Es parte innegable de nuestra cultura pop. ¿Quién no ha oído hablar sobre El Santo? Todos, en el radio o en la televisión, por anécdota de nuestros papás, porque hemos visto alguna de sus películas, porque su hijo ha pretendido continuar con la leyenda del Enmascarado de Plata.
Por esa y muchas razones es imposible dejar pasar un 5 de febrero sin recordar que una de las máximas figuras del pancracio mexicano ya no está con nosotros, y ya no está desde hace 29 años.
Incansable en los rings de este país, Rodolfo Guzmán Huerta (su verdadero nombre) nos dejó un legado que ha marcado nuestra historia luchística y cinematográfica.
Fue uno de nuestros primeros grandes héroes. En sus películas salvaba a la humanidad de Las momias de Guanajuato, de las Lobas, de los Marcianos, incluso de Capulina, y ahora todos quieren comprar su máscara cuando le caen a la Arena para ver las luchas.
Hoy en la estatua en su honor (allá en Jesús Carranza y Héroes de Granaditas, en Tepito), su familia y amigos montaron guardia, y denunciaron que la figura ha estado a merced del que no conoce su leyenda y que la ha ultrajado con pintas y vandalismo.
Tenía una placa de bronce y se la robaron. La sustituyeron con una de mármol y la base tuvo que ser pintada para borrar varios graffittis; el Hijo del Santo pidió respeto. Si no, optará por moverla de sitio.
El próximo año cumplirá su 30 aniversario luctuoso. Se espera un homenaje a su medida, un homenaje para sentir menos la pérdida sufrida cuando hace tres décadas un infarto terminó con su vida.
Y esperamos que su estatua se mantenga ahí, respetada por los mortales y en la medida de lo posible, por el tiempo.