El camino está lleno de curvas y es cada vez más estrecho. Apenas uno sale del Eje 6 en Iztapalapa y enfila hacia las faldas del cerro de la Tortuga, las calles se convierten en un laberinto, donde las guardias civiles se organizan. Los comercios ambulantes se multiplican; fruta, ropa y películas pirata alrededor de pequeñas casas con los ladrillos todavía al aire. De vez en cuando, como ahora en la colonia Xalpa, uno encuentra una lona que cuelga de los postes de luz:
«Advertencia. Calle vigilada. Vecinos unidos contra la delincuencia. Ratero: si te agarramos ¡Te linchamos!».
«Dicen que somos salvajes»
Un sujeto roba la batería de un auto e intenta alejarse, discreto. De pronto suena un silbato. Luego otro más a lo lejos, otro y otro. Decenas de personas salen de las puertas y zaguanes.
Algunos llevan palos, piedras. Quizás un machete que brilla en la oscuridad. El hombre corre pero es inútil. La turba lo alcanza y lo hace sangrar a golpes.
«Muchos dicen que somos unos salvajes por salir con palos —me dice una mujer en Xalpa, una de las colonias más organizadas—. El movimiento no es pro-violencia, pero la verdad es que se empezaron a agarrar a muchos rateros así».
Las primeras alarmas sobre “grupos de autodefensa” al sur-oriente de la ciudad se encendieron hace unos cuatro años. Entonces el fenómeno era mínimo. Según datos del 2011, en Iztapalapa había apenas un policía por cada 742 habitantes. Las autoridades señalan que actualmente operan unos mil elementos auxiliares en la delegación, pese a ser la más poblada de la ciudad.
En Tláhuac, el año pasado el delegado reconoció que había, en total, más de 400 policías y 25 patrullas en toda la demarcación. El último estudio del Observatorio Ciudad de México indica que, en el primer cuatrimestre de 2017, aumentaron siete delitos en ambas delegaciones: homicidio culposo, secuestro, extorsión, robo con violencia, robo de vehículo, robo a negocio y robo a transeúnte.
El incremento del crimen y la ausencia de seguridad son un perfecto caldo de cultivo. No es raro que, en esta tierra, cada vez más gente haya decidido salir a defender sus propias calles, a sumarse a las guardias civiles en Tláhuac e Iztapalapa.
Los vecinos de Xalpa me reciben en la Limón, una calle con un altar a la Virgen de Guadalupe al fondo. Esta fue, cuentan, una de las primeras dos calles en organizar sus propias guardias. Son renuentes a decir a cuántos presuntos criminales han “detenido” y golpeado. Son muchos, conceden. Decenas.
El mismo recelo los hace pedir que sus nombres no sean publicados; también a rehuir del término “autodefensas”, pese a que algunos medios han insistido en llamarlos así: «Somos guardias civiles, vecinos unidos contra la delincuencia», dicen todos luego de repetir la misma historia: si no llegaban con un arma a quitarte tu cartera, al otro día se llevaban tu carro. Que, en una semana, las bandas de ladrones podían vaciar cinco casas a plena luz del día. Que las patrullas jamás aparecían y nadie atendía las denuncias.
Todos conocían más o menos cómo funcionaba el negocio del narcomenudeo en la zona, pero pocos se animaban a decir algo por temor a represalias. Las cosas cambiaron, cuentan, cuando lanzaron el cadáver de una mujer en las orillas de la colonia.
Un año antes ya habían asesinado a una mujer y a su hijo, dentro de su casa en la calle Libra. Sucesos así propiciaron la aparición de las guardias civiles en todo el oriente de la ciudad.
Al principio bastó con un grupo de WhatsApp y un par de juntas para reunir a poco más de 50 personas víctimas de algún delito. Armados con palos, incluso con piedras, o hasta machetes, comenzaron a hacer rondines todas las noches por los puntos más vulnerables.
Cada calle decidió el tono o la intensidad de los mensajes que imprimían en sus mantas: desde advertencias pequeñas, hasta directas amenazas de muerte a quien fuera sorprendido robando. No pocas veces han estado a punto de cumplir con su palabra.
«Esto pasa aquí en el Oriente»
A los vecinos de El Manto, en Iztapalapa, nadie tiene que decirles que el narco está presente en esta y otras delegaciones vecinas, como Xochimilco, Tlalpan y Tláhuac. Desde muchos años antes de que la marina abatiera a Felipe de Jesús Pérez Luna, El Ojos, líder del cártel de Tláhuac, ellos sabían de los motociclistas que repartían la droga por la zona y que servían de halcones a las bandas criminales.
