Amante de la juerga, adicto a la pasión, al olvido, a las lágrimas y al alcohol, Joaquín Sabina es arropado por la parranda chilanga. Acompañado por siete grupos de mariachis, interpretando canciones a diferentes nocheriegos que ignoran sus pasos, Sabina cruza la Plaza Garibaldi para instalarse en el Tenampa, echar tequila y bohemia.
Es media noche, en la puerta lo aborda un elemento de seguridad privada y un mesero, quien le ofrece un lugar. Pero él busca la mesa del rincón. Evita el protagonismo, que su reconocimiento público no acabe con las celebraciones y conversaciones de otras mesas. Lo que jamás niega es un autógrafo, o una foto con celular.
Hay pocas personas en el salón, por eso gira a la izquierda, elige y se encamina a la mesa esquinada, la de asientos acolchonados, pegada a la barra, debajo del mural de José Alfredo Jiménez. El papel picado que adorna el techo de la cantina a esta hora, lejos de darle un toque festivo, le da uno lúgubre. En su visita anterior, Sabina de sentó bajó el mural de Pedro Infante, también en el rincón.
Joaquín Sabina ha declarado que el Tenampa es su “lugar favorito de México”, y le agarró gusto por las invitaciones de su “cuatacha Chavela Vargas”. Por eso, cada que llega a la cantina, pide una botella de tequila y varios caballitos para sus acompañantes. Intenta encender un cigarro y es abordado por el mesero que le indica que por nuevas disposiciones no se puede fumar en el interior. Ahora le tiene un poco de recelo al Tenampa porque “”ya no dejan fumar y eso es contra Dios”.
Tanto quiere al Tenampa que hasta un poema le dedicó: El mismo octubre rojo, tan marchito / tan deudo de la piel de la canela / Tenampa hablaba a gritos de Chavela / nadie me entenderá como Panchito. / Anoche vino el Gabo y preguntó / por la silla del brillo de tu ausencia / dos mentiras piadosas y la urgencia / del alba de tu ayer me rescató.
Después de dos tragos, la garganta hace fuego. Un cartel a la entrada es una provocación directa, un reto, una diversión para Sabina: “Mariachi $120; jarochos $50”. Con voz curtida y afinada por litros de tequila y whisky pide a los mariachis. “¿Cuál le cantamos, patrón?”, pregunta el guitarrista detenido por el español: “Vamos a darle “Cielito lindo”, dice él y casi en automático siguen con “Cucurrucucú paloma”, “Llegó borracho, el borracho”, “Un puño de tierra” y “Noche de mi mal”.
Este idilio del español con la cantina fundada en 1925 crece. Sabina no deja de invocarlo y coquetearle, declararle su gusto. En el poema Bares también lo hace (Ciento volando): Tenampa, los grabieles, la oficina / el avión, la mordida, el piano bar / zambra, la noche, satchmo, la cantina,
Y, como en su canción, les dieron las diez y las once, las doce y la una y la dos… Y hasta ahí. Los mariachis callaron y el tequila no se volvió a servir. Era el último trago de este bohemio en el Tenampa, porque el local cierra a las dos de la madrugada.
Con la última caricia del tequila en los labios, Joaquín Sabina tomó la salida entre múltiples repeticiones de “gracias” y “buenas noches”. Partió plaza entre el anonimato para enfilarse a su hotel y descansar de su breve y condicionada estancia en el Tenampa de sus amores.
Dos años después regresó al mismo rincón, donde pasó su última noche en el Tenampa. Pero no lo hizo para saldar la factura de la parranda que éste le quedó a deber sino como parte del mural de Felipe González Aguilera “Ferguz”, un homenaje a Chavela Vargas en un concierto íntimo con sus amigos Frida Kahlo, Pedro Almodóvar, Miguel Bosé, Joaquín Sabina y José Alfredo Jiménez.
En el mural puede leerse: “Por el bulevar de los sueños rotos”, canción con la que el español le rindió homenaje en el Auditorio Nacional, junto a Joan Manuel Serrat.
Esa esquina era el rincón favorito de “La Chamana”. Y de Joaquín Sabina. A aquella mesa llegó por última vez Chavela Vargas, en silla de rueda y a pleno luz del sol. Hoy ella y Sabina están inmortalizados en el mural del Tenampa.