Nota del editor: El equipo editorial malinterpretó algunos datos del Programa Delegacional de Desarrollo Urbano de la delegación Cuauhtémoc. Debido a esta confusión, se mencionó a los establecimientos Don Quintín, Pan y Circo, Bar San Juan, Whichitos, Salón Obregón y M.N. Roy, los cuales sí operan en una zona donde está permitida la venta alcohol. Los nombres fueron eliminados del reportaje para evitar confusiones posteriores. Ofrecemos una amplia disculpa a los involucrados.
Es viernes y ellos van armados. Cientos de personas a su alrededor atienden con su baile el pulso de la música o se empeñan en conseguir otra cerveza; ellos no. Ellos simplemente se abren paso hacia la barra. Son cuatro y, antes de decir nada, dejan asomar las armas cortas (tipo .45) bajo sus ropas… son parte del crimen organizado en la Cuauhtémoc.
—¡Salte! —grita uno cuando identifica a los gerentes del antro—. Queremos hablar contigo.
Hugo, uno de los dos gerentes, se paraliza en la barra sin saber qué carajos pasa. Con el miedo en la garganta, mira cómo escoltan a Daniel, su socio, hacia la salida. Una hora después se enterará de la conversación que sucede en la calle, lejos de todos:
—Vamos a vender droga en tu lugar. Queremos que estés al tiro. Si alguien más viene a vender el producto y no es de la zona, te vas a meter en un pedo.
—No puedo…—logra decir Daniel después de unos segundos eternos—. No puedo permitirlo.
—No es pregunta—le responden—. Esto es a huevo.
Así recibió el 2015 a uno de los antros más populares de la calle República de Cuba, en el Centro Histórico. Días después comenzaron a llegar jóvenes que vestían siempre igual —pantalón de mezclilla, mariconeras en la cintura para guardar el producto— , casi como si estuvieran uniformados. En un principio, el crimen organizado en la Cuauhtémoc vendía afuera, mas no tardó en llegar a la pista de baile.
Hugo y su socio interpusieron una denuncia por extorsión ante la Secretaría de Seguridad Pública de Liverpool 136, en la Juárez. Un amigo les ayudó a acelerar el trámite. La dependencia envió un par de policías; los dealers, sin embargo, no se fueron.
«Era una lucha. Jurábamos que afuera se iba a armar el desmadre», cuenta Hugo. Daniel prefiere no dar su testimonio: teme las consecuencias. De pronto comenzó a circular una camioneta frente a la discoteca —marca Mazda, modelo Nitro Cx5—. «Van a valer verga», gritaban los conductores al personal de seguridad mientras presumían sus armas largas.
No eran los únicos bajo la mira del crimen organizado en la Cuauhtémoc. Poco a poco los bares cercanos cedieron ante las amenazas. «Sólo nosotros nos pusimos en guardia», dice Hugo.
Fue en febrero, poco antes de las cuatro de una madrugada ya sin clientes, cuando un grupo de hombres armados entró al antro. Sin mediar palabra, los encañonaron y los subieron a una camioneta. Ni Hugo ni Daniel pusieron resistencia.
LA FRANJA BRAVA DE LA ROMA
El pasado 20 julio, un operativo en Tláhuac a cargo de la Marina dejó a ocho personas muertas, entre ellas el líder del cártel de Tláhuac, Felipe de Jesús Pérez, «El Ojos», a quien se le atribuyen asesinatos en al menos seis de- legaciones. Medio millar de personas asistieron a su funeral.
En Tláhuac, los vecinos han tenido que formar grupos para defenderse.
Pero el crimen organizado en la Cuauhtémoc ha repetido estas prácticas. Vecinos del corredor Roma-Condesa, por ejemplo, aseguran que el narcomenudeo se ha descontrolado. Aunque piden que su nombre no sea publicado, señalan el número 91 de la calle Zacatecas como uno de los focos donde se inició el problema. Hoy el predio luce deshabitado. Pero hace no mucho tiempo, este terreno fue invadido por tres sujetos: los responsables de distribuir droga en todos los alrededores. Un restaurantero de la calle Álvaro Obregón, con el que me reúno para recorrer la colonia Roma, señala a dos hombres que esperan dentro de un automóvil con la puerta abierta. «Son ellos», dice.
