Algo olvidado por los chilangos, se trata de un homenaje a la todavía muy festejada —y mentada— mamá de los mexicanos. Hablamos del Monumento a la Madre, cuyo origen se debe al iniciador de la festividad del 10 de mayo en nuestro país.
Se ubica en el cruce de Sullivan, Villalongín e Insurgentes, en los límites de la colonia San Rafael.
Sirve de marco para quienes exponen sus pinturas los fines de semana en el Jardín del Arte y para la prostitución que tradicionalmente se ejerce en esa zona. También es refugio y baño público para algunos indigentes y escenario para los bailarines desnudos de los 400 pueblos, que han hecho de este lugar una especie de sede oficial de su surrealista espectáculo-protesta. Pero antes que todo esto, tuvo otro propósito.
El impulsor del homenaje a la madre
Contagiado por la euforia del Día de las Madres que se empezaba a celebrar en Estados Unidos desde pocos años antes, Rafael Alducín, que recientemente había fundado en México el periódico Excélsior, impulsó la iniciativa de que cada 10 de mayo se festejara a las mamás mexicanas, lo cual logró a partir de 1922.
En esos tiempos, en los que todavía no había televisión, los periódicos tenían un gran poder de convocatoria e influencia, así que, durante los siguientes años, Alducín trabajó por institucionalizar este día.
En 1944, también logró que se aceptara la idea de levantar un monumento en la Ciudad de México en homenaje a las mamás. Así, el 10 de mayo de ese año, el entonces presidente Manuel Ávila Camacho encabezó la ceremonia de colocación de la primera piedra de lo que sería el Monumento a la Madre.
Este monumento se ubicaría en una nueva zona de la ciudad que empezaba a modificarse, cerca de la nueva calle de Sullivan y del cruce de Insurgentes y Reforma. Justo en los terrenos de lo que, hasta 1939, había sido la Estación Colonia, una de las terminales ferroviarias de pasajeros más importantes de la capital y que ya había sido demolida.
El 10 de mayo de 1949, el Monumento a la Madre fue inaugurado por el entonces presidente Miguel Alemán Valdés.
Su explicación
En realidad, se trata de un monumento muy sencillo y poco fotografiado. Tiene forma similar a un obelisco, es decir, un pilar cuadrado —pero sin una forma de pirámide en la punta— hecho de piedra, que en este caso es cantera, y decorado al centro con la escultura de una madre vistiendo un rebozo y que está cargando a un niño.
A los costados, tiene otras dos esculturas, una de una mujer sosteniendo un maíz –símbolo de fertilidad– y la otra de un hombre escribiendo. Las tres fueron creadas por el artista Luis Ortiz Monasterio —en la Ciudad de México tiene otras obras, como la Fuente de Nezahualcóyotl, en el Bosque de Chapultepec—, quien ganó el concurso al que convocó el periódico en 1948. Sí, cuatro años después de la primera piedra.
La placa
Un símbolo de cómo ha cambiado la cultura en México puede ser la placa de este monumento.
Cuando fue inaugurado, la placa decía «A la que nos amó antes de conocernos», pero en la década de los 90, esa frase les parecía algo misógina a algunos grupos feministas, por lo que colocaron una leyenda extra con la frase: «Porque su maternidad fue voluntaria».
Después, las placas fueron destruidas un par de veces, por lo que finalmente, en 1997, se colocaron las dos placas de bronce que tiene actualmente y que reúnen ambas.
Aunque durante sus primeros años de existencia se trató de que fuera un símbolo de la ciudad y hasta se usaba en cortinillas de telenovelas —cómo la usaban en Soledad, con Libertad Lamarque—, lo cierto es que es un monumento que la ciudad fue arrinconando y que, inclusive, hay chilangos que nunca se han percatado de que ahí está.
Es buen momento para darte una vuelta y conocerlo.