En la sala esperan cuatro familias. El silencio es incómodo. Algunos, como Gregorio Onofre, llevan seis meses visitando el departamento de identificación del Servicio Médico Forense (SEMEFO). Él busca a su hermano Jaime desaparecido desde diciembre.
La última vez que lo vio fue una mañana de sábado. Jamás pensó, al despedirse de él, que un día estaría buscándolo aquí. Al cuarto día, los once hermanos decidieron comenzar a buscarlo. Primero acudieron al Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA). Acusa que las autoridades han sido lentas, que si no estás sobre ellos, presionando todo el tiempo, nada hacen.
«Al principio pues pensamos que se quedó en la fiesta. Luego ya nos asustamos. El procedimiento es engorroso, hay que estar encima. Ya hasta buscamos por nuestra cuenta, pagamos a investigadores privados pero no hubo resultados, seguimos sin saber nada», lamentó Onofre.
Por eso acude al primer piso del Instituto de Ciencias Forenses desde hace medio año. Con la esperanza, si es que a eso se le puede llamar así, de que su hermano Jaime Tomás aparezca en el registro de las personas fallecidas no identificadas que llegan a la morgue. Hay que estar mentalizado, dice, para soportar el desfile de personas muertas. Sin embargo, todavía no aparece.
De acuerdo con el Registro Nacional de Personas desaparecidos, hasta el año pasado existían más de 700 personas desaparecidas, desde el 2014.
Esta sala de identificación está ubicada en el nuevo edificio del Instituto, ubicado en la colonia Doctores. Al año acuden más de 3 mil personas para buscar, entre los cadáveres, a sus familiares. A menudo, las familias platican entre ellas, así se enteran de las historias de los demás. De repente se escucha: “Es más doloroso estar con la incertidumbre de si estará bien, o si le darán de comer”.
También hay quienes es la primera vez que acuden. Al señor Cortés Vázquez le avisaron hace una semana que habían identificado a su hermano Román. Desapareció hace dos años en alguna colonia de la Gustavo A. Madero. Su hermano cuenta que padecía de alcoholismo.
«Nosotros no supimos dónde buscar. Nos llamaron para decirnos que lo habían encontrado. Es como una venda en los ojos. ¿A quién le preguntas? Uno no sabe ubicarse por eso le dieron fosa común a mi carnal», dijo Cortés.
Hacia las dos de la tarde la sala de identificación se vacía. Algunos familiares salen con las mismas preguntas con que llegaron; otros alcanzan a respirar y a decir que, por lo menos, han logrado cerrar un ciclo.