«El asesinato de Antonio Ignacio, un portero de la colonia Roma, pone al descubierto la incapacidad de las autoridades de CDMX para controlar a los franeleros que se adueñan de las calles —publicó el periódico Reforma el 2 de noviembre de 2014—. Las amenazas de los franeleros eran cada vez más frecuentes. Antonio, el portero de un edificio en la calle Chihuahua, los había cuestionado más de una vez al ver autos estacionados a la entrada de las cocheras que custodiaba… lo insultaban. Destruían lo que pusiera para evitar que se estacionaran».
En octubre pasado, vecinos y restauranteros se reunieron con el procurador y el secretario de Seguridad Pública locales para denunciar el crimen organizado en la Cuauhtémoc. Acompañados de tres elementos de cada dependencia y dos del gobierno central, hicieron un recorrido por la zona de conflicto. Señalaron la venta de droga punto por punto. La franja más brava, aseguran todos, es la calle Chihuahua. El personal aconsejó no denunciar de manera formal «por su propia seguridad». A un año de esto, se quejan los vecinos, la situación no ha cambiado.
—Por otro lado, te dicen que denuncies para que el problema sea visible —dice Édgar Avilés, miembro de la Asociación en Defensa Roma-Condesa—. Pero si lo haces, no actúan. Lo mejor es reforzar nuestras casas.
SEGÚN DATOS DE LA DELEGACIÓN, 5 MILLONES DE PERSONAS CIRCULAN DIARIO POR LA CUAUHTÉMOC, HAY MÁS DE 50
MIL ESTABLECIMIENTOS MERCANTILES Y UNOS 3 MIL 400 RESTAURANTES, ADEMÁS 400 ANTROS Y BARES. ORGANIZACIONES INDEPENDIENTES SEÑALAN QUE, ADEMÁS, POR LO MENOS CUATRO CÁRTELES TIENEN OPERACIONES ABIERTAS EN EL CORAZÓN DE LA CIUDAD: EL CÁRTEL DE SINALOA, EL CÁRTEL JALISCO NUEVA GENERACIÓN, LA FAMILIA Y LA UNIÓN DE TEPITO.
EXTORSIONES EN LA CONDESA
Jaime Giovanni Rodríguez, dueño del bar Dussel —en Saltillo 39—, fue asesinado en una fonda cerca del metro Tlaltelolco. Su bar había sido clausurado más de una vez, luego de varias balaceras que terminaron en un homicidio. Ese mismo día, a finales de marzo pasado, el cadáver de Cristian Omar Larios, quien tenía un bar en la Juárez, fue encontrado en las calles de Tepito. Según la Procuraduría capitalina, ambos habían sido amenazados por sicarios de La U, una escisión de La Unión de Tepito que opera dentro del crimen organizado en la Cuauhtémoc.
Fue Pancho Cayagua, un ex comandante de la policía, el responsable de organizar a un ejército de halcones y sicarios que se mueven desde Tepito hasta la Roma-Condesa a bordo de motonetas. La historia comenzó hace más de dos décadas, durante las cuales La Unión de Tepito ha forjado vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación, con la Familia Michoacana y con Los Zetas. Cayagua fue detenido en agosto de 2016 y liberado en enero pasado, pero la violencia no ha parado.
Ante el peligro por el crimen organizado en la Cuauhtémoc, los comités vecinales de la Roma-Condesa han optado por organizarse mediante grupos de WhatsApp. Algunos vecinos permitieron a Chilango mirar algunas de las conversaciones allí vertidas. Todas versan sobre los delitos frecuentes: robo a peatones, de vehículos y a casas habitación. Cuando los restauranteros de las calles de Manzanillo, Campeche y Tamaulipas —de la Roma y la Condesa— se sumaron a los chats, apareció esa palabra: extorsión.
A cambio de no asaltar sus restaurantes —de «protegerlos»—, a los propietarios se les impone una cuota mensual, otra forma de operar del crimen organizado en la Cuauhtémoc. A los dueños de bares o antros les exigen permitir la venta de droga dentro de sus espacios.
