Antes de pensar en reabrir los ríos entubados, deberíamos rescatar el último río vivo de la ciudad, asegura Fernando Mercado.
El jefe delegacional de la Magdalena Contreras ha intentado tres veces a limpiar el afluente que recorre su demarcación. En cada ocasión ha encontrado autos, motocicletas, sillones o refrigeradores.
«Iniciamos en octubre de 2015 y ahora llevamos unas 42 brigadas de limpieza», explica Mercado en entrevista. «Cada vez se encuentra menos basura, ahora solo son latas o botellas de plástico».
Así va la lucha por sanear el último vivo de la capital que no ha sido soterrado o entubado. El último brazo de agua que nos regala un murmullo distinto al del tránsito de carros.
La salud del río es vital para la zona por dos razones principales. En principio, abastece de agua a la población local y genera una derrama económica por ecoturismo. Además, la UNAM identifica al río Magdalena y su cuenca como un sustento de biodiversidad y un capturador de carbono. Sin embargo, el delegado de Magdalena Contreras identifica otra justificación que incumbe al resto de la ciudad.
«Este río representa la viabilidad de la ciudad en el corto y mediano plazo», afirma Mercado.
El contacto humano
El Magdalena nace en la sierra de las Cruces y recorre poco más de 20 kilómetros hasta su desembocadura con el río Churubusco. Brota transparente en medio del bosque. Es el contacto con la mancha urbana lo que lo convierte en un flujo turbio y hediondo.
Durante los últimos siglos, el Magdalena ha provisto de energía –por medio de las hidroeléctricas que hoy conocemos como Los Dinamos— a fábricas textiles, irrigado las huertas de los carmelitas en el antiguo convento del Carmen y arrullado los puentes de Chimalistac en Coyoacán. En suma, ha prodigado vida a buena parte del sur-poniente de la ciudad. A cambio, la ciudad lo ha sumido en la miseria.
El contacto humano es tan decisivo para la salud del río, que los esfuerzos por conservarlo se centran en su tramo donde aun es suelo de conservación. Muchas casas aún hacen descargas de aguas sucias en su cuenca. Pero la principal fuente de contaminación son los visitantes que dejan su basura, según las autoridades delegacionales.
En 2007, el gobierno de la ciudad asignó un presupuesto de 4,750 millones de pesos que deberían pagar por un río sano hacia 2012. El objetivo se perdió entre las transiciones de gobierno. A la fecha existe un presupuesto de 10 millones de pesos para evitar que el río muera. El dinero es invertido en trampas de grasa de cocina en las coladeras y baños ecológicos. El objetivo es que los comercios de la zona no viertan sus desechos. Además se instalan señalizaciones y luminarias.
«El Río Magdalena es una oportunidad única de tener una cultura de respeto a la naturaleza y al agua», afirma el físico de la UNAM, Juan Tonda. «Magdalena podría ser un motivo de orgullo para la población, con múltiples beneficios recreativos, deportivos».