Las 7:19 horas del jueves 19 de septiembre de 1985 ha sido el momento más impactante de la Ciudad de México, ya que ese instante marcó un antes y un después en la vida de los chilangos.
Ese día y a esa hora, un (muy) fuerte terremoto de 8.1 grados, proveniente de un punto en el Océano Pacífico localizado frente a las costas de Michoacán y Guerrero, azotó a la ciudad durante más de 100 interminables segundos.
Las cifras oficiales de muertos son prácticamente inexistentes porque todas difieren; sin embargo, en 2011 (sí, 26 años después) se contabilizaron 3 mil 692 actas de defunción relacionadas con el terremoto (mil 899 mujeres, mil 785 hombres y ocho que, por errores, no se supo del género). En ese entonces, la Cruz Roja señaló en diversos medios que las víctimas pudieron haber sido cerca de 15 mil, pero la mayoría de los registros históricos manejan la cantidad de “más de 10 mil”.
Asimismo, en aquel entonces se contabilizaron más de 30 mil edificaciones destruidas por completo y 68 mil con daños graves, pero lo cierto es que la cara de la Ciudad de México cambió drásticamente desde aquel entonces.
Una mañana soleada
Un par de días antes, una fuerte lluvia azotó a la Ciudad de México, una tromba típica de las que caen en septiembre, sólo que sin provocar un gigantesco caos como los de ahora, porque la capital todavía no era tan grande como hoy (aunque ya era muy parecida al monstruo actual).
Pero la mañana del 19 de septiembre amaneció soleada y con un cielo azul brillante; el movimiento en las calles alrededor de las 7:00 de la mañana era intenso, pero nada parecido a las grandes multitudes que se mueven hoy. Si quisiéramos compararlo, no llegaba a parecerse ni siquiera al tráfico y movimiento que se registra en la actualidad en un sábado al mediodía.
Había seis líneas del Metro, se estaba construyendo la línea 7 y las combis eran el medio de transporte más común, coexistiendo con los trolebuses y los autobuses de la Ruta 100 (hoy RTP), además de algunos peseros sobrevivientes (eran taxis colectivos en los que cabían unas siete personas); los microbuses todavía no hacían su entrada triunfal para invadir las calles.
El Periférico tenía sólo un piso y la zona comercial más importante era el Centro Histórico; la televisión se empezaba a convertir en el medio de información más importante y se decía que la radio “estaba muriendo”, ya que las estaciones de AM habían empezado a perder audiencia y las de FM sólo se limitaban a transmitir en un aburrido formato de una canción+dos minutos de comerciales+una canción y era impensable que un locutor apareciera en ellas.
El único canal de televisión que tenía un show matutino era el canal 2, un programa que mezclaba variedades y noticias llamado “Hoy Mismo” y que era conducido por Guillermo Ochoa, uno de los periodistas más populares de la época, pero que ese día no fue al programa y fue sustituido por la co-conductora, Lourdes Guerrero, quien, sin saberlo, sería la protagonista de una de las escenas más icónicas de la televisión mexicana.
‘¡Ah Chihuahuas!’
“Está temblando, está temblando”, fue la frase con la que Lourdes Guerrero apareció al aire para dar registro del inicio del sismo. Alcanzó a dar la hora (7:19 de la mañana) y a pedir tranquilidad a la audiencia, pero cuando sintió la fuerza del movimiento, dejó escapar la expresión de “¡Ah Chihuahuas!”, al mismo tiempo que los demás conductores, Juan Dosal y María Victoria Llamas, lucían nerviosos y listos para salir corriendo en cualquier momento.
Unos segundos después, se perdió la señal de ese canal y otros tres más debido a que varias de las instalaciones que se encontraban alrededor del estudio donde estaban transmitiendo se derrumbaron, incluyendo un edificio de Avenida Chapultepec que en su azotea sostenía una de las cuatro antenas que había en esa sede de Televisa (hace unos meses, en ese mismo lugar, el periodista Eduardo Salazar reportó en vivo un fuerte sismo en ese mismo lugar y fue blanco de diversas burlas en redes sociales).
Con eso, la ciudad, y gran parte del País, se quedó prácticamente sin televisión, y aunado a que no había suministro de energía eléctrica ni teléfonos (todavía no había telefonía celular, mucho menos internet), el único medio sobreviviente era la radio… sí, esa que ya muchos daban por muerta.
