Por qué debes ver La forma del agua, de Guillermo del Toro
*No contiene spoilers. Por fin llegó el estreno de la esperadísima La forma del agua, de Guillermo del Toro, la película con la que nuestro querido director mexicano ganó su primer Golden Globe.
Ya la vimos. Nuestro veredicto: ¡no te la puedes perder, de verdad, compra tus boletos ya! Aquí las razones:
La hermosa historia de amor
La forma del agua es una poderosa historia de amor. Elisa Esposito (Sally Hawkins) y la criatura anfibia (Doug Jones) hacen que nos cuestionemos muchos de nuestros conceptos sobre el amor. No hay forma, tiempo, ni razones perfectas para amar y quizá tampoco hay límite. El poema al final de la película es un post-it mental para recordar diario: «Unable to perceive the shape of you, I find you all around me.»
Sí, suena cursi –del Toro diría que «nuestro umbral para la emoción está tan bajo que cualquier cosa nos parece cursi», pero no se trata de una cinta melosa sino de una película capaz de emocionar hasta al amargueitor de la cuadra. Sin embargo, hay algo mejor: ¡libertad sexual! Elisa es capaz de disfrutar su sexualidad sin prejuicios, a diferencia del verdadero monstruo de la película, Richard Strickland (Michael Shannon), el tííípico machito acosador y reprimido que no sale de la posición del misionero. Además, ¿cómo te imaginas que una mujer y una criatura anfibia antropomórfica puedan tener sexo? Del Toro lo resuelve: hace bello lo «inaceptable».
La oda a la amistad
Elisa es muda y a veces se siente «incompleta» pero nunca lo está, pues sus amigos son el sostén de su vida –y de la trama–. Zelda (Octavia Spencer), su compañera de trabajo en el área de limpieza, es negra, y Giles (Richard Jenkins), su vecino, es homosexual. Ambos reciben tratos intolerantes y mezquinos por considerarse «inferiores» en un Estados Unidos de la década de los 60. Sin embargo, Del Toro los reivindica, como siempre hace con los raros o los invisibles. A pesar de la intolerancia, la empatía y la amistad siempre son posibles en La forma del agua, de Guillermo del Toro.
La fotografía
Dan Laustsen, el director de fotografía, afrontó la historia de manera sublime. La forma del agua es una película muy visual: los protagonistas no pronuncian palabras pero no las necesitan. Los colores, azules y grises que van haciéndose cada vez más vívidos, y las sombras profundas forman momentos turbios pero también otros muy brillantes y entrañables, como el de la escena de la habitación llena de agua (una de las más bellas). La cinta completa es una colección de momentos preciados y emotivos.
¡La música!
Elisa y su amante anfibio se comunican a través de gestos, caricias, huevos cocidos y música. La banda sonora, compuesta por Alexandre Desplat –conocido por los premiados soundtracks de El Gran Hotel Budapest y de El discurso de rey– es una obra de arte por sí misma y un elemento imprescindible de la belleza integral de la película. Bien merecido ese Globo de Oro.
Los finísimos detalles
Guillermo del Toro suele ver más allá de lo evidente. Por eso, sus películas tienen un montón de mensajes entre líneas que se van descubriendo poquito a poco. Aunado a su enorme talento para crear mundos fantásticos, este estilo tan suyo hace que sus historias sean poderosas y transformadoras.
La forma del agua, como El Laberinto del Fauno (2006), presenta a una criatura fantástica. Esta vez no es antipática sino cautivadora. El hombre anfibio comenzó a desarrollarse en la mente de Del Toro cuando tenía seis años y conoció a Gill-Man, el monstruo acuático de Creature From The Black Lagoon (1954). El resultado de esa vieja idea es un personaje fascinante: depredador pero frágil, capaz de enamorarse. Esa complejidad existe en todos los personajes de La forma del agua y es justo lo que los hace trascendentes.
Sin duda queremos nominaciones al Oscar para La forma del agua, de Guillermo del Toro, aunque no son necesarias para que se convierta en una joya laureada por los festivales de cine en el futuro.
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