Si paseas por el Centro Histórico de la Ciudad de México, particularmente por las calles cercanas al barrio de La Merced, encontrarás calles cuyos nombres han cambiado a lo largo del tiempo. Una de ellas, la calle de la Soledad —que se llama así pues ahí se encuentra la Parroquia de la Santa Cruz y Soledad de nuestra Señora—, durante siglos tuvo un divertido nombre: La Calle de la Machincuepa.
Esto se debe a una historia que tuvo su origen en los tiempos de la colonia, y cuenta las andanzas de Don Mendo de Quiroga y su sobrina Doña Paz de Quiroga. Ellos no podían ser dos personas más opuestas: mientras que el tío era todo menos atractivo debido a las múltiples dolencias que lo aquejaban, su sobrina tenía una gran belleza, pero también era altiva, soberbia y desalmada.
Cuando el padre de Paz murió, su tutela quedó a cargo de Don Mendo, quien mandó a pedir que trajeran a su sobrina desde España para que se quedara con él en su casona ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
A ella este cambio no le hizo ninguna gracia: a pesar de tener una gran cantidad de sirvientas y comodidades a su disposición, sentía que vivir en la Nueva España era descender de posición social. Debido a este cambio de residencia comenzó a odiar a su tío en secreto, a quien no le ocultaba su desagrado y desprecio.
No eran pocos los reproches y desplantes que Paz le hacía a su tío, cubriéndose incluso la nariz en su presencia, debido a los fuertes olores que este emanaba debido a la enfermedad de la gota que lo aquejaba y a la gran cantidad de medicamentos que consumía para poder controlar su mal. Paz veía en su tío un despojo viviente, y no veía llegar la hora e su muerte para heredar de él toda su fortuna.
Y así fue: Don Mendo de Quiroga y Marqués del Valle Salado murió entre las cuatro paredes de su habitación. Se cuenta que ni en sus últimos momentos Doña Paz se pasó por su habitación y en los novenarios tampoco estuvo presente. Sólo cuando llegó el momento de dar lectura al testamento, la soberbia e interesada sobrina pareció comenzar a prestar atención.
«Es mi voluntad que mi sobrina sea la heredera única y universal de todo cuanto poseí en vida», leía el notario, quien de repente, dejó ver una pícara sonrisa, y prosiguió: «Esta decisión sólo será efectiva si mi referida sobrina Paz de Quiroga, ante la vista de la concurrencia y en un día de plena ocupación de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, da una machincuepa (maroma) completa. De no hacerlo así, todos mis bienes pasarán a La orden de los Mercedarios, que fueron de mi devoción mientras yo viví».
Ante estas palabras, Doña Paz se desvaneció. Fue la forma en que, desde la muerte, su tío se vengaba de ella, humillándola. Sin embargo pudo más su ambición y se dispuso a cumplir con la última voluntad de su tío, que le garantizaría la cuantiosa herencia. Tres días después y después de haber practicado en sus aposentos, se dirigió en un lujoso carruaje a la Plaza Mayor de la ciudad, que hoy conocemos como el Zócalo.
Ahí, en una tarima puesta para la ocasión, después de tomar aire y valor, Doña Paz se arremangó el vestido y se dio la mentada machincuepa mientras el público se reía de ella y de su hazaña. Se rasgó la ropa y se calló su peineta, provocando que se avivaran aún más las carcajadas de los asistentes. Bajó del entarimado y entre lágrimas de rabia y maldiciones, se subió a su carruaje.
Doña Paz, rica como era después de haber cumplido con lo estipulado el testamento, al fin podría regresar a España. Aquí, en la Nueva España, la gente al verla le hacía la vida imposible gritándole: «¡Machincuepa, machincuepa!», dejando para el recuerdo una de las anécdotas más graciosas acerca de los nombres de las calles de nuestro Centro Histórico.
¿Tú conocías la historia de la Calle de la Machincuepa?