Las pistas detrás de Isla de perros, de Wes Anderson
La estética particular de Isla de Perros de Wes Anderson es un recordatorio del mágico universo escondido en las cintas del director estadounidense.
Por: Colaborador
Lo mejor de Isla de perros de Wes Anderson
En términos generales, esto es lo más bonito que tiene Isla de perros de Wes Anderson: mucho amor, estética preciosa y una historia bonita con la que es fácil identificarse; es casi un regalo para tu niño interior.
El estilismo Anderson
Isla de perros está en clave Anderson: viciada por la simetría, con una paleta de colores deliberadamente limitada, de humor agridulce y libre influencia –estilizada hasta el tuétano– de las animaciones japonesas de la posguerra.
Hablemos del estilo singular (estilísimo) de Wes Anderson: reconocible hasta con la luz apagada, pertinaz, rescatado en parte del manierismo italiano del siglo XVI, que en ocasiones llega a ser casino y otras, francamente deslumbrante. No lo culpen, él mismo ha dicho que sus formas peculiares son casi involuntarias, producto de una manera extraña de ver el mundo, como si fuera una perfecta casa de muñecas. Los enterados lo señalan dentro de un estilo cinemático llamado “planimétrico” (que viene de plano, como si estuviéramos viendo un mapa o un croquis, digamos), que se inscribe en la estética de cineastas como Jean-Luc Godard, Buster Keaton y Stanley Kubrick.
La simetría bilateral de la mayoría de sus secuencias es ya conocida (hiperestudiada con ejemplos en YouTube), pero a esta obsesión se añade ese posicionamiento perpendicular de los fondos (las paredes o los escenarios están a 90 grados exactos del actor, por ejemplo, opuesto a las líneas oblicuas habituales), que permite organizar a los actores y las cosas como si fueran parte de un bodegón en un óleo clásico; o en su versión más moderna, fotografías grupales posadas, como en las páginas de un anuario. En términos temáticos, Anderson es un blanco fácil del odio de los que aborrecen esa imaginería hipster, “bonita”, que nunca llega a grandes profundidades. Críticas aparte, lo más rescatable de su estilo es, quizá, el establecimiento de un misterioso universo alterno donde a veces dan ganas de irse a vivir –andersoniano es ya un adjetivo para los cinéfilos– y un compulsivo sentido del orden es capaz de desquiciarlo todo (vaya paradoja), pero donde también existen destellos de magia pura –solo hay que recordar aquellos animales como cangrejos iridiscentes en la playa de Steve Zissou (Mundo acuático, 2004).
Amor perruno
Es la historia de Atari, un niño de 12 años en un Japón del futuro, donde la sobrepoblación ha hecho que exilien