Diego Vallejo es conocido como Arame desde hace unos 20 años. Así lo bautizó su mestre de capoeira: en portugués, arame significa “alambre”. Diego es así de flaco. Durante nueve años, Arame dedicó su vida a enseñar capoeira a los niños de los campos de refugiados en diversos países de Medio Oriente, para contrarrestar los efectos de la guerra y el exilio.
Fue en 2008, mientras daba clases de salsa conoció a una chica libanesa a quien le interesó su trabajo en la capoeira y le ofreció ir a su academia en Beirut. Así llegó a Líbano: sin hablar inglés, francés ni árabe; pero era buen maestro. Un año más tarde viajó a Siria para pasar una temporada con otros capoeristas, cuando vieron su trabajo con los niños lo invitaron a trabajar en Capoeira4Refugees en los campos de refugiados. Fue el único mexicano de ese grupo y trabajó en campos de Siria, Palestina, Egipto y Jordania.
«La capoeira es una herramienta para brindar soporte psicológico —cuenta Daniel—. El objetivo de Capoeira4Refugees no es formar capoeristas, sino que a través de ella olviden un poco su situación y superen el día a día. Es muy difícil, son desplazados, están muy afectados, no se pueden expresar. Un abrazo a veces es más importante».
Jugar cebollitas en Siria
Arame creció en el barrio de Reynosa, en Azcapotzalco, donde se inició en el juego del burro entamalado, las cebollitas y el cinturón. Pero también le enseñó a desear un abrazo, una palabra de aliento, un échale ganas. No sabía que años mas tarde esas lecciones y la capoeira le servirían para ayudar a niños de campos de refugiados en Medio Oriente a curar las heridas que dejan la guerra y el desplazamiento forzoso.
«Cuando yo empecé nadie me enseñó. Intuitivamente desarrollé técnicas. Pensaba cómo me gustaría que me hubieran tratado. Lo que yo hago es una capoeira inusual. Muchas veces uso canciones felices, de Disney, Dragon Ball, reggae. Agarré muchos juegos mexicanos, del barrio, y los adapté. Alguna vez hasta los puse a jugar cinturón. Obviamente les das reglas, les enseñas a no abusar del poder. ¿Si ya sé que te puedo pegar y el otro también, ya para qué lo hago?».
Sin embargo, escuchar y ver el horror al que se enfrentan los refugiados le trajo consecuencias. Hasta la fecha a Arame le cuesta hablar de las historias que vio y que escuchó. Tardó mucho tiempo en recibir terapia pues no sabía que la necesitaba. «Este trabajo te roba el alma. Llega un punto en que no quieres saber más. Entras en depresión, no quieres saber de la vida, no quieres ir a trabajar, te enojas. Desarrollé algo que se llama Trauma Secundario, que es cuando escuchas tantas cosas y ves tantas otras que te empiezan a afectar».
Después de nueve años Arame regresó a México. Ahora prepara un taller que se llamará “Capoeira sin comunicación violenta”. La experiencia en Medio Oriente le dejó lecciones importantes, sobre todo una: «Capoeira es cuando puedo conectar y crear empatía con quien está enfrente».