Un perfil del boxeador chilango Juan Manuel Márquez, quien se enfrentará a Manny Pacquiao en las próximas semanas; problemas con el Multifamiliar Miguel Alemán, el primero de su tipo en América y que ahora está en el abandono, y las construcciones irregulares en el DF que nos afectan a todos: lo que trae la Chilango de noviembre.
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A sus 38 años, Juan Manuel Márquez ya tiene un lugar en la historia del boxeo mexicano, pero este mes tal vez se convierta en leyenda si derrota al que ha sido llamado el mejor pugilista del mundo, Manny Pacquiao, el “Devorador de mexicanos”. A este chilango que abandonó la contabilidad para ponerse unos guantes de boxeo casi nada (ni nadie) lo vence.
De las cicatrices que Juan Manuel Márquez tiene en el rostro, sólo una, dice, es autoría de Manny Pacquiao: la de la ceja derecha. Presume que fue bien tratada por su cirujano plástico y que por eso no se ve, aunque si uno se fija bien, puede ver el surco que el guante del filipino le dejó de manera permanente. Tiene otra marca de cuatro centímetros en el párpado del mismo lado, la cual, en la segunda pelea que ambos tuvieron, se abrió tanto que cabía toda la punta del dedo índice de su entrenador, quien desesperadamente trataba de detener la hemorragia
antes de que el doctor detuviera la pelea.
De las cicatrices que tiene Pacquiao, Juan Manuel presume la autoría de al menos dos. Basta ver la repetición del par de combates que ya tuvieron para constatarlo. En el boxeo las cicatrices que quedan en el oponente son como medallas, pero no siempre significan triunfos. De todos los rivales a los que Pacquiao se ha enfrentado, ninguno lo ha hecho sufrir tanto como Márquez lo hizo en las ocasiones en que se han encontrado. Pero los jueces no han pensado lo mismo: su veredicto de la primera pelea, en 2004, fue un empate; en 2008 decretaron la derrota del mexicano que, aunque de manera muy cerrada, había ganado en los conteos de los especialistas.
Este 12 de noviembre Juan Manuel tendrá una nueva oportunidad de demostrar que Pacquiao no es invencible, como lo ha sido desde 2005, cuando sufrió su última derrota ante otro mexicano, Érick Morales, justo 10 meses después del empate ante Dinamita.
No es invencible, insiste Juan Manuel, pese a que Pacquiao ha destrozado a grandes pugilistas como Oscar de la Hoya, Shane Mosley, Miguel Cotto, el mismo Morales o Marco Antonio Barrera.«Yo soy de esas personas que nunca dicen que no, así le he dicho a mis hijos, que nunca digan no». Juan Manuel va, entonces, por su tercer intento. Será el segundo boxeador que enfrente en tres ocasiones a Pacquiao. El primero fue Morales, quien salió de la trilogía con saldo negativo: un triunfo por dos derrotas, ambas por nocaut.
Desde entonces (marzo de 2005), “PacMan” ha humillado a todos sus rivales: o los noquea de manera fulminante o los lastima round por round casi sin despeinarse y, acaso, con algún moretón.
Juan Manuel es el único que ha puesto en duda su superioridad. Nadie del equipo de Pacquiao ha afirmado que él ha sido mejor. Quizás el afán de demostrarlo es lo que lo motivó a aceptar un nuevo enfrentamiento. Márquez se prepara para ser él a quien le levanten los brazos para declararlo triunfador(…).
EL FUTURO EN EL OLVIDO
Hace 52 años el Centro Urbano Presidente Alemán cambió la arquitectura
mexicana y la forma en que vivimos los chilangos. Hoy está en el abandono total y sus habitantes no saben cómo rescatarlo.
Se ven contentos, vestidos con traje de baño, algunos hablando, otros riendo y asoleándose. Aunque la fotografía está en blanco y negro, se nota el cielo despejado y un par de niños intentando subir al trampolín para aventarse a la alberca. Una imagen de otra época, donde el Centro Urbano Presidente Alemán – conocido por sus habitantes como “el Multi”– aún era una comunidad que habitaba en una de las obras arquitectónicas que cambiarían la forma de vivir no sólo en el DF, sino de toda América Latina.
Hoy en esa piscina no hay agua. A veces la cubre un plástico decolorado y
sucio con latas de refresco y botes de cloro en lugar de líquido transparente. Otras, ni siquiera tiene una cubierta. Desde hace 15 años ningún vecino se asolea en sus orillas y tampoco hay niños tirándose un clavado. Ha habido un par de intentos de remodelarla, para que vuelva a ser lo de antes, pero no han funcionado. Los vecinos no tienen dinero para hacerlo y las autoridades siempre les dan largas. Es la historia reciente de este multifamiliar, ícono del DF: habitantes que ya no lo sienten como suyo y autoridades que no actúan.
