¿Conoces el Parque Lira? Acá su historia y datos curiosos
Si nunca has visitado o hace mucho que no vas al Parque Lira, te compartimos algunos datos históricos y curiosos de este “pequeño rinconcito” chilango.
Por: Carlos Tomasini
Hay chilangos que creen que Parque Lira es solamente el nombre de una avenida; sin embargo, se trata de un verdadero parque localizado en esta vialidad del barrio de Tacubaya y que debe su nombre a Vicente Lira Mora, un empresario textil que también era filántropo y coleccionista de arte.
Él fue el último habitante de este lugar que era una elegante residencia privada que adquirió por allá de 1918 y en la cual, por cierto, reunió una impresionante biblioteca de más de 11 mil 200 libros de los siglos XVI al XX y que ahora está bajo resguardo de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Iztapalapa.
Parque Lira ¿residencia presidencial?
En 1934, Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia y no quiso vivir en el Castillo de Chapultepec –lugar en donde, hasta entonces, solían vivir los presidentes de México– debido a que le parecía muy ostentoso.
Cárdenas consideró varios lugares para la nueva residencia presidencial, entre ellos, la casa de Lira Mora, debido a que buscaba un lugar rodeado de jardines que le recordaran sus días en su natal Michoacán; al final, se decidió por el rancho de La Hormiga, al que después bautizaría como Los Pinos.
De todas formas, en 1937, Cárdenas expropió esa casa junto con sus jardines y la usó para crear la Escuela Técnica Industrial y Comercial de Tacubaya, la cual permaneció abierta hasta 1947. Tras otros usos y desusos, la residencia fue demolida en 1960 y de ella sólo queda la terraza que completaba su fachada.
El lugar elegante de la Nueva España
Actualmente, Tacubaya es una de las zonas en donde todavía se pueden ver muchos de los contrastes originales del ambiente social chilango, tanto en su arquitectura, sus calles y hasta en su gente. Pero entrar al Parque Lira es una especie de viaje en el tiempo que puede complementar esa experiencia e imaginarse cómo fue la Ciudad de México de hace unos siglos.
En la época Virreinal, a los chilangos muy pudientes les encantó esta zona debido a que se encontraba alejada del corazón de la ciudad, estaba rodeada de vegetación y tenía un par de ríos cercanos. Resultaba un paraíso comparado con el polvoriento y apestoso centro de la ciudad que, además, se inundaba constantemente.
Desde aquí podía verse la ciudad completa y era un punto ideal para pasar los días de descanso, por lo que el conde José Justo Gómez de la Cortina decidió edificar su lujosa residencia justamente en los terrenos del actual Parque Lira.
En esa época, se mandó a construir en los jardines una gran capilla —que todavía existe y sirve para eventos y exposiciones—, fuentes y diversos espejos de agua que complementaban un elegante lugar en el que la alta alcurnia acudía a participar en fiestas y reuniones invitados por el conde.
Años después, el conde se quedó sin dinero y tuvo que vender estas bellas instalaciones campestres a Eustaquio Barrón —en realidad, se llamaba Eustace, debido a que era de origen inglés, pero en español sus cuates lo conocían como “Eustaquio”—, un acaudalado heredero que era propietario de terrenos, fábricas y minas en Nayarit.
Él le encargó al prestigiado arquitecto Javier Cavallari, quien llegó de Italia para dirigir la Academia de San Carlos, una remodelación al lugar, cuyo sitio más representativo es un arco que se encuentra todavía a la entrada del parque, en el número 128 de Parque Lira.
La sede de la delegación
Como dijimos, esta residencia original fue demolida, pero en el lugar queda otra que todavía se conoce como “Casa Amarilla”, la cual es hoy sede de la delegación Miguel Hidalgo y que, hasta los años 70, funcionó como orfanato para niños con discapacidad.
Además del color, debe su nombre a que fue propiedad de alguien conocido como “Marqués de las Amarillas” a mediados del siglo 18, aunque fue construida a inicios del siglo 17 para recibir a padres franciscanos y expropiada al clero después de la Independencia.
Un buen paseo
Casi todas las visitas al Parque Lira se quedan en la Delegación, pero el parque cuenta con caminos, andadores, balcones, fuentes y áreas verdes que de verdad son una especie de oasis a unos metros del pesado tráfico de la zona.
El parque ha sido remodelado y abandonado muchas veces en 40 años, por lo que se pueden ver lugares muy bellos y cuidados junto a otros descuidados y con basura, además de que a ciertas horas luce tan solitario que da algo de desconfianza caminar por ahí.
Hay juegos infantiles más o menos conservados, pero para llegar a ellos hay que subir una escalera de piedras con escalones rotos; también hay un deportivo, fuentes, caminos en los que se puede correr y extensas áreas para que los animalovers puedan pasear a sus perros.
Hace unos años, se construyó una pista de skateboarding dentro de lo que solía ser un ojo de agua, se borraron algunos grafitis y se colocaron luminarias para hacer el lugar más atractivo y quedaran atrás esos días en los que ni los vecinos querían visitar este parque.
La campana de la paz
Otro lugar curioso se encuentra al interior de una especie de rotonda delimitada con una antiestética alambrada. Ahí hay una campana dentro de una pequeña pagoda, la cual tiene grabada la frase “Campana de la Paz Mundial” y algunos caracteres japoneses.
El visitante primerizo no puede saber mucho de ella porque ya no existe la placa que explicaba qué es, pero resulta que es una campana donada por Japón como muestra de amistad en 1990 (hay quien dice que fue en 1985 tras los terremotos debido a que, cuentan, estas campanas ayudan también a medir la intensidad de los sismos) y que es réplica de la que se encuentra en Nueva York, en la sede de la Organización de las Naciones Unidas, la cual fue creada en 1954 con medallas y monedas de los países miembros.
La campana del Parque Lira fue robada en 2010 y fue repuesta por el Gobierno japonés —sí, nos regalaron otra ogualita— en agosto de 2012, dentro del marco del 67 aniversario de los ataques nucleares a Nagasaki e Hiroshima. Para muchos pasa inadvertida pero cualquier persona puede pasar y hacerla sonar, descubriendo su peculiar sonido.
Así que vale la pena darse la vuelta por el Parque Lira para conocerlo, disfrutarlo y, especialmente, darle un poco más de vida.