Cuando en 1950, Julián Santa Ana Barrera colocó las primeras muñecas a manera de espantapájaros en esta peculiar isla, jamás se imaginaría que tiempo después se convertiría en una de las macabras e inquietantes colecciones de México y el mundo.
Una a una se iban acumulando y si bien su objetivo original era alejar a las aves que se comían la siembra, poco tiempo después les dio un significado distinto: eran una especie de amuleto contra un espíritu que, se dice, ronda por el lugar.
La historia cuenta que un día, mientras Don Julián navegaba por estos canales, se encontró a la joven ahogada. El destino, la casualidad o alguna extraña fuerza hicieron que, años más tarde, en el mismo lugar en el que se encontraba la cruz de la muchacha, Don Julián se ahogara también. Hoy por hoy es su sobrino Anastasio el encargado de guiar a los turistas que desean explorar este perturbador lugar.
Llegar a la peculiar Isla de las muñecas no es cosa fácil: primero hay que vencer el obstáculo del miedo y después, una vez ya en el embarcadero de Nativitas, hay que tomar una trajinera que tarda entre dos horas y dos horas y media en llegar a este destino. Después de ver pasar kilómetros de parajes solitarios, al fin se llega a este lugar que le pone los pelos de punta a cualquiera.
Según nos contó Anastasio, hay alrededor de unas dos mil muñecas. Cuencas de ojos vacíos, brazos rotos, cabezas destrozadas, son mudos testigos del paso del tiempo.
“Hay muñecas de Canadá, Brasil, Holanda, Noruega, Inglaterra. Son donaciones de los visitantes que vienen y quieren dejar algo a manera de recuerdo”, nos dice. Pero no todos son tan generosos. Algunos, en vez de dejar muñecas, se las roban, para llevarse un “recuerdito” gratis.
Pero estas historias de robos han terminado mal. “Una vez unos chavos se embolsaron una muñeca, al parecer sólo por hacer la maldad. Ya estando en el embarcadero la botaron y cuando iban en el Periférico, se mataron en un accidente. Quién sabe si haya sido coincidencia, pero esa noticia fue muy famosa, salió en la tele y en los periódicos”, recuerda Anastasio.
Aunque no sabe bien a bien cuál sea la muñeca que lleve más tiempo, sí sabe cuál es la más visitada. “Allá adentro está Agustinita, que era la muñeca preferida de mi tío. Ella tiene ya unos 55 años acá, estaba desde que yo era niño. Hay quienes dicen que es milagrosa, vienen y le rezan, le piden favores. Una vez una muchacha de Tijuana que tenía años intentando embarazarse vino y le rezó. Luego de mucho tiempo regresó a agradecerle, porque ya había podido tener hijos”.
Para él, este lugar no sólo un atractivo turístico: es donde vive y trabaja la tierra. Aquí planea quedarse hasta el día en que la muerte se lo lleve y tengan que enterrar sus restos en el panteón de Xochimilco, donde su familia tiene perpetuidad.
Mientras tanto sigue y seguirá compartiendo residencia con los cuerpos desmembrados de las muñecas, con las voces de lamentos que se escuchan de noche y con las decenas de historias de espantos y apariciones que se conocen de este apartado lugar en las entrañas de Xochimilco.