La radio
La radio también sufrió graves daños durante el terremoto; por ejemplo, el edificio de Avenida Río de la Loza donde entonces se encontraban los estudios de Radio Fórmula, se vino abajo, provocando la muerte de muchas personas que se encontraban laborando ahí, como los locutores Sergio Rod y Gustavo Armando “El Conde” Calderón, que conducían un popular programa llamado “Batas, Pijamas y Pantuflas”; ahí mismo, el periodista Pedro Ferriz de Con sobrevivió al derrumbe y prácticamente salió de los escombros por su propio pie.
Sin embargo, ante la falta de televisión y de energía eléctrica en la ciudad, la radio se convirtió en el único medio que podía informar de manera inmediata a la población ante el inédito desastre que acababa de ocurrir (las radio de baterías eran muy populares, todavía no había dispositivos recargables).
Las tecnologías móviles prácticamente no existían, por lo que hacer reportes inmediatos en lo medios resultaba difícil, y más con la carencia de teléfonos, pero el personaje más importante de la TV en esos días sí contaba con equipo para transmitir desde la calle, era Jacobo Zabludovsky.
En su Mercedes Benz negro, este periodista contaba con un teléfono que era capaz de transmitir mediante una frecuencia de radio, algo muy novedoso para la época, por lo que fue el único que pudo narrar, a través de la estación XEW, los hechos en vivo, desde el lugar, y casi ininterrumpidamente. Su crónica es hoy uno de los mejores registros del terremoto.
Los primeros instantes
Los segundos posteriores al inicio del terremoto fueron confusos, desde que la gente no sabía qué hacer durante un sismo (los simulacros e información al respecto no existían, todo lo que hay actualmente al respecto surgió después de este día) hasta que las autoridades federales y locales no supieron cómo actuar para afrontar las dimensión de la tragedia, la cual también las rebasaba.
Los mayores daños se registraron en zonas habitacionales como la colonia Roma, la Doctores o la Condesa, donde hubo derrumbes y afectaciones a casas que quedaron inhabitables, pero los más espectaculares se encontraban en la zona del Centro Histórico.
El cruce del Paseo de la Reforma e Insurgentes, la colonia Tabacalera, Avenida Juárez, Tlatelolco y Pino Suarez eran zonas de desastre alrededor de las 7:30 de la mañana, había humo y escombros (toda proporción guardada, se vivían escenas similares a los primeros instantes de los derrumbes de las Torres Gemelas de Nueva York en 2001); reportes de personas que sobrevivieron tras permanecer minutos, horas y hasta días debajo de los escombros señalaban que durante los primeros segundos dentro de los edificios derrumbados podían escucharse lamentos de personas, los cuales fueron apagándose conforme avanzaba el tiempo.
El Hotel Continental, cerca de la zona donde hoy se encuentra la Cámara de Senadores, no se vino abajo, pero varios de sus pisos intermedios se colapsaron, formando una especie de sándwich; el hotel Regis, que estaba en Avenida Juárez, a un costado de la Alameda, se derrumbó e incendió, de hecho, toda esa manzana despareció y hoy es la Plaza de la Solidaridad; en Eje Central, varias construcciones en la zona cercana a la Torre Latinoamericana se convirtieron en polvo, como un popular restaurante llamado “Superleche”.
Más adelante, en la zona del Metro Pino Suárez, se encontraban un par de edificios de más de 20 pisos con oficinas de gobierno, uno de los cuales se vino abajo tras, prácticamente, partirse su parte superior y, sobre Calzada de Tlalpan, había decenas de edificios derruidos desde San Antonio Abad hasta Taxqueña (no faltaron las historias de infidelidades que se descubrieron ese día en algunos de los hoteles de paso de esa zona).
Antes de las 8:00 horas, todo era confusión, no había bomberos o ambulancias suficientes; de hecho, tampoco los hospitales se daban abasto, ya que dos instalaciones muy importantes de la ciudad, el Hospital Juárez y el Centro Médico, también estaban destruidas.
Pero la ciudad no se sentó a esperar a que llegara la ayuda de las autoridades (de hecho, nunca llegó), por lo que los ciudadanos tomaron el mando y empezaron, con sus propias manos, a organizar, ejecutar y dirigir el rescate de las personas que estaban atrapadas y la remoción de los escombros (en los siguientes días, se puso muy de moda la palabra “solidaridad”, la cual sería retomada y aprovechada tres años después por el Presidente Carlos Salinas de Gortari).
Tlatelolco
Unidades habitacionales construidas a mediados del siglo 20 y que eran símbolo de la ciudad, como el Multifamiliar Juárez de la colonia Roma o la Unidad Tlatelolco, sufrieron graves daños, pero el derrumbe del edificio Nuevo León de esta última fue el más sonado, por la cantidad de personas que vivían ahí y porque algunos de ellos eran familiares del mundialmente famoso cantante de ópera, Plácido Domingo.
