Por Ira Franco
No diría que Al mejor postor es una buena historia, pero hay algo adictivo en esta intriga ocurrida dentro del millonario mundo del arte. Virgil (Geoffrey Rush) es dueño de una casa de subastas y es el típico hombre refinado-neurótico que todo lo toca con guantes.
Odia al mundo entero hasta que es contratado por Claire (Sylvia Hoeks), para hacerse cargo de la inmensa colección de arte y antigüedades de sus padres recién fallecidos. Pero, por alguna razón, Claire no deja que Virgil la vea.
Con su enorme talento para causar respuestas sentimentales fáciles, Tornatore dirige a su protagonista para que nos tome de la mano y nos lleve directamente a su deseo. Desde ese punto de vista, la película tiene éxito: Rush puede hacernos sufrir con sus pequeños cambios y sus vergüenzas apenas asomadas en sus rasgos faciales. El problema viene cuando necesitamos que la trama también nos conmueva.
Se trata de un guión predecible, el final está cantado, aunque el único incapaz de verlo sea Virgil. Lo demás (fotografía, música, locaciones) es estupendo. Los más exigentes la tacharán de “dominguera”; dándole ciertos beneficios podría ser una cinta interesante. Sólo desearía que todos los actores (excepto Donald Sutherland, claro) estuvieran a la altura de Rush, quien con sólo un pase mágico puede hacer que nos importe cualquier historia.