«Secuestraron al hijo de una pequeña empresaria de la Roma. Lo devolvieron pero ella perdió su negocio —cuenta Quetzal Castro, líder del comité vecinal Hipódromo —.Los restauranteros de Tamaulipas recibieron amenazas armadas por La Unión. Pusimos unas 12 denuncias por extorsión, pero no todos hablan. Algunos dueños de lugares ya están coludidos, quizá porque los amenazaron».
Para Gabriel Regino—ex-director general de Asuntos Internos y subsecretario de la SSPDF hasta el 2006— sería ingenuo imaginar nuestra ciudad, «un centro neurálgico de negocios, adicciones y visitas», sin venta de drogas. Pero la extorsión es síntoma de una enfermedad más grave. Cuando se llega a ese punto, afirma Regino, es indudable que existe una estructura piramidal del crimen organizado en la Cuauhtémoc. Negar la presencia de cárteles es «enviar el mensaje a las bandas de que no se preocupen y, a las fuerzas policiales, de que no se metan con ellas».
A finales del 2015, la PGR todavía negaba la actividad del narco en la Ciudad de México. Fue hasta mayo pasado, con la detención de Dámaso López Núñez El Licenciado, sucesor del Chapo Guzmán, cuando aceptó que el Cártel del Pacífico tenía operaciones aquí.
Desde el año 2011, el Congressional Research Service (CRS), un cuerpo de analistas del Congreso de Estados Unidos, en su informe sobre tráfico de drogas y crimen, enumeró todos los cárteles que anidaban en nuestra ciudad: Los Zetas, el Cártel de Sinaloa, La Familia, el Cártel del Golfo, Los Arellano Félix, los Caballeros Templarios y el Cártel de Juárez. Actualizado en abril de este año, el informe del CRS no abunda sobre las bandas locales como el Cártel de Tláhuac, el Cártel de Tlalpan o La Unión de Tepito.
A principios de este año, la asociación civil Causa en Común, dedicada a la revisión de políticas públicas y policiacas, publicó un estudio donde se asegura que, el crimen organizado en la Cuauhtémoc está representado por el Cártel de Sinaloa, el Cártel Jalisco Nueva Generación, La Familia y La Unión.
Días después de que el dueño del bar Dussel fuera asesinado, un video comenzó a circular en los chats vecinales. En él se puede ver al director general de la zona centro de la Policía, Héctor Miguel Basurto, entregar su reporte al delegado Ricardo Monreal: «Anoche tuvimos un enfrentamiento en el interior de un lugar del cual yo ya les había advertido que iba a suceder si no lo cerraban. Ahí están los resultados (…). Los deben de cerrar. Así hay más casos este n de semana. Va a seguir sucediendo».
«AHÍ CON EL DE CHALECO CONSIGUES»
La escena sucede a plena luz del día, en el cruce de la calles Chihuahua y Córdoba, a unos pasos del café Emir y los Taquitos Frontera: justo en el corazón de la Roma Norte. De nuevo es viernes. También es quincena y, a cada segundo, un cliente bebe, come o pide la cuenta… el crimen organizado en la Cuauhtémoc no descansa.
—Híjole, se me acabó —dice un franelero de no menos de 50 años.
—No te hagas, ahí la traes —le replica un joven de valet parking, el mismo que hace un minuto me informó dónde, cómo y con quién conseguir un gramo de coca.
—Vete con Pepe, El Güero, a dos esquinas de aquí —aconseja el primero.
Dentro de camionetas tipo combi, los franeleros-narcos —como fueron bautizados por los vecinos— prácticamente viven a lo largo de toda la calle. Trabajan en contubernio con algunos de los valet parking, quienes acarrean a sus clientes. La escena se repite en la esquina de Chihuahua con Tonalá, en la esquina de Orizaba con Chihuahua, de Zacatecas con Guanajuato y, prácticamente, en todos lados… en todos lados está el crimen organizado en la Cuauhtémoc.