Nacido en España, pero siempre cercano a México, el tenor fue una de las primeras personas que llegaron a Tlatelolco para participar en las labores de rescate a lado de otros civiles y permaneció ahí durante varios días sin importar la hora.
Los medios de inmediato empezaron a reproducir las imágenes del cantante sentado en la banqueta o cargando piedras sin portar más equipo que un casco y, ocasionalmente, unos guantes.
Otra personalidad que vivía en ese edificio y que fue rescatado con vida fue Roberto Cobo o “Calambres”, conocido por su interpretación de “El Jaibo” en la película Los Olvidados de Luis Buñuel y que había sido rodada precisamente en algunos escenarios que mostraban cómo estaba creciendo la Ciudad de México en 1950.
Un personaje que murió a causa del temblor y que dedicaba su obra a narrar historias de la Ciudad de México fue el músico Rockdrigo González, autor de famosas canciones como “Estación del Metro Balderas” o “ADO”. Él vivía en un edificio de la colonia Juárez que se derrumbó y le sobrevivió su hija, que en ese entonces vivía en Tamaulipas y que hoy es la cantante “Amandititita”.
Incomunicados
Los daños a la infraestructura de la metrópolis provocaron que la Ciudad de México permaneciera incomunicada durante varias horas… sí, incomunicada totalmente, porque no había forma de hacer una llamada de larga distancia, no había TV, la mayoría de las estaciones de radio transmitían sólo de manera local y no existía alguna otra tecnología de acceso masivo.
Eso provocó que en varios países corriera la noticia de que la Ciudad de México había desaparecido y hasta algunos se candidatearon para organizar el Mundial de futbol que se llevaría a cabo en 1986.
La mayoría de las naciones ofrecieron ayuda humanitaria y de salvamento a México, pero el entonces Presidente de la República, Miguel de la Madrid, dijo que no era necesario y que nos las podíamos arreglar solos, lo cual, evidentemente, era completamente falso, por lo que días después tuvo que salir a decir que siempre sí los recibiríamos.
Así que decenas de aviones con ayuda humanitaria llegaron a la ciudad, personal de salvamento con perros y maquinaria provenientes de naciones como Francia o Canadá recorrían las calles y… en algunos tianguis se expendían quesos o agua que habían sido robadas de algún centro de acopio.
Justamente uno de los personajes que desaparecieron durante el terremoto, y no precisamente por padecer alguna afectación física, fue Miguel de la Madrid, quien no dirigió mensaje alguno durante las horas posteriores a la tragedia y no se le vio en ninguna parte durante un par de días. Años después, escribió que se había “encerrado” en Los Pinos para coordinar las labores de emergencia… pero para entonces, la historia ya lo había juzgado.
Topos, bebés, costureras y una pulga
Pero no sólo desaparecieron personas, también surgieron héroes y movimientos a partir del terremoto.
Uno de los primeros héroes fue un hombre bajito que venía a la Ciudad de México a correr el Maratón (el cual se llevaría a cabo el domingo 22 de septiembre y que, obviamente, se canceló), pero se convirtió en uno de los voluntarios más activos durante el rescate de personas, ya que al ser bajito y delgado, tenía la habilidad de colarse entre los escombros y rescató a varias personas, se le conocía como “La Pulga” (y quien después vivió una desafortunada historia que no viene al caso contar aquí).
En esas mismas labores, un grupo de personas se organizó y se empezaron a conocer como “Los Topos”, ya que se metían hasta lo más profundo de las montañas de escombros y también lograron salvar varias vidas. Esta organización permanece hasta ahora y han llevado a cabo labores de apoyo en todo el mundo.
Otros personajes que se volvieron famosos fueron varios bebés recién nacidos que fueron rescatados de los hospitales destruidos, principalmente el Juárez, y que sobrevivieron ya sea entre los brazos de sus madres (que fallecieron) o dentro de los cuneros y que soportaron hasta varios días esas adversas condiciones.
También emergieron de entre las sombras las mujeres que trabajan como costureras en talleres que se encontraban en edificios de la Calzada de Tlalpan y en donde eran tratadas en condiciones de esclavitud; inclusive varias de ellas murieron porque estaban encerradas. En los meses posteriores, las sobrevivientes iniciaron un movimiento social importante que luchó por los derechos laborales.
