Puedes verlos en la calle, a unos pasos del metro Juárez: jóvenes con mirada ansiosa, a veces resignada, que ven al interior de un edificio del siglo XVII en el Centro Histórico, en ruinas, pero aún en pie, quién sabe cómo o por qué. Dentro suena la música estridente de algún grupo salsero, la Banda El Recodo o un cantante de bachata. Estos chicos buscan cómo completar los 100 pesos que piden para entrar a un salón de baile que abre todos los domingos y que se ha convertido en el centro de reunión de los que gustan de la música sonidera.
También hay chicas: en la acera de enfrente se juntan para esperar quién les invite la entrada. De no más de 22 años, muy bien arregladas, con falda de bolitas o blusa de flores.
Nos decidimos a entrar. En la puerta las medidas de seguridad son muy estrictas. Un hombre fornido de 1.80 de estatura nos impide el paso: "¿Qué buscas, hermano?" "Sólo quiero echar una chela", decimos. "Paga el cover y allá te revisan. Tus cosas las dejas en la paquetería".
Dejamos la mochila y la mujer encargada nos dice que "aquí hay seguridad. Son 15 pesos, pero si quieres deja una propina más". Ponemos 10 pesos en una copa de cristal. Al mismo tiempo da indicaciones a una chica que vende botana. Compramos algo y alcanzamos a ver que lo mismo vende cacahuates que toallas femeninas.
Federico Gama, fotógrafo, define a algunos de estos jóvenes como "mazahuacholoskatopunks": "Son jóvenes indígenas y rurales –hombres y mujeres- que provienen de diferentes estados de la República Mexicana como Hidalgo, Veracruz, Oaxaca, Estado de México y Puebla, entre otros. [...] son inmigrantes que trabajan en empleos similares (la construcción, los hombres y las labores domésticas, las mujeres) [...] se buscan y se encuentran los domingos -su único día de descanso- para socializar, divertirse, platicar, bailar, comer, tomar cerveza y buscar pareja".
Dentro, hay cerca de 20 hombres que vigilan a los bailadores. Todos con playera naranja, que van de un lado a otro. Nos acercamos a la barra improvisada: lata normal de cerveza a 25 pesos. Lata grande a 40. También hay Coca Cola. Se vende a discreción y todos los asistentes tienen acceso a todo. Sin pedir mayores informes.
En el centro de la pista, varias parejas se mueven con sus mejores pasos. Alrededor, muchos se acomodan en grupos: mujeres platicando o viendo el celular y los jóvenes que no se animan a sacar a bailar a las chicas. Muchos piden un six y se contentan con ver a los demás, moviendo la cabeza al ritmo.
Hay varios que se destacan: un chico alto con playera tipo Polo y con fuerte musculatura baila reggaetón con muchas mujeres alrededor. Una chica con vestido rosa fluorescente acapara la mirada de los hombres. Junto a nosotros pasa un joven de no más de 20 años con paliacate en la cabeza que insiste una y otra vez, invitando a bailar a las mujeres que están sentadas, sin éxito. Sacamos el celular para tomar una foto: en seguida los jóvenes de playera naranja empiezan a chiflarse para señalarnos. Dos de ellos se paran junto y tenemos que guardarlo rápidamente.
Sacamos a bailar a una chica del lugar:
- ¿Bailas?
- ¿Sabes bailar?
- Claro
- Bueno, está bien (dice eso mientras nos ve de pies a cabeza)
Se llama Nayelli. Nos contó que va con sus amigas cada domingo "porque es un lugar chingón y en las tardes se pone bueno". El animador pide porras para la gente de Puebla y decenas de jóvenes gritan, animados. "No se vayan, a las seis llega el grupo", dice en el micrófono.
Agradecemos el baile y nos vamos a un rincón, a seguir bebiendo.
Un joven de no más de 20 años se sienta junto. "¿Ya viste a las morras?" dice. "Me gusta la de saquito", señalando a una chica que va con sus amigas y que se da cuenta de que la estamos viendo. Nos regresa una sonrisa. "Ya la armaste carnal, deja tu chela y acá nos vemos".
Sacamos a bailar a la chica de saco café, que no dice nada. Al ritmo de reggaetón baila sin entablar conversación. La acompañamos de regreso y volvemos a nuestro rincón. Por supuesto, el tipo con el que platicábamos ya no está, ni nuestra cerveza que dejamos a la mitad.
Dos chicos comienzan a pelearse en el fondo. No a golpes, pero sí empujándose. Un hombre de seguridad nos dice "no te espantes, chavo, esto siempre pasa". Los sacan del lugar. Poco después llega el grupo que toca en vivo y el lugar se vuelve una locura. Jóvenes besándose apasionadamente en la pista y otros más, en las escaleras, tocándose ansiosamente.
Un grupo de chicas dirigen la mirada hacia donde estamos. La más risueña, con blusa café muy ajustada, hace un gesto con la cabeza para que la saquemos a bailar. Lo hacemos y después de eso, abandonamos el lugar. El tipo de la salida nos dice:
- ¿Qué? ¿Ya tan pronto? ¡Si ya está bien chido!
Y sí: está bien chido. Salimos y vemos a los mismos jóvenes en la calle, esperando a que salgan las chavas. La esperanza de un ligue dominguero en la Ciudad de México.
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