Ocurrió unas semanas antes que el polvorín estallara. En la colonia Valle de Luces, la policía federal efectuó un operativo en el que se arrestó a Ramón García Santoyo, el Negro Aguas, un líder de narcomenudistas que, apenas unos días antes, se había enfrentado a tiros con los pistoleros de El Ojos, con quien se disputaba Tláhuac, Iztapalapa y los municipios de Chalco y Ecatepec. Al Negro le adjudicaban varios asesinatos en las colonias cercanas. Ajustes de cuentas.
En Valle de Luces, además, era común encontrar cadáveres abandonados en los llanos. En las colonias de Santa María o Doce de Diciembre, bandas de motociclistas solían asaltar a quien se cruzara en su camino.
Cuando ocurrió el operativo en Tláhuac, las réplicas sucedieron en esta zona de Iztapalapa, sobre todo en las colonias de Ampliación Santa María Tomatlán y San Juan Xalpa. Horas después de que El Ojos fuera abatido, en la madrugada, una balacera resonó en la colonia Fuego Nuevo. Hubo un saldo de dos muertos.
Los vecinos de cada una de estas colonias también han optado por organizarse ante el olvido institucional y sumarse a las guardias civiles en Tláhuac e Iztapalapa. Sin embargo, procuran mantenerse alejados del tema narco, pues no cuentan con armas suficientes para responder un enfrentamiento.
«Nosotros sabemos que no podemos enfrentarnos contra grupos armados y de drogas —advierte un vecino de San Juan Xalpa—. Pero sí vigilar, porque la situación de inseguridad es extrema: venta excesiva de drogas, robos, balaceras, extorsión».
«La presencia del cártel de Tláhuac en esta zona es innegable —me dicen—. No es un problema nuevo, pero se ha agudizado por la falta de acción de las autoridades. Nosotros les informamos cuáles son los puntos más peligrosos y no pasa nada. Si no hay contubernio, por lo menos hay omisión».
El Manto y Valle de Luces son colonias todavía pequeñas. Hace unos años, todas las familias aún se conocían entre sí. Por eso no es raro, explican los vecinos, que los narcomenudistas y extorsionadores conozcan a la gente del barrio e informen a su célula delictiva sobre a quién le está yendo bien en un negocio.
Entonces los informados llegan con pistola en mano; les piden 10 mil pesos “a cambio de protección”. Actualmente la mayoría de los comercios en las avenidas Rojo Gómez, Ermita y Tláhuac son extorsionados. Propietarios han decidido cerrar cafeterías, papelerías, estéticas y fondas para no pagar derecho de piso.
Una de las líderes vecinales de San Juan Xalpa cuenta que, en una reunión con la Secretaría de Seguridad Pública local, hace tres meses, el personal les prometió cooperar con ellos, a cambio de que los vecinos efectuaran la investigación e informaran dónde se llevan a cabo los delitos y cuándo.
Les sugirió, además, que mandaran a hacer otras mantas donde les advirtieran a los delincuentes que, si eran sorprendidos, los remitirían a las oficinas de la policía. En la colonia Santiago, en una de las mantas colgadas de los postes, se lee: «Si te agarramos robando, no te vamos a denunciar a autoridades, ¡te vamos a linchar!».
Las guardias civiles en Tláhuac e Iztapalapa son reales
Los brotes de autodefensa en la capital no son tan visibles, pero no deben ser minimizados. Así lo sostiene Javier Oliva Posada, profesor e investigador de ciencias sociales de la UNAM, experto en temas de defensa y seguridad. Oliva ha estudiado el tema de inseguridad y defensa desde hace por lo menos tres décadas; el área de Tláhuac e Iztapalapa le interesa especialmente desde hace unos cuatro años.
Que en la ciudad existan estas manifestaciones, dice, cuestiona la efectividad de las políticas de seguridad pública. Cuando las autodefensas en Michoacán y Guerrero cobraron auge, ante la amenaza sangrienta del narcotráfico, los habitantes de las zonas más olvidadas de la capital tomaron su ejemplo para formar las guardias civiles en Tláhuac e Iztapalapa.
Dice Posada: «Influyó en la ciudad porque la zona oriente se caracteriza por una condición económica deprimida. También por una pésima calidad de los servicios urbanos, incluyendo la seguridad pública».