Un grupo igual de desconocido que salió a la luz fue el de las personas que vivían en cuartos de azotea en diversas áreas de la ciudad, especialmente en Tlatelolco. Ellos rentaban los cuartos de servicio de los departamentos de esa zona y, en áreas de no más de un metro cuadrado vivían familias enteras en condiciones infrahumanas; ellos también iniciaron un movimiento social importante en los siguientes años.
Las personas que perdieron sus hogares durante el temblor y que vivían en zonas muy castigadas, como Tepito o la colonia Doctores, empezaron a conocerse como “los damnificados”, y fueron ubicados provisionalmente en “campamentos” localizados en terrenos baldíos en los que se levantaron casa prefabricadas que perdieron la calidad de “temporales” cuando, un par de años después, todavía eran habitadas y hasta rentadas.
La definición de “Sociedad Civil” empezó a surgir en ese entonces acuñada por los medios y por personajes como Carlos Monsiváis, refiriéndose a las personas que tuvieron que organizarse solas para afrontar la tragedia ante la desaparición de las autoridades.
Días extraños
En aquellos días, la información no corría de manera inmediata como hoy, y pasaron varias horas hasta que toda la ciudad y el País pudieron tener noticias de la dimensión de la catástrofe.
Al siguiente día, el viernes 20 de septiembre, circular por el DF no era fácil, ya que había zonas cerradas, pero la cantidad de vehículos y personas en las calles no era la misma de siempre, ya que muchas empresas y comercios cerraron sus puertas, no hubo clases y las oficinas de gobierno no trabajaron.
Por si fuera poco, la noche de ese viernes se sintió otro fuerte temblor de más de 7 grados que causó otros daños, pero su mayor efecto se dio en el nerviosismo de los habitantes de la ciudad.
Pasado el fin de semana, la situación no cambió, ya que el Centro Histórico estaba acordonado por elementos del Ejército y sólo podían pasar personas autorizadas y rescatistas; por las calles aledañas se podía ver cómo continuaban las labores de rescate y se contaban historias de cómo habían muerto más personas en lugares como el Conalep que se encontraba cerca del Monumento a la Revolución o que habían logrado rescatar de los Televiteatros (donde hoy también se localizan un par de teatros, un cine y un centro comercial en Avenida Chapultepec) donde se presentaba el musical “Mame” con Silvia Pinal.
Cierta esperanza surgía cuando se rescataban sobrevivientes de los escombros, el último de los cuales se anunció 10 días después del terremoto, pero las imágenes de los cientos de muertos que eran acomodados sobre el campo de béisbol del estadio del Seguro Social (donde hoy está Parque Delta) eran una muestra de la magnitud de la tragedia.
En los medios se decía que no era bueno tomar agua del grifo, inclusive después de hervirla, ya que el temblor había provocado que se contaminara, por lo que el agua de garrafón (todavía no había agua embotellada como las de ahora, llegarían a finales de esa década) empezó a escasear y los especialistas sugerían que era mejor tomar refrescos.
Los chistes, un acto cruel pero catártico que suele darse en México tras una tragedia, también hicieron su aparición, pero de una manera más tardía que en otras ocasiones, lo cual era explicado con otro chiste: “es que ‘Pepito’ estaba debajo de los escombros”.
Muchas personas también colaboraron en la ayuda a los afectados creando y apoyando centros de acopio (como los que hoy se abren ante cualquier caso de desastre, pero que en ese entonces no eran muy comunes), montando comedores comunitarios o simplemente organizando actividades que ayudaran a regresar poco a poco a las personas a la normalidad.
El transporte público operado por el Gobierno del DF, como el Metro o el Trolebús, y los teléfonos públicos (que en ese entonces, durante la crisis económica, funcionaban con monedas, ya de mil pesos y no las tradicionales de 20 centavos) eran gratuitos y era común ver autobuses de la Ruta 100 habilitados para transportar a los rescatistas o víveres.
Las clases y las actividades de la ciudad empezaron a recuperarse hasta inicios de octubre, pero definitivamente muchas cosas no volvieron a ser iguales, como el paisaje del Centro Histórico, la vida nocturna o simplemente la forma de afrontar cualquier temblor.
A esa época de transición a la normalidad se le llamó “la reconstrucción” y el Gobierno la declaró oficialmente terminada un par de años después (coincidentemente con los últimos meses del sexenio), aunque lo cierto es que todavía hoy existen huellas en la Ciudad de México de ese terremoto y que permanecen ahí como mudos testigos.
Todos los que vivieron esa mañana del 19 de septiembre tienen una historia, aquí sólo narramos algunas de ellas, lo que es indudable es que, a partir de ese día, la vida de ninguno de los habitantes de esta ciudad volvió a ser la misma.
¿Cuál es la tuya?
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