La alberca es sólo un reflejo de lo que sucede en esa pequeña ciudad ubicada en la colonia Del Valle. Las paredes tienen graffiti y los pisos están sin pintar, los corredores –lugares antes llenos de risas y charlas– están vacíos, en los jardines se ven bolsas de basura. El Multi empieza a perderse en el olvido .(…)
(…) Han pasado 62 años desde su edificación y sigue siendo un monstruo de cemento y ladrillo que se alza entre las calles Félix Cuevas y Avenida Coyoacán. En 1947 comenzaron a colocarse los primeros cimientos en el terreno que había pertenecido al rancho Santa Rosa. En lugar de autos, casas y comercios, había campos y vacas, que convivían con algunas casonas desperdigadas por el área, propiedad de gente rica que deseaba salir del atestado centro del DF.
Se empezó a construir por orden de la Dirección de Pensiones Civiles y de Retiro (hoy ISSSTE), que pidió al arquitecto Mario Pani –creador del Plan Maestro de Ciudad Satélite y de la Torre de Rectoría de la UNAM– un proyecto de 200 casas. Pani los convenció de construir, en su lugar, una unidad habitacional con 30,000 metros cuadrados (75% del total del terreno) para jardines y espacios libres.
Los nuevos inquilinos también estaban nerviosos. La experiencia de vivir con tantas personas y en una zona tan apartada sonaba irreal. Pero la oportunidad implicaba dejar la vecindad, el amontonamiento del centro, cambiar de estatus. Cuando entraron por primera vez, se quedaron sin habla: el edificio tenía casino, guardería, jardines fenomenales, panadería, lavadoras y secadoras, y dispensario médico. También tenía canchas de futbol, voleibol y una alberca semiolímpica.
Y José Clemente Orozco trazó ahí el boceto de su última obra inconclusa: La Primavera.
La distancia con el centro del DF no importaba. No era necesario salir: había tiendas, restaurantes y farmacias en los locales instalados a un costado de la calle; tan sólo había que caminar unos metros. La modernidad había llegado al DF. Por si fuera poco, los departamentos eran dúplex (de dos pisos) y tenían hasta una radio instalada. ¿La renta? Baratísima, pues las viviendas estaban hechas para los trabajadores del gobierno y se descontaba de su salario.
El edificio se volvió un protagonista de lo que significaba vivir en la ciudad. En la película ¿A dónde van nuestros hijos? (1956) de Benito Alazraki, la familia vive en uno de esos departamentos. Martín, el padre de familia, dice: «La capital tiene sus ventajas: se vive bien, se progresa. ¡Miren qué departamentos ha hecho el gobierno para sus empleados!». La época de bonanza había llegado y los vecinos sonreían al lado de la alberca. Como todo en la vida, no podía durar mucho.
POR ENCIMA DE TODOS
Las inmobiliarias, con anuencia de las autoridades, construyen en zonas de reserva, derruyen edificios históricos o provocan caos en zonas habitacionales. Éstas son tres historias de vacíos legales, oportunismo y juegos de intereses, enfrentados con el bienestar de los ciudadanos.
Los vecinos estaban llegando a sus casas cuando la tierra se vino abajo. La mayoría regresaba del trabajo, minutos antes de las 8 de la noche, cuando escucharon el estruendo y sintieron un pequeño sismo. Un agujero de 15 metros se había abierto a un costado de sus casas, en el edificio en construcción ubicado en la esquina de Zamora y Juan Escutia, en la Condesa.
El ruido de la tierra cayendo se escuchó varias cuadras a la redonda. Los timbres de los departamentos comenzaron a sonar: los colonos que salieron a ver qué pasaba les avisaban a los demás que había que desalojar los inmuebles. Al lugar llegaron policías, bomberos y elementos de Protección Civil. En el fondo de la construcción se veía un poste y cables eléctricos: las autoridades tenían que trabajar sin luz y los vecinos no podían volver a sus casas. 50 inquilinos de cuatro edificios cercanos fueron desalojados.
Los habitantes de la zona ya estaban acostumbrados al ruido de los camiones de carga que llegaban a la construcción y a temer que ocurriera un deslave. Lo habían advertido tres años antes. Una carta enviada el 19 de diciembre de 2008 por el comité vecinal Colonos Unidos por la Colonia Condesa a las autoridades de la Delegación Cuauhtémoc dice lo siguiente: «… la voraz construcción de multifamiliares y condominios, que son desproporcionados para la capacidad del frágil subsuelo arcilloso de
la colonia, ha destruido toda la zona.
Lo han hecho tanto con excavaciones profundas como con la extracción de toneladas de agua del manto freático. Esto le ha restado resistencia al suelo, por lo cual los cimientos y estructuras de los inmuebles se cuartean día con día» (…)