Ante la falta de mercado laboral, el crimen organizado ofreció una alternativa. Y ante la ausencia de transporte público, comenzaron a multiplicarse los bicitaxis, los mototaxis y los golfitaxis (carritos de golf habilitados para transportar pasajeros); gran parte de ellos irregulares, que después serían reclutados como halcones por las mismas organizaciones criminales.
Y ante la ausencia de elementos de seguridad, los habitantes buscaron defenderse a su manera.
Ha pasado más de una década desde que dos agentes de la entonces Policía Federal Preventiva fueran linchados y quemados en San Juan Iztayopan, en lo que podría ser un antecedente de las guardias civiles en Tláhuac. Los linchamientos, sin embargo, son algo presente en el pensamiento popular de esta zona; quizás por la cercanía con Chalco, donde cada año suceden por lo menos dos intentos.
Para Oliva Posada, se trata de una expresión de justicia polémica, pero que implica una organización de la sociedad ante el hartazgo por la agresión del crimen y la falta de acción de las autoridades:
«Ellos no se identifican como autodefensas, pero eso no significa que no estén organizados. Si el gobierno niega la existencia de estos grupos en la ciudad es porque significan un descrédito. Estos grupos están fuera del marco legal, pero tienen una base social y causa real».
«La gente sale, la gente se defiende»
Ya pocos recuerdan a quién se le ocurrió la idea de los silbatos. De pronto comenzaron a cargarlos todos: cada que iban al trabajo, a la escuela, a la tienda. Cualquier pequeña sospecha bastaba para que uno sonara en alguna parte y se multiplicara; para que un enjambre de vecinos saliera a las calles a perseguir al sospechoso.
Esto ha sucedido ya en decenas de ocasiones. Los rondines en la colonia Xalpa los integran, siempre, unos 10 hombres en los callejones y calles más vulnerables. Todos llevan palos en la mano, por si acaso, y siempre hay un perro. Sobre todo lo hacen en viernes, sábados, domingos y días de quincena: son los días más peligrosos.
«No queremos que nuestros hijos crezcan en un ambiente así —dice un vecino durante una reunión de la colonia—. Nunca quisimos fomentar la violencia pero, por ejemplo, a la hija de una vecina la asaltaron y, como se quiso defender, la golpearon. Uno me iba a disparar cuando defendí a una mujer que querían asaltar».
El número de vecinos involucrados en las guardias civiles en Tláhuac e Iztapalapa se cuenta ya en cientos. Hubo montones de detenciones. Cuando notaron que los delincuentes lograban escapar ocultándose en el monte, entre la hierba, los habitantes organizaron jornadas de limpieza.
Así fue hasta que la policía, por fin, volteó a ver la zona; los vecinos piensan que fue por el temor a que alguien resultara más que lastimado. Pero los detenidos eran liberados a las pocas horas o no se sabía qué pasaba con ellos.
En entrevista telefónica, la delegada de Iztapalapa Dione Anguiano niega la presencia de guardias civiles o autoridades en la delegación. Cuando enumero las colonias donde está documentado el fenómeno, donde incluso han detenido y golpeado personas, ella vuelve a negarlo:
—No tengo conocimiento, no hay registro sobre eso.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Seguridad Pública del Inegi, realizada el año pasado, el 95 por ciento de los ciudadanos del oriente de la Ciudad de México (que incluye a las delegaciones de Iztapalapa, Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco) opinan que viven en una ciudad insegura.
—Es una percepción —replica Anguiano, quien también niega la presencia del cártel de Tláhuac en la zona, así como de las extorsiones y de la delincuencia desatada—. Yo puedo asegurar que no existe eso (las guardias civiles, los grupos de autodefensa). No tengo una sola denuncia. Y si pasa, no estoy de acuerdo en que la seguridad la hagan los ciudadanos. Se pone en riesgo su vida.
Mientras tanto, en Xalpa, los colonos se lamentan: saben que tomar justicia por propia mano no es lo ideal, pero a veces no queda de otra. Después del operativo, además, la gente está más alerta. Los rondines de las guardias civiles se han vuelto más espaciados. Sobre todo después que algunas vecinas fueran amenazadas por cargar su silbato a la vista.
«No logramos erradicar la violencia, eso no se puede –comenta uno de los vecinos más viejos–. Si agarramos a 20, 20 más llegarán de otro lado. Por ahora todo está muy caliente, pero aquí estamos, la gente sale, la gente se defiende».