Chilango

«Mi nombre es… y soy comedor compulsivo»

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«Me levantaba, iba al refrigerador a buscar el recalentado, metía la mano en el guisado y me lo comía frío». Quien habla es Maricarmen, una mujer de 62 años que prefiere no revelar su verdadero nombre para esta investigación sobre comedores compulsivos.

Como cada noche, en un antiguo edificio de la colonia Del Valle, alrededor de 10 personas se reúnen en el salón C. Todos ellos tienen un objetivo: controlar sus impulsos de comer sin freno.

Según datos arrojados por el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (CEAMEG) de la Cámara de Diputados, en México, en los últimos 20 años aumentó 300 % el número de mujeres con problemas alimenticios.

65 kilos es el peso promedio de alguien que mide 1.60 metros de estatura. Esa cantidad fue la que Maricarmen logró bajar hace ya dos décadas, cuando ingresó a Comedores Compulsivos Anónimos. 65 kilos: prácticamente se quitó a una persona de encima. «Llegué pesando 115 kilos… en tres meses de ser talla 48 extra bajé a talla siete», recuerda.

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La Encuesta Nacional de Nutrición 2016 dice que 7 % de los hombres y 26 % de las mujeres presentaba preocupación excesiva por engordar, 9 % de los hombres y 12 % de mujeres se daban atracones y 2.5% de ambos sexos realizaba ejercicio en exceso.

Comedores compulsivos y otros trastornos

David Vite, psicólogo especialista en área clínica, refiere que hay tres tipos de trastornos alimenticios: la anorexia, cuando el paciente no ingiere alimentos o lo hace en muy pocas cantidades; la bulimia, cuyos enfermos comen en grandes cantidades y después experimentan sentimiento de culpa y vomitan o se laxan.

«Los comedores compulsivos, a diferencia de los enfermos de bulimia, no vomitan ni se laxan: una vez que se dan el atracón de comida (es la acción de comer en exceso), para calmar su ansiedad de culpa, vuelven a comer», comenta el especialista.

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Las sesiones de los Comedores Compulsivos Anónimos

Un hombre no muy alto, de cabello cano y algo regordete, coordina la asamblea, tiene alrededor de 60 años. Con voz lenta y amable invita a Maricarmen a pasar al estrado para leer uno de los libros que manejan en el grupo, el cual habla de los 12 pasos que utilizan los alcohólicos, pero aplicado a los comedores compulsivos; tras la lectura, la mujer da su testimonio.

«Nunca me di cuenta que tenía problemas. Tenemos una obesidad espantosa, mi sobrina, hermana y yo», comparte. En los últimos meses, recuerda, sufrió una recaída y ganó casi los 65 kilos que había perdido.

Ahora pesa 105, 10 menos que cuando llegó por primera vez a Comedores Compulsivos Anónimos. Dice que, de niña, sufrió sobrepeso; a los 17 años comenzó a cuidarse e incluso llegó a ser modelo de pasarela y hasta a filmar algunos comerciales. Hoy, camina con dificultad a causa del peso que cae sobre sus rodillas.

Se comen sus penas

Son diversas las cuestiones que pueden orillar a una persona a comer compulsivamente; por ejemplo, un trauma. Maricarmen, asegura que fue una violación la que desencadenó su hábito compulsivo: «busqué la manera de hacerme invisible», asegura.

Ante ello, el especialista David Vite explica: «Se dice que algunas personas que fueron víctimas de abuso sexual suben de peso, creen que, al no ser atractivas, dejarán de ser víctimas, pero cada caso es diferente».

Durante los 20 años que ha estado en el grupo de Comedores Compulsivos, cuenta que Maricarmen, ha recaído en tres ocasiones: «en mi primera temporada logré bajar más de 50 kilos; en la segunda, 16; he estado subiendo y bajando, como yoyo».

Ahora lleva cuatro años intentando salir de la recaída, cree que el exceso de confianza causa que una persona pueda tirar la toalla y echar por la borda todo lo ganado, «decir “ya me la sé”, dejar las juntas, causó que volviera a subir, no puedo tocar harinas, azúcar y tortillas, pero no puedo dejarlas, ni estando en las juntas», confiesa con mucha angustia.

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Las burlas

Según la OCDE, en 2014, México ocupó el primer lugar del mundo en bullying. Maricarmen dice que fue víctima de ese tipo de acoso por parte de su familia: «me decían “bule bule, panza de hule”», y que eso se repetía en cada momento, en todo lugar, en la escuela o en la calle.

Con su cambio de aspecto –aumentó dos veces su peso– era difícil encontrar un buen empleo. Consiguió un trabajo en Sport City, vendiendo membresías, pero fue despedida «porque mi imagen no iba con la marca», recuerda.

Sólo por hoy

A pesar de estar en el grupo, para Maricarmen no es fácil dejar de comer compulsivamente, aunque a estas alturas lo controla mejor que hace unos años. «Echaba competencia con mi hermano para ver quién comía más. Me llegué a comer hasta 35 tacos acompañados de dos caguamas, hoy me hice de desayuno dos hot cakes y dejé uno… soy más consciente de lo que como»,  comparte orgullosa en la tribuna. Los Comedores Compulsivos Anónimos aplauden sus logros.