En Tepito hay una mujer que a todos trae de bajada. Es la campeona de albures y, para ella, hablar en doble sentido es una forma de vida. Si la quiere conocer póngase en Pino Suárez, viendo para Catedral, y se viene todo derecho.
“Lourdes se instala frente a su público, recargada en una mesa pero sin sentarse. Antes de iniciar, suspira; como si aún le diera nervios estar frente a una multitud. Para romper el hielo, pregunta: «¿Ya leyeron la introducción del encabezado?» Algunos, no todos, se ríen de inmediato. Cuando vuelve el silencio, ella explica, más seria: «El taller consiste en que…
Lourdes es Lourdes. Tenemos que ser nosotros mismos. Aquí al pan, se le llama pan; y al vino, vino. Hay que evitar la idea de las groserías… La regla número uno es no decir una sola grosería. No, el albur está confundido –y dije “confundido”, no “con fundillo”–. No: el albur no
es la leperada. Miren, una mentada de madre hasta el más tonto la entiende… pero un albur fino, es difícil y no cualquiera lo agarra».
Alrededor de 40 personas la escuchan en la Galería José María Velasco, en la calle de Peralvillo. La mayoría de ellas son mujeres jóvenes estudiantes. Seis o siete hombres nada más. Además, hay un grupo de estudiantes de Psicología que preparan una tesis sobre el albur. Saben que para entenderlo a fondo, deben escuchar a Lourdes Ruiz.
«El albur consiste en genitales. De hombre y mujer.»
«Han de decir: ¿por qué una mujer es la que da los talleres de albures?
También los hombres los dan, no vayan a creer. Sí, los talleres y los tallones. Pero, por qué una mujer si estamos en un país lleno de machitos, ¿no? Pero tan sencillo: macho se escribe con m de mujer. Atrás de un hombre siempre hay una mujer… al lado, adelante o como sea. Han de decir: “Es que no se puede alburear a una mujer”. ¡Sí, como no! Las mujeres podemos alburear a los hombres: ellos tienen lo que nosotras queremos, pero nosotras somos dueñas de lo que ellos desean.» La diferencia se antoja importante.
«Para aprender a alburear, lo primero que hay que hacer, es ser uno mismo. Ser auténtico. Yo soy yo. No imito monos ni engrandezco pendejos. No soy la Chupitos ni Polo Polo. No traigo un sketch. Lo que tú me platiques, yo te contesto; tú lo entiendes como quieras. Piensan que estás diciendo cualquier cosa, aunque tú te estés riendo por dentro… O por fuera. Cuando está por fuera, ¡te ríes más! Yo me fijé la meta de aprender a hacerlo, desde el principio, para chingarme a la gente».
–¿Entonces es un juego de sometimiento? –pregunta una estudiante.
–No. El albur es un ajedrez mental –corrige Lourdes sin titubeos.
(…) Lourdes explica por qué, según ella, el albur es un ajedrez. «Tengo que adelantarme a pensar lo que me van a decir y saber qué voy a contestar. Para eso, hay que tener el cerebro alerta y receptivo; si no, te chingan.»
–¿Si yo ahorita te jugara un volado de a tu raya contra lo que me sobra? –pregunta Alfonso Hernández, amigo de Lourdes, director del Centro de Estudios Tepiteños y organizador del taller.
—¡No creo que te alcance! –se carcajea ella–. Quiero que sepan que, anteriormente, Alfonso vivía en Paraguay y hoy ya se cambió a Manuel Doblado.
–Por eso hay que bajar de la repisa a San Mamerto –replica Alfonso.
Las risas llenan la galería. A Lourdes le da gusto oír a la gente cuando ríe.
«Ya nadie tiene esa chispa, esa cabulita –sigue la maestra–. Nadie quiere leer, nos hacemos huevones y no porque tengamos las manos chicas. Aprietas un botón en la computadora y sacas el resumen de cualquier libro.
Hoy los chavitos sólo saben conjugar tres verbos: meter, sacar y sentarse. ¡Y hay muchísimos más! Tenemos una lengua muy rica, ¡sin albur! Ya no hay esa picardía. Antes éramos buenos para los apodos. Yo tenía un amigo en la secundaria que le decíamos “El Comal”, porque nada más “calentaba gordas”.»
«Antes los papás se preocupaban por qué nombre ponerles a sus bebés. En cambio, ahora todos se dicen “güey”. Estoy convencida de que si en las escuelas dieran una hora de taller de albur, seríamos una potencia en matemáticas y ciencias exactas. Todo es agilidad mental.»
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