La escena del cine de terror en la industria nacional alguna vez fue nutrida, después vino una época de ausencia y ya llevamos un rato con nuevas películas intentando retomar el camino, en gran medida a cargo de remakes y por otra parte con propuestas que no terminan de ser lo suficientemente convincentes. Probablemente el máximo exponente en este campo es Kilómetro 31 y díganme ustedes qué tanto los asustó… Pero ahora hablemos de La posesión de Altair.
Víctor Dryere está debutando en las grandes ligas con un guion de su autoría: una propuesta inusual, pero no del todo original. El título habla por sí mismo: La posesión de Altair sigue a una pareja mexicana que en 1974 comienza a filmar momentos de su vida con una cámara de ocho milímetros, cuando llegan a su nuevo hogar y comienzan a suceder eventos paranormales.
Ya se han hecho en el país películas de found footage, como Archivo 253, y el recurso ya no es novedoso después del desgaste que ha hecho Actividad Paranormal. Es loable el esfuerzo técnico de la ópera prima de Dryere por recurrir a este formato que sin duda le da la atmósfera propicia a la cinta para tratar de provocar -sin lograrlo- un par de sustos, porque las situaciones están dispuestas en diversos momentos, pero no son bien aprovechadas, se llega a ellas de golpe, sin dar la oportunidad de despertar paulatinamente esa sensación de intriga que lleva a sentir miedo, o, por el contrario, se cortan de golpe y la emoción queda interrumpida.
Más allá de un par de efectos visuales convincentes, es difícil rescatarla, pues el final despoja a la película de su género, por lo que pasa a ser de un largometraje de horror a una cinta de ciencia ficción, con lo que se pierde el sentido.