El chilango-holandés que rodeó la Ciudad de México a pie
Feike de Jong llegó a la Ciudad de México hace más de 17 años y en 2009 decidió rodearla de una manera única: a pie. Platicamos con el periodista.
Por: Carlos Tomasini
Viajar por la periferia de nuestra ciudad es igual que viajar por el Amazonas o el Himalaya. Así lo pensó Feike de Jong, un holandés que llegó a la Ciudad de México hace más de 17 años y que en 2009 decidió rodearla de una manera única: a pie.
Durante 51 días, Feike recorrió 700 kilómetros caminado por zonas como Chimalhuacán, Ciudad Nezahualcóyotl, Valle de Xico, Tecámac, Tepotzotlán, Tultitlán, Ecatepec, Cuautitlán, Nicolás Romero, Atizapán, Naucalpan, Huixquilucan, Magdalena Contreras y el Ajusco.
Este chilango-holandés había trabajado como periodista en diferentes publicaciones nacionales e internacionales, principalmente especializadas en negocios, por lo que tenía curiosidad de conocer estos lugares de la ciudad en donde, dice, las dinámicas de las personas son diferentes a las que viven en lugares más céntricos.
«En los alrededores de la ciudad hay colonias que solamente tienen vida entre siete y 10 de la noche, el resto del día están prácticamente abandonadas», describe el maestro en Filosofía por la Universidad de Nijmegen.
«Como periodista, uno siempre esta cubriendo cosas excepcionales, pero yo quería conocer al México normal».
Ningún vehículo
Su recorrido empezó el Día de Muertos —porque quería que fuera una fecha especial— en San Francisco Tecoxpa, Milpa Alta, mismo lugar donde terminó. Su objetivo, el cual finalmente cumplió, era realizar todo su recorrido a pie sin tomar ningún tipo de vehículo.
La recomendación que le dieron todos al principio fue que tuviera cuidado con la inseguridad, ya que su condición de extranjero lo hacía especialmente vulnerable, por lo que al principio sufrió una especie de paranoia; sin embargo, poco a poco se fue relajando al respecto.
Lo que vio
En Cuchilla del Tesoro se encontró a un policía que lo dejó libre a pesar de que descubrió que no tenía papeles que acreditaran su estancia en México; en Valle de Chalco, un líder indígena le dijo que los extranjeros estaban destruyendo su cultura, y en el aeropuerto, pasó la noche mirando el comportamiento de los comensales en un elegante restaurante lleno de ejecutivos.
Conoció lugares que incluso muchos chilangos que han vivido durante varias décadas en la Ciudad de México nunca han pisado, como el lago de Texcoco, y encontró a gente que todavía habla náhuatl, al que él describe como «el idioma de los aztecas».
Tuvo un extraño encuentro con una escultura de gran tamaño de la Santa Muerte y se accidentó al cruzar la Sierra de Guadalupe, el lugar en el que se sintió más desamparado, pero ni eso logró que abortara su misión.
«En ese momento me di cuenta cómo alguien se puede sentir desamparado viendo desde ahí la Ciudad de México y no tener un Oxxo cada 400 metros», describe.
Lo más difícil
En Cuautitlán le dijeron que tenía un problema en el hombro producto de esa caída en la Sierra de Guadalupe, por lo que debía interrumpir su recorrido; aunque posteriormente le costó año y medio de recuperación, en ese momento desobedeció la recomendación médica para continuar con su trayecto, ahora por la zona poniente del Área Metropolitana.
Para entonces, aumentaba su sensación de cansancio y de estar expuesto todo el tiempo, aunque ya no tenía miedo de ser asaltado y se sentía más confiado al caminar de noche.
«En la noche nadie te puede ver y pierdes tu calidad de extranjero», afirma.
Los hoteles de paso y otros contrastes
En el aeropuerto se hospedó en un Camino Real, pero el resto del recorrido pasó la noche en hoteles de paso, los cuales, asegura, resultaron una excelente opción de comodidad, tamaño y precio.
En Santa Fe conoció los contrastes entre colonias y cómo frente a un elegante corporativo hay banquetas rotas sobre las que no se puede caminar, mientras que en Chimalhuacán se percató de la gran cantidad de casas en obra negra que hay. «En esos lugares, el hecho de estar construyendo sus casas es un asunto aspiracional», menciona.
Feike dice que los barrios más peligrosos no son esos que se encuentran en permanente construcción, sino los que ya están terminados y con servicios. «Es cuando se empiezan a malear», apunta.
También vio que en el sur de la Ciudad de México hay una gran diversidad de plantas y animales, como armadillos, venados o pumas, lo cual, indica, es necesario difundir para que los capitalinos lo puedan proteger.
Un poco más sabio
La última noche de su recorrido, el 21 de diciembre de 2009, el chilango-holandés asegura que empezaba a sentirse “purificado”.
«Después de 51 días, empezaba a sentirme relativamente sabio, porque había hablado con la gente y había visto que eran relativamente buenos», recuerda.
Feike señala que al caminar por los alrededores de la Ciudad de México se puede ver una realidad muy distinta, además de que se disfruta lo bonitos que pueden llegar a ser muchos de esos lugares.
Cuando terminó su recorrido, regresó a casa a bordo de un microbús, a través del cual vio correr la ciudad a una velocidad a la que ya se había desacostumbrado. «Me sentía como en un cohete», recuerda.
“Este proyecto fue como recorrer la ciudad en contracorriente, porque estuve en lugares en los que la gente quiere salir rápidamente”, afirma el periodista que vive por el rumbo de la colonia Juárez.
El libro
Todo esto quedó documentado en el libro-app llamado Límites, el cual fue presentado hace unos días y que contiene cientos de fotografías, crónicas y entrevistas. Cuesta 60 pesos y está disponible en las tiendas de iOS y Android.
En 1999, Feike tenía 30 años y llegó en autobús desde Nueva York a la Ciudad de México para visitar a un amigo, pero encontró trabajo y se quedó desde entonces. Está casado y, si no fuera por su acento holandés, cualquiera podría decir que es un chilango como todos.
Desde su llegada, siempre sintió una fascinación por el tamaño de la capital, y uno de sus primeros encuentros con la “mexicanidad” fue precisamente el primer recorrido que hizo en la Ciudad de México, cuando después de llegar a la terminal de autobuses vio el Monumento a la Raza.
«La Ciudad de México fue para mí una especie de Everest, como uno de los obstáculos más grandes del mundo», recuerda el periodista que, en Holanda, vivía en una ciudad de 150 mil habitantes y cuyo tamaño compara con Iztapalapa.
Uno de los objetivos de su libro es que se forme conciencia sobre el tamaño y el crecimiento de la ciudad, además de que se generen políticas públicas al respecto.