Las Aventuras del Capitán Calzoncillos
En Las Aventuras del Capitán Calzoncillos dos niños hipnotizan al director y lo convierten en su héroe de cómic, quien peleara contra un enemigo inesperado.
Por: Oswaldo Betancourt Lozano
Divertida, ingeniosa y sin pretensión, Las Aventuras del Capitán Calzoncillos es una sorpresa altamente recomendable.
Dav Pilkey comenzó a publicar las Aventuras del Capitán Calzoncillos allá por 1997, 20 años después llega la adaptación cinematográfica del director David Soren y el paso a la pantalla grande es simplemente estupendo. El guion retoma elementos de diferentes libros de Pilkey y son condensados en una sola entrega, trabajo ejemplar de síntesis a cargo de Nicholas Stoller; esto hace difícil saber si habrá más entregas, pero ante el buen sabor que deja el resultado se antoja que sí sea así.
La historia sigue a Jorge Betanzos (en inglés George Beard) y Beto Henares (Harold Hutchins en la versión anglosajona), dos amigos que disfrutan tramar bromas y hacer cómics (el primero los escribe y el otro los ilustra). Cuando el director de su escuela, el Sr. Krupp, intenta terminar con su amistad al mandarlos a diferentes salones, ellos lo hipnotizan para convertirlo en el Capitán Calzoncillos, lo cual resulta conveniente cuando un villano verdadero llega a la escuela para tratar de quitarle a los niños la capacidad de reír.
Los protagonistas derrochan simpatía y a pesar de ser niños adquieren un grado de complejidad cuando rompen la cuarta pared para hacernos partícipes de lo que les pasa.
DreamWorks Animation hizo un trabajo magnífico, no sólo por darle vida a los personajes, sino por respetar la esencia de la obra original y atreverse a jugar con diversos formatos, desde los segmentos de animación 2D (como cuando deciden incluir el flip-o-rama) y hasta una breve secuencia de títeres hechos con calcetines.
Cinematográficamente es impecable, desde la elección de los planos, los “movimientos de cámara”, la iluminación de las escenas, todos estos aspectos se agradecen en una película infantil que disfrutamos igual los adultos, al grado de que no es necesario ir acompañado de un menor para pagar el boleto.