La leyenda del judío cabalista de Iztacalco
La leyenda cuenta que el judío se aparecía justo en la calle de San Miguel, muy cerca de calzada de La Viga, a leer la Torá.
Por: Colaborador
La Casa de Cultura de los Siete Barrios, el centro cultural del pueblo de Iztacalco guarda varias historias de fantasmas y aparecidos. Una en particular, por sus características, pronto alcanzará la categoría de leyenda.
Lo cuenta el maestro Francisco Cázares Alvarado, cronista de Iztacalco. Un día de 1975, el entonces director de la Casa de Cultura de los Siete Barrios, el arquitecto José Hernández, le hizo notar que cada último viernes de mes, a las 12 del día, un hombre se colocaba en la salida, en la calle San Miguel, justo donde se encontraba un riel que databa de la época de la Revolución. El sujeto usaba la vestimenta de los judíos ortodoxos: saco largo, pantalón, zapatos y un sombrero de ala ancha, todo en negro, a excepción de la camisa blanca. Usaba la barba crecida hasta el pecho y los mechones largos que nacían en las patillas —las peyot—, que suelen arreglar como caireles.
Se colocaba con la espalda hacia la pared, sin recargarse, con un libro grueso entre sus manos, abierto, probablemente la Torá. En seguida comenzaba a balancear el cuerpo hacia adelante y atrás sin moverse de su lugar, sin quitar la mirada en el libro. Oraba. Tras 15
minutos cerraba el texto y caminaba hacia la Calzada de la Viga.
El cronista y el arquitecto acordaron, la próxima vez que vieran al sujeto, preguntarle sobre su extraño ritual. Un viernes que sacaban esqueletos, esculturas de obsidiana y otros objetos de una excavación arqueológica dentro del inmueble, apareció el judío con su acostumbrado ritual. Al verlo, Francisco Cázares y José Hernández salieron a su encuentro para preguntarle quién era y por qué hacia esa extraña ceremonia ahí. Al dirigir un “Señor, buenas tardes”, el sujeto huyó. El cronista y el arquitecto lo siguieron. Mientras corría al judío se le cayó una moneda de plata con símbolos que recordaban a los del Zodiaco, un sol y algunos triángulos.
“¡Señor, tiró su moneda!”, gritaron los hombres al tratar de darle alcance. Pero el judío no detuvo su carrera. Dio vuelta sobre Calzada de la Viga y no lo vieron más. En ese tramo no existe otra calle que desemboque sobre la vialidad. Extrañamente el judío había desaparecido.
Los hombres regresaron a la calle de San Miguel, junto al riel. Su curiosidad aumentó. El reloj marcaba las 12:15. El arquitecto se paró en el mismo sitio y posición que el judío. De pronto el director de la Casa de Cultura empezó a balancear el cuerpo hacia adelante y atrás.
Francisco se lo hizo notar. “¡No! ¡Yo no soy! ¡Alguien me está moviendo! ¡Siento algo raro!”, gritó el hombre, mientras sus manos empezaron a amoratarse
Francisco reaccionó y lo jaló del brazo. Cuando José Hernández se recuperaba, el cronista tomó su lugar en el riel. Notó que una fuerza le movía la espalda y la cabeza, vio que sus manos comenzaban a adquirir tono morado y empezó a sentirse muy débil. De un jalón, el arquitecto lo quitó de ese lugar.
Días después alguien se llevó el riel. Francisco investigó pero nadie vio quien hurtó el objeto. La moneda fue llevada a varios expertos y representantes de la comunidad judía en México para que la examinaran; nadie, hasta la fecha, ha sabido interpretar los símbolos que tiene grabados. Sólo atinan a decir que tiene referencias cósmicas y religiosas.
El judío jamás regresó por el Pueblo de Iztacalco. Curiosamente, después de este incidente, no volvieron a espantar o aparecer espectros en la Casa de Cultura de los Siete Barrios.