En el cruce de Chihuahua con Jalapa, por ejemplo, otro franelero —gorra de beisbolista, camisa polo-pone el precio: 160 por tres puntos. Apenas lo suficiente para una línea.
—Tengo que ir por ella —advierte—. Está caliente el pedo y no podemos andar cargando.
aSALTOS, EXTORSIONES Y EJECUCIONES HAN PUESTO EN GUARDIA A TODO EL CORREDOR ROMA-CONDESA. LOS COMITÉS VECINALES SE HAN ORGANIZADO PARA DOCUMENTAR LAS IRREGULARIDADES QUE PERMITEN QUE EL NARCO OPERE SIN FRENO. ALGUNOS RESTAURANTEROS HAN CONTRATADO SUS PROPIOS GUARDIAS CIVILES, QUE REPORTAN CUALQUIER SITUACIÓN ANÓMALA.
CRIMEN ORGANIZADO EN LA CUAUHTÉMOC DENTRO DE LA FIESTA
Además de los 300 pesos de cóver, hay que desembolsar 100 más para apaciguar el humor de los cadeneros. Este bar —en la calle Medellín— es uno de los antros más populares del barrio: dos pisos donde explota la música electrónica, tan apretado de treintañeros que es difícil caminar dentro.. aquí, el crimen organizado en la Cuauhtémoc tiene una de sus bases.
—¿Contigo puedo conseguir una línea? —le pregunto a un hombre grueso y de cabello cano, encargado de ofrecer toallas de papel junto al lavabo del baño—Aquí no tengo. Ven en 15 minutos y le aviso a los que traen.
—¿Cuánto?
—400, medio gramo.
—¿Seguro?—Sí, ahorita vienen.
«No he visto a quiénes la traen, pero ahorita aparecen», dicen los meseros cuando les repito la pregunta. La fiesta alcanza su clímax. Son las tres de la mañana. Afuera, un tipo mayor explica que, si quiero un gramo, también podemos conseguirlo en la calle de Durango, por 500 pesos. O en la Glorieta de Insurgentes. Sin problemas. Aquí en Medellín, dice, La Unión de Tepito le prohíbe vender.
—Tienen todo controlado —se queja mientras da sorbos a su termo de café, para aguantar el desvelo—. Nos vigilan, hay tres halcones.
—¿Adentro del bar?
—Y aquí afuera también.
MÁS ALLÁ DEL NARCO
La droga no es sino el último eslabón de una larga cadena del crimen organizado en la Cuauhtémoc. Sería ingenuo responsabilizar únicamente a los traficantes o a loas autoridades. Por lo menos 100 antros y bares de la Roma-Condesa no cuentan con el permiso de uso de suelo para vender alcohol. Según los comités vecinales, ése el principio del problema. «La información se filtra —cuenta uno de los restauranteros afectados— y entonces te vuelves cautivo de otros ilícitos. El narco investiga y, como eres parte de una red de corrupción, lo pensarás dos veces antes de denunciar extorsiones».
El uso de suelo del predio donde se ubica el bar de Medellín, por ejemplo, es habitacional-mixto. Puede existir un comercio de bajo impacto, no un antro. Como ese, hay otros casos de establecimientos que venden alcohol y que incumplen con el uso de suelo permitido por el Programa de Desarrollo Urbano de la Cuauhtémoc.
Por ejemplo, la Mezcalería Los Tres García, ubicada en Michoacán 133, está en una zona catalogada como Habitacional. De acuerdo con el Programa de Desarrollo, está prohibido vender bebidas alcohólicas en esa área. Lo mismo sucede con el Restaurante Bar Ando Mareado, ubicado también en una zona prohibida. La lista sigue: La Sartén, Guadalupe Reyes, Foro IndieRocks, Bar Barza, Balmori, Terraza Roma … y son sólo los que Chilango pudo comprobar.
El pasado junio, el periodista Héctor de Mauleón —quien ha dado seguimiento al tema de narcotráfico en la ciudad— dio a conocer en el periódico El Universal un informe hecho por los mismos vecinos de la Roma-Condesa, donde consta cómo «la administración de Alejandro Fernández expidió de manera irregular (…) licencias de funcionamiento que permitieron la apertura de negocios de manera ilegal».
Por su parte, la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, en una investigación titulada El factor Monreal, entrevistó a uno de los encargados de tramitar permisos chuecos para abrir bares y antros. El método para ello incluía una mordida de un millón de pesos para la delegación; una cantidad fácilmente recuperable con la venta de alcohol.
La investigación señala también que hay otros sitios que han recurrido a gestores para obtener de forma irregular el uso de suelo: “El éxito del corredor Roma-Condesa como enclave restaurantero ha generado una enorme demanda por conseguir permisos que posibiliten la apertura de más establecimientos comerciales de ese tipo. La ley dice que para poder sacar este permiso es necesario entregarle a la delegación un certificado de uso de suelo que evidencie que ese giro se permite en el predio (…). Pero el plan de desarrollo urbano no ha saciado el hambre de restauranteros ni la sed de antreros. En lugar de ceñirse a las diferentes avenidas que permite la ley para abrir un restaurante —desde la adquisición de un local que ya permita ese giro mercantil hasta tramitar el cambio de un uso de suelo ante la Asamblea Legislativa— algunos acuden a gestores”.
La investigación revela contradicciones en papeles oficiales de restaurantes respecto al uso de suelo que ocupan.
—Lo último que supimos —dice un restaurantero a Chilango— es que a algunos establecimientos les han exigido contratar a miembros de La Unión, ya sea como meseros o como valets.
UN PLOMAZO EN LA CIBELES
Otra vez es viernes. Los meseros destapan cervezas en La Cervecería de Barrio, en Sonora Grill, en Fisher’s. Alrededor de la Glorieta de Cibeles, la música crece conforme llega la noche. Pocos recuerdan que en este lugar, Ismael Contreras Garduño, uno de los dueños del bar La Terraza, fue asesinado de un balazo en la cabeza por miembros de La Unión.
No es casual que aquí me cite una vecina de la colonia; una de las pocas dispuestas a hablar con la condición —como muchos— de que su nombre no se mencione. Ha vivido en la Condesa toda su vida y es testigo de la transformación de las calles: desde el 2010 los antros y bares se han multiplicado.
—Muchos restaurantes prefieren cerrar temprano para evitar problemas —dice—. La mayoría, por lo que me cuentan, ya han recibido amenazas.
En el Moshi Moshi, un restaurante japonés, confirman que desde noviembre han percibido bajas: alrededor de unos 200 clientes menos al mes; además, tuvieron que reforzar las alarmas y cámaras de vigilancia para que los comensales se animen a volver en horario nocturno. Lo mismo ocurre en Contramar, uno de los restaurantes de mayor prestigio en la ciudad: sus ganancias no se han reducido, pero los gerentes reconocen que tuvieron que contratar personal de seguridad para la tranquilidad de los clientes. La Cámara Nacional de la Industria de Restauranteros (Canirac) se negó a proporcionar cifras sobre cómo la inseguridad ha afectado las ventas en la zona.
Muchos otros restaurantes niegan de forma rotunda que la inseguridad los haya afectado; incluso algunos no recuerdan haber sufrido un asalto, pese a que éstos constan en notas de prensa o en las redes sociales. «Pasa que si lo hacen público —cuenta el gerente de un restaurante en la calle Orizaba—, la gente deja de venir. Además, no cuentan con uso de suelo y denunciar implica reconocer que operan chuecos. Y si no hay denuncia, para la autoridad no existe».
Armando Olivo, el gerente de El Jamil, en la calle de Ámsterdam, asegura que los restauranteros han contratado vigilantes que, vestidos de civil, hacen rondines por las calles cercanas. Además de El Jamil, donde sujetos armados asaltaron a 15 clientes en abril del 2016, por lo menos otros cinco establecimientos participan en esta iniciativa: Milo’s, El Orujo, Le Pain Quotidien, Bajo Mundo Bar y Olive. Algunos vecinos se les han unido, pues en los últimos meses se incrementaron los robos a casa habitación y de autopartes.
Las cifras hablan: existe un incremento de los asaltos (40%) y del homicidio doloso (16%) en la ciudad entera. Pero según el Observatorio Nacional Ciudadano, la delegación Cuauhtémoc encabeza las estadísticas en al menos cinco delitos. En el corazón de la ciudad el robo con violencia, el robo a transeúnte, la extorsión, la violación y el homicidio doloso son mu- cho más comunes que en el resto de las delegaciones.
El 25 de noviembre pasado un joven de 24 años fue asesinado a balazos frente al bar Dussel. El 15 de diciembre, dos sujetos bajaron de un auto sólo para vaciar sus pistolas sobre un peatón en la calle Puebla. A principios de marzo, mataron a un comensal en el restaurante Frida. En abril, se reportó una balacera muy cerca del parque Pushkin. En mayo, tres hombres armados asaltaron la marisquería El Camarón Revolucionario, a unos pasos de la Condesa; balearon al gerente y al chef. A final de ese mes, tres pistoleros ingresaron a El Parnita, en Yucatán, y amagaron a los empleados. Esa semana, también asaltaron la heladería Casa Morgana, y el 7 de junio, a las tres de la tarde, cuatro hombres entraron al restaurante de comida japonesa MiKasa, en San Luis Potosí, y despojaron a los clientes de sus carteras y celulares a punta de pistola… la cuenta del crimen organizado en la Cuauhtémoc es larga.
Sin embargo, Guillermo Terán Pulido, fiscal de la Fuerza Antisecuestro de la Procuraduría capitalina, asegura que lo que ocurre en la Cuauhtémoc no puede calificarse como delincuencia organizada. Según sus cifras, hasta junio de este año se contaban casi 200 denuncias por extorsión, sólo una en la Roma-Condesa.
—Secuestrar, vender droga, cobrar derecho de piso, ¿no es delincuencia organizada?
—No. Se trata de delincuencia común, de bandas delictivas —sostiene Terán, y asegura que llegar a tu negocio, avisarte que van a vender droga te guste o no, amenazarte para ello, tampoco puede calificarse como extorsión.
Por su parte, el actual delegado Ricardo Monreal no niega la presencia del narcotráfico en su demarcación. «Aquí se concentran las actividades del crimen en un grado superior», explica en entrevista. El problema, asegura, es que los casi 90 mil policías de la delegación dependen del gobierno central: «No tenemos instrumentos jurídicos ni materiales para enfrentar la delincuencia organizada».
La ejecución del socio de La Terraza, a unos pasos de la Cibeles, sucedió la madrugada del 30 de diciembre pasado, sobre avenida Oaxaca. La vecina que me dio cita aquí, bien relacionada con restauranteros y dueños de negocios en la Roma-Condesa, comparte un rumor que no suena descabellado: «A él lo extorsionaban. Como se negó, le metieron un plomazo. Ahí quedó». Los reportes indican que la policía indagaba si el asesinato estaba vinculado con la detención, días antes, de Luis Felipe Chávez Cabrera, El Damián, líder de otro grupo de narcomenudistas de la zona —La Unión Insurgentes— y sucesor de Edwin Agustín Cabrera, El Antuán: el mismo que ordenó el secuestro de los 13 jóvenes del bar Heaven, en el 2013.
TERROR EN EL CENTRO
—Diez mil quincenales y no te metes al lugar.
El que habla ahora es Daniel, uno de los dos gerentes del antro en República de Cuba. Es 2015 y fue traído aquí en la madrugada por un grupo de hombres armados que los levantaron, a él y a Hugo, sin explicarles nada. Reconocen el lugar: están dentro de un establecimiento a un costado de Eje Central y Plaza Garibaldi. Frente a él hay seis hombres, dos mujeres y un sujeto de estatura media, piel clara y mirada violenta: El Comandante T, el jefe de la banda.
—Está bien —responde El Comandante después de una larga negociación—. Sólo afuera. Pero si alguien más quiere entrar a vender, avísame.
Dos veces al mes, Hugo llevaba el dinero luego de recibir un mensaje en su teléfono: «Ya toca». Así fue hasta que los policías pescaron a uno de los dealers afuera del bar en República de Cuba. Las consecuencias no tardaron. A Hugo y a Daniel los levantaron de nuevo. «Se pasaron de verga», les gritaron mientras recibían una lluvia de patadas. Esa vez los dejaron ir.
«De pronto todo se calmó—recuerda Hugo—. En dos semanas no supimos nada de ellos».
Pero la calma suele anunciar el desastre. El 8 de abril Hugo y Daniel se reunieron en el restaurante La Soldadera, con un conocido de la delegación. Ni siquiera habían ordenado cuando un comando de sicarios llegó por ellos. Entre la confusión y los gritos, Daniel logró escabullirse. A Hugo lo encañonaron, lo metieron en un Stratus, fotografiaron su identificación, cortaron cartucho y le dejaron claro todo lo que el crimen organizado en la Cuauhtémoc sabía de él: amenazaron con matar a su familia.
LA MADRUGADA DEL DOMINGO 13 DE AGOSTO, EN PLENA FIESTA, UN SUJETO ABRIÓ FUEGO EN LA CERVECERÍA DE BANDA, EN EJE CENTRAL
Y DONCELES, A UNA CUADRA DEL PALACIO
DE BELLAS ARTES. HUBO DOS MUERTOS Y TRES HERIDOS. AL CIERRE DE ESTA EDICIÓN, LA PROCURADURÍA CAPITALINA AÚN NO SE EXPLICA CÓMO EL BAR CONSIGUIÓ SU LICENCIA PARA OPERAR.
La Secretaría de Seguridad Pública logró ponerse en contacto con los gatilleros y, luego de detener al líder —el tal Comandante T—, se negoció la liberación de Hugo de manera exprés.
«Fueron meses de infierno —dice Hugo al concluir su relato—. Ellos se hacían llamar Los Garibaldi y eran parte de otras bandas que operan por la zona». Dos de los antros a donde él y Daniel fueron llevados durante sus secuestros aún operan sin problema y con el narcomenudeo a tope.
«El narco ya está aquí —continúa Hugo—. Pasa en la Cuauhtémoc como pasa en Iztapalapa y Tláhuac. Los grupos criminales se pelean por las plazas».
—¿En algún momento consideraron cerrar el antro?
—Sí. Después del secuestro. Pero cerrar implicaba darles un gusto a ellos. Por un tiempo, pusimos mucha seguridad personal.
Escucho las palabras de Hugo y me estremezco. Su antro era —y es todavía— uno de los más populares de la zona céntrica de la ciudad. Un lugar frecuentado por todo mi círculo cercano, en donde no pocas veces terminé la noche. A mediados del 2015, llegué a ver a los guardias de seguridad que resguardaban la puerta con armas largas. Me recuerdo encogiendo los hombros, inocente, pensando que era una exageración. Los guardias siguen allí… y el crimen organizado en la Cuauhtémoc también.
—¿En aquellos meses qué era lo que más temías?
—La clientela. Siempre pensaba que algo iba a suceder. Que iban a llegar a hacer una matazón. Porque los consumidores no se enteran de nada de esto.
Unas semanas después de esta conversación, la madrugada del domingo 13 de agosto, en plena fiesta, un sujeto abrió fuego en la Cervecería de Banda, en Eje Central y Donceles, a una cuadra del Palacio de Bellas Artes , a pocos metros del punto donde Hugo aceptó compartir su testimonio. Hubo tres heridos y dos muertos.
La Cervecería de Banda es uno de los tantos negocios irregulares que han proliferado en la delegación, a la sombra del crimen organizado en la Cuauhtémoc; al cierre de esta edición, la Procuraduría capitalina aún no se explica cómo el bar había conseguido su licencia para operar.
Hoy el proceso de Daniel y Hugo contra el Comandante T, continúa. En el juzgado 25, en el Reclusorio Norte, el expediente 60-68 documenta todo el caso. Hubo careos, reconstrucción de hechos. Aún no hay resolución. Tres policías fueron detenidos por complicidad pero salieron a los tres días sin razón aparente.
Cuando recuerda lo ocurrido, Hugo no puede evitar preguntarse: «¿por qué a nosotros?».