El tótem nigeriano, Nollywood
Por: Colaborador
Las Valkirias de Wagner no pudieron haber sido escritas en Machu Picchu, así como el Popol Vuh no se le hubiera ocurrido a Cervantes de Saavedra ni en un millón de años. Cada obra, cada artista y cada arte, responde al lugar del que brotan. Así, el cine de cada nación se ha convertido en un gran ejercicio de su propio andar en el siglo XX. No nada más es producto del espacio geográfico, sino que el celuloide también espejea la era que pasa por la cámara.
Entonces, ¿qué nos significa Nollywood de Nigeria? ¿Qué aprendemos del país a través de la segunda industria de cine más grande del mundo? O en temas aparte, ¿qué nos dice del mundo y de la industria cinematográfica que Nigeria se haya consolidado como tal potencia en tan sólo una década?
Desafortunadamente el acceso a las obras de Nollywood en México oscila entre lo limitado y lo nulo. Lo mismo ocurre con la situación y el resto de la cultura de la nación nigeriana. El mundo occidental, ignorante de prácticamente todo lo que sucede en el continente africano, tiene a Biafra como su único referente de lo nigeriano. Personalmente reconozco que tampoco sé lo que debería del tema, pero aún así, cuando se habla de cine, resulta imposible esquivar el caso de Nollywood.
Nigeria es el país más poblado de África. Son 161 millones de habitantes que en su mayoría hablan inglés, aunque el igbo, el yoruba y el fula tienen una fuerte presencia. Nigeria se independizó del yugo británico en 1960. Las gigantescas letras blancas de “Hollywood” llevaban de pie casi cuatro décadas para ese entonces.
En su primera década, la nación de las águilas negras, generó unos cuantos largometrajes, pero no en formato digital, rasgo fundamental del cine nollywoodense. En 1967 brotó la guerra civil y borró por completo cualquier oportunidad de hacer cine en el país.
El nacimiento de este fenómeno del cine internacional ocurrió en 1992, con Living in Bondage (1992), escrita y producida por Kenneth Nnebue. Es la historia de un hombre que se une a un culto y asesina a su esposa a cambio de obtener una fortuna, para después ser hostigado por el fantasma de su difunta esposa. Hablada en igbo, la obra marca también el debut de Kanayo O. Kanayo, histrión que lleva hoy en día más de 150 títulos en esta veintena de años. Gary Oldman cuenta con menos de la mitad de largometrajes en el doble de tiempo de carrera.
Con el paso del tiempo, el inglés ha acaparado el grueso de las producciones, un rasgo fundamental para concretar el éxito internacional. No obstante, la producción de títulos en yoruba e igbo no se ha frenado por completo. La competencia “más cercana” en el continente es Ghana, pero con los 1,200 títulos al año de Nollywood, la brecha se vuelve abismal. Para su treceavo cumpleaños, el nuevo gigante contaba con más de 7,000 títulos en su catálogo.
El poder del azar y el ingenio que nace de la falta de presupuesto le dieron vida al titán nigeriano; producciones grabadas en Betacam SP por no poder cubrir los gastos de filmar las películas. Ahora bien, lo que le dio la fuerza que tiene hoy fue la capacidad de adaptación al futuro de los cineastas nigerianos. Nollywood, una industria 100% digital (evolucionando al universo HD), es pionera en áreas que decenas de países no se atreven a imaginar todavía.
Nollywood logró, por medios propios, generar una producción estable de contenido. Halló la manera de establecer un sistema económicamente viable de hacer cine por y para el país. Y, sobre todo, conquistó al público nacional y generó un hambre en sus seguidores que hoy en día aprecian y consumen el cine de su país, prefiriéndolo por encima de las mega-producciones foráneas. ¿Cuántos países, incluido el nuestro, no desearían contar con estas medallas en su solapa?
El contenido varía, de temas y de calidad. Es cierto que al cubrir este ritmo frenético de producción la calidad sale abollada (en numerosos casos MUY abollada). Los temas van de lo evangélico hasta el social-realismo. Es inmensamente común toparse con secuelas de los títulos, tanto que en ocasiones es simplemente la misma película dividida en diferentes entregas.
La falta de recursos, tanto en Nigeria como en el resto del continente, hace que los cines no sean fáciles de encontrar. Por ello la producción de Nollywood sale directo a dvd y vcd. El tiraje promedio es de 50,000 copias, aunque los éxitos de “la cartelera” acaban por vender varios cientos miles de copias. El precio común en la calle por uno de estos títulos es de $25 pesos.
Lo que acaba por fascinar sobre Nollywood es su esencia etérea. No existe como lugar, aunque la mayoría de los rodajes suceden en Abuja, Lagos y Enugu. No existen estudios, sino que casi todas las producciones son independientes. ¡Aún así, son inversiones de $20,000 dls que tienden a generar $400,000 dls.! Dinero que en gran porcentaje se va a la producción de la siguiente película. Lo que se alcanza a leer a distancia es que las ganas de hacer cine son, ultimadamente, el motor de la industria. No son los lujos estratosféricos que exigen las figuras de otros cines. No es el snobismo de sólo trabajar con el mejor equipo al que se malacostumbran rápidamente en otras latitudes. Es cine que emana de la tierra, de sus creadores y del público que se ha comprometido con SU cultura audiovisual.
A gran escala, estos son los pilares que le han permitido a Nollywood erigirse como el titán que es. Su nombre es la medalla que lo acredita como uno de “la pandilla”:
Kollywood (est. 1916 @ Tamil Nadu, India)
Hollywood (est. 1920s @ California, EUA)
Lollywood (est. 1929 @ Urdu, Paquistán)
Bollywood (est. 1930s @ Mumbai, India)
Tollywood (est. 1932 @ Bengal Occidental, India)
Dhallywood (est. 1956 @ Bangladesh)
Trollywood (est. 1995 @ Trollhättan, Suecia)
Esta informal manera de agrupar a la tropa de potencias cinematográficas adquiere peso por sí misma. El selecto clan tiene un sinfín de exigencias qué cumplir antes de pretender pertenecer a ellos; pero sin duda la más obvia es producción. Como cualquier industria, los números de manufactura son primordiales. En dicha lista, cada una de ellas lleva años o décadas consecutivas produciendo cientos de películas al año.
En el caso de México desde los dorados cincuentas no hemos vuelto a acercarnos al centenar de títulos por año. El año pasado apenas rascamos los ochenta largometrajes.
¿En qué año “Chacmoollywood” acaparará la atención del globo? ¿O acaso aprenderemos en un rato que el canino Amores Perros fue el arranque de un “Xolollywood” vanaglorioso?