienes que empezar a cerrarlos a las seis”. En vez de sonar románticos, dejamos claro que por algo no estudiamos Letras.
3. Inventamos apodos cursis
Muchos hemos pasado por esto: De repente en vez de llamarnos Juan, Mariana, o como sea, pasamos a ser Cuchurrumín, Terroncito, o cualquier palabra empalagosa que acabe en diminutivo. Y lo peor es que cuando menos te das cuenta, ya no eres “osi” sólo para tu pareja, sino para los amigos, la familia, y todos aquellos que disfrutan de burlarse de lo idiotizado que te tiene el amor.
4. Nos convertimos en decoradores
Llenamos coches con post-its, pedimos pizza con el peperoni acomodado en forma de corazón, llenamos los cuartos de flores y globos, disfrazamos al perro de Cupido… en fin, nuestras habilidades de decoradores encuentran un espacio para expresarse de la manera más kitsch, rosa y floreada posible… porque ah, qué bonito es el amor.
5. De repente sabemos de cosas que ni nos importan
Si nuestro amorcito es amante de la crianza de perros crestados chinos, casualmente somos la otra única persona en el universo a quien le importa eso. Si es fan del cine experimental, ¡qué coincidencia! nosotros somos fans de esas películas franco-anglo-afganas que sólo sus mismos realizadores conocen. Con sólo saber que a la otra persona le gusta algo, ese tema pasa de la indiferencia a la repentina sabiduría en nuestras cabezas.
6. Nos ponemos a hacer ejercicio
Y a dieta si es necesario. Sobre todo en la etapa de la conquista, queremos vernos perfectos para nuestro amor del momento. El problema aquí es que nuestros intentos por parecernos un poquito más a Megan Fox o a Ryan Reynolds duran una semana. ¿Así cómo?
7. Cambiamos nuestro status de Facebook un millón de veces al día
Ponemos toda clase de mensajes que puedan despertar la curiosidad de nuestro amor, (ligados al punto número 5), o bien, ponemos status que puedan ponerl@ celos@, como “Qué bien me la pasé con Juan. Te quiero mil :D!!”. También cambiamos nuestra foto de perfil miles de veces, para que se den cuenta de lo guapos que somos y de lo cotizados que estamos con tanto like.
8. Nuestros gustos musicales cambian
Eramos fans de Cradle of Filth, Chimaira, y la música de odio, sangre y destrucción; pero desde que llegó cierta persona a nuestras vidas hemos descubierto que las vocecitas cursis de Camila, y las canciones de Reik no suenan nada mal. Hasta nos sentimos identificados. Pasamos de los gritos guturales y riffs infernales a corear secretamente cosas como “mi vida sin tu amor no es máaaaaaaaas”.
9. Desaparecemos
Cuando menos nos damos cuenta, ya estamos más que borrados del mapa. Nuestros amigos se empiezan a preguntar si nuestro nuevo amor no es en realidad un secuestrador porque ya no damos señales de vida. Si aún existieran los letreros de gente perdida en los cartones de leche, seríamos famosos.
10. Nuestros temas de conversación se reducen a uno; Nuestra nueva pareja
Mareamos a todo aquel que tiene la desgracia de pasar nuestro camino con historias de lo maravillosa que es nuestra nueva conquista. A qué se dedica, su gran sentido del humor, la sonrisita que hace cuando dice que te quiere, lo bonito que respira… todo motivo de presumir. Como si a los demás les importara…