Si abandonáramos nuestra ciudad, en pocos años ésta volvería a llenarse de ríos y convertirse en un lago. Así lo escribe Alberto Kalach, el arquitecto que además de crear la biblioteca José Vasconcelos y la galería Kurimanzutto, propone dejar de resistirnos y afrontar nuestra realidad húmeda.
Cada año, los chilangos recordamos con furia nuestra naturaleza anfibia. Las aguas negras inundaron la avenida Río Churubusco en 2010 y la enorme tubería que corre a mitad del Viaducto Miguel Alemán se desbordó un año después; en 2014 hubo 320 encharcamientos en sólo dos días y el pasado 28 de junio, una tormenta convirtió el Circuito Interior en un caudaloso río que detuvo el tráfico por horas. En 1951, dos tercios de la ciudad quedaron bajo el agua durante más de una semana: el agua siempre nos reclama sus dominios.
Hace dos décadas, al amparo de la vanguardia arquitectónica y un entusiasmo juvenil, Alberto Kalach propuso una utopía: la Ciudad Lacustre, un modelo de nuestra urbe que integrara los antiguos lagos y ríos con nuestras calles actuales. La propuesta implicaba sanear los ríos de la ciudad para solucionar problemas como el desabasto de agua o las constantes inundaciones. De haber escuchado sus planes, hoy la Ciudad de México no sería una de las más amenazadas ante el cambio climático, conoceríamos los lirios de cerca y tendríamos una mínima oportunidad de reconciliarnos con nuestra ciudad.
REHIDRATAR ESTA CIUDAD ES URGENTE: GASTAMOS MÁS DE DOS MIL 500 MILLONES AL AÑO EN BOMBEAR EL AGUA NECESARIA PARA SUBSISTIR. RESCATAR LOS RÍOS, UNA OPCIÓN SUSTENTABLE, SERÍA MUCHO MÁS BARATO QUE OTROS PROYECTOS QUE NO HAN SOLUCIONADO LA CRISIS. CIUDADES COMO PARÍS, SEÚL O CHICAGO HAN PREFERIDO ESTA OPCIÓN.
Si no hubiéramos perdido los lagos y los más de 50 ríos que corrían por este valle, la pésima calidad del aire que nos mantuvo cinco días en contingencia ambiental —la más larga de la historia de la ciudad— el pasado mayo, tampoco habría sido un problema: el agua nos hubiera regalado más oxígeno y se hubiera prevenido la formación de contaminantes.
«El destino de la capital puede cambiar si resolvemos el problema del agua», me explica hoy Kalach. Sus ideas ya no suenan descabelladas: la ciudad gasta más de dos mil 500 millones de pesos al año en bombear el agua necesaria para sobrevivir. Propuestas como las de Kalach y otros urbanistas, además de ser sustentables, nos costarían menos. Hoy, muchas ciudades en el mundo parecen haber escuchado sus avisos; incluso en la Ciudad de México muchos coinciden: rehidratar la ciudad no es un sueño guajiro.
Una ventana en Chicago
Los edificios contiguos al río Chicago no tenían ventanas. Hace 20 años, este lugar era tan sucio que no había razón para asomar la cabeza hacia las aguas negras que corrían afuera. 100 millones de dólares después, en febrero de 2017, el alcalde de la ciudad, Rahm Emanuel, recibió una lluvia de aplausos dentro de un edificio nuevo de 52 pisos sobre la misma ribera: un transparente río rehabilitado por su gobierno se atisba por las ventanas.
Se trata en uno de los principales eventos de la agenda de ciudades por el cambio climático C40. Una veintena de alcaldes de distintas ciudades —incluida la Ciudad de México— se han reunido en el Chicago Riverwalk para discutir la necesidad de que las urbes dejen de convertir sus lagos, ríos y mares en sitios pestilentes: las corrientes de agua, además de la capacidad de aminorar el impacto del cambio climático guardan un inmenso potencial económico.
Cerveza artesanal, canastas con emparedados sobre mesas al aire libre, ancianos que pescan o turistas en kayaks rentados; la nueva escena gastronómica que ofrece sobre los nuevos pavimentos del río Chicago ha disparado el valor inmobiliario de la zona en más de 500 millones de dólares y ha detonado una ola de servicios que hace salivar a los inversionistas.
«Hay que deshacerse de la infraestructura subutilizada y repensar cómo estos espacios pueden convertirse en amenidades. Eso ayuda a maximizar el valor inmobiliario que muchas ciudades tienen en sus centros históricos», explica Emanuel en entrevista con Chilango. El alcalde asegura que la intervención, a la que se volcó su administración desde 2011, es parte de una tendencia internacional. Y es verdad.
Durante la sesión, Anne Hidalgo, alcaldesa de París y presidenta del C40, explica su empeño en la peatonalización de las riberas del río Sena, lo cual la ha llevado a ampliar las áreas públicas y mejorar la calidad del aire. Su estrategia le ha ganado a la Ciudad Luz al menos cuatro hectáreas de espacio público nuevo, en una ribera que es considerada ya patrimonio cultural de la humanidad, con vistas al museo de Orsay y al jardín de las Tullerías: en un espacio antes exclusivo para la circulación de autos, los parisinos ahora cuentan con jardineras, juegos infantiles, hamacas, exposiciones fotográficas, food trucks y jóvenes con gafas de pasta bebiendo vino. Un epicentro hipster parisino.
La ola llega también a otros rincones de Europa. En el verano, el ayuntamiento de Roma instala un mercado kilométrico que aviva la vida nocturna con conciertos al aire libre a un costado del Tíber. En Berlín, los alemanes enloquecen al terminar la primavera y convierten el Spree en un gran asoleadero dotado de camastros y jardines.
Durante el encuentro en Chicago, en cambio, la Ciudad de México mostró, como únicos logros, un pozo de aguas profundas y el Parque Lineal La Viga, el primero en la ciudad diseñado para captar el agua de la lluvia y almacenarla para uso de los vecinos. Ni un solo río o lago sano pudimos presumir ante el mundo.
Una conversación sobre el Viaducto
Este podría ser un día de campo como cualquier otro. Pero no. Los más de 50 campistas se encuentran encaramados sobre una enorme estructura de concreto que divide los carriles del Viaducto Miguel Alemán.
Este podría ser un día de campo como cualquier otro. Pero no. Los más de 50 campistas se encuentran encaramados sobre una enorme estructura de concreto que divide los carriles del Viaducto Miguel Alemán.
El “Picnic sobre el río” es una manifestación pací- ca con la que se busca recordar que debajo del Viaducto corre un río cuyo caudal, en época de lluvias, se compone en su mayoría de agua limpia. Se trata del Río Piedad, uno de los afluentes que las autoridades sometieron con concreto en los años cincuenta.
Elías Cattan, uno de los organizadores, es también fundador del Taller 13, un estudio de diseño urbanístico que promueve la “arquitectura regenerativa”. Desde hace varios años, Cattan y su equipo han organizado todo tipo de iniciativas para recuperar los ríos en todo el país e integrarlos a las grandes urbes.
Uno de sus principales proyectos es recuperar el Río Piedad. Su plan implica crear un parque lineal, el cual resguardaría el agua de las montañas del poniente hasta su desembocadura en los barrios del oriente, aquellos que padecen más la falta de agua, y crearía un espacio recreativo que uniría el sur con el norte. La obra sería apenas una muestra de lo que podría ser desentubar el medio centenar de ríos que algún día corrieron por aquí: Mixcoac, Churubusco, San Joaquín, Miramontes y un muy largo etcétera.
«Con lo que costó la planta de Atotonilco (35 mil millones de pesos) regeneraríamos toda la cuenca», explica Cattan. Las proyecciones del Río Piedad elaboradas por su equipo han acaparado titulares en los medios, pero no han logrado despertar el interés de los capitalinos por una ciudad de agua. A los chilangos nos preocupan los autos y no es para menos: aun con cinco carriles en cada sentido, el Viaducto es insuficiente, recorrer siete kilómetros puede tomar más de una hora en hora pico.
Roberto Remes, experto en movilidad urbana, ha propuesto dos soluciones de tránsito al proyecto de Cattan: una autopista urbana que corra por debajo del Viaducto y que deje en la superficie un tránsito local y pacificado, compatible con el río; además de un sistema de metrobuses con dos carriles por sentido.
«La Ciudad de México expulsa toda su agua hacia las afueras —se queja Cattan—. Somos una ciudad con diarrea permanente que luego paga a un precio carísimo traer agua de otra parte. Cualquier organismo deshidratado está condenado a morir. Tenemos que cambiar eso».
Seúl o el ejemplo a seguir
En Seúl, capital de Corea del Sur, los inviernos son severos; por eso el sol se recibe con entusiasmo. En los días calurosos es posible ver a los oficinistas de Samsung almorzar a la orilla del río Cheonggyecheon mientras remojan los pies en el agua.
Chicago y París parecen ejemplos extraordinarios, ajenos —en tamaño y en historia— a la Ciudad de México. Seúl, en cambio, es una ciudad de 25 millones de habitantes, capital de un país en desarrollo veloz y epicentro de grandes movimientos sociales; un lugar similar a esta ciudad que, como nosotros, pavimentó uno de sus principales ríos debido al asco que provocaba la suciedad de sus aguas.
El Cheonggyecheon fue cubierto paulatinamente desde fines de los años cincuenta; a partir de 1976, sirvió de eje para un segundo piso vehicular; a partir del 2003, sin embargo, la autopista fue demolida y el río, desentubado.
Hoy el Cheonggyecheon es un río que cruza y da vida al corazón de la ciudad. Para comprobar los efectos de la obra, un grupo de estudiantes mexicanos de desarrollo urbano fuimos invitados a la capital coreana en el 2013: cada mañana, vecinos de otras partes de la ciudad llegan a correr a la ribera, rodeada de espacios vegetales donde ahora habitan especies de aves e insectos que no habían sido vistas en años dentro de la región.
A lo largo de sus ocho kilómetros, el brazo de agua une puntos clave dentro de la ciudad, desde el ayuntamiento hasta el castillo histórico, pasando por uno de los corredores corporativos más importantes de Seúl. En lugar de una línea recta y monótona, el fino diseño del arroyo funciona como un parque público, compuesto por un entramado de caídas de agua, con isletas de vegetación, puentes y cruceros empedrados que son aprovechados por toda la población.
«Después de décadas, debido a los altos costos de mantenimiento de la autopista elevada y a la necesidad de mejorar la calidad del aire, el alcalde Lee Myun-bak decidió remover la autopista y restaurar el río», explica en entrevista Jeong Youngwha, director del departamento de administración del Cheonggyecheon.
Jeong, un hombre delgado que viste camisa suelta y sin corbata para no sofocarse cuando camina a su trabajo por la ribera del río, no derrama elogios cuando habla del arroyo. Su carácter mesurado parece a tono con su principal tarea en estos días: evitar que el río se desborde durante las intensas lluvias. Pero no puede evitar enumerar las ventajas: el río abrió en el paisaje un corredor de viento por el cual se ventila el centro de la ciudad, consiguió disminuir en 3.6 grados la temperatura del área durante el verano caluroso, disminuyó un 7% el polvo, y aumentó la presencia de especies de 98 a 788.
«Antes aquí había solo carros —dice Jeong desde su oficina, contigua al río —. Ahora hay negocios, vegetación, y la gente adora tener un lugar para relajarse».
REGENERAR LOS RÍOS ES CADA DÍA MENOS RARO. EL PASEO DE SANTA LUCÍA ES YA UNA DE LAS ATRACCIONES TURÍSTICAS MÁS VISITADAS DE MONTERREY Y GENERA UNA IMPORTANTE DERRAMA ECONÓMICA. EN TAMPICO, EL CANAL DE LA CORTADURA UNE LA LAGUNA DEL CARPINTERO CON EL RÍO PÁNUCO, LO CUAL HA AYUDADO A REVITALIZAR EL CENTRO HISTÓRICO, ABANDONADO HASTA HACE POCO.
Hacia una Ciudad Futura
Recuperar el Cheonggyecheon tardó sólo dos años. Cuando se inauguró, parecía una hazaña exclusiva de Corea, una extravagancia oriental, similar a los perros robóticos y a las redes de telefonía 5G. Hoy, regenerar los ríos es una tendencia. Incluso en México tenemos varios ejemplos: la apertura del Canal de la Cortadura, logró unir la laguna del Carpintero con el río Pánuco, en el centro de Tampico. El Paseo de Santa Lucía, inaugurado en 2007, conectó la Macroplaza con el Parque Fundidora en Monterrey.
Mucho antes, en 1997, arquitectos como Teodoro González de León —creador del Palacio de San Lázaro o el Auditorio Nacional y “el Pantalón” de Santa Fe— habían diseñado junto a Alberto Kalach proyectos como Ciudad Futura: un compendio de medidas que, además de contemplar la regeneración de ríos, canales y bosques, proponía inundar con aguas tratadas los terrenos todavía libres al nororiente de la ciudad, esas zonas que ocuparon los antiguos lagos de Texcoco, Chalco y Zumpango.
Los planes de reverdecer la ciudad fueron planteados no sólo como una propuesta ecológica, sino de desarrollo que dignificaría zonas como Chimalhuacán o Neza. Inundar de nuevo los lagos tardaría, según estimaciones de Kalach, unos 10 años y proveería de agua a 30 millones de personas, número mayor a la población actual de la capital.
«El problema es la falta de visión para emprender algo así», nos explica Kalach. No oculta el desencanto: su propuesta tuvo que esperar una década para encontrar un mínimo eco. «La idea de Ciudad Futura aún es válida y lo seguirá siendo. Las crisis que vivimos es un llamado a organizarnos».
Es cierto: la agenda política no contempla proyectos como éstos y la sociedad aún los mira como algo imposible. Cuenta Kalach: «En el 2000, la Secretaria de Medio Ambiente, Julia Carabias, dijo que era un cuento de hadas».
Elena Burns, académica de la UAM y experta en el problema hídrico de la ciudad, calcula que regenerar la cuenca y reforestar el Valle de México costaría unos 137 mil millones de pesos; menos de los 158 mil que cuestan la megaplanta tratadora de Atotonilco, el Túnel Emisor Oriente y otros proyectos que han fallado en resolver la crisis del agua.
Por su “compromiso visionario” para resolver problemas urbanos, Ciudad Futura obtuvo una mención especial en la bienal de arquitectura de Venecia de 2002. Ocho años después, al presentar el libro Ciudad Futura, Kalach dijo: «es la última oportunidad de rescatar el entorno, antes de que un colapso concluya la historia de la ciudad moderna». Su advertencia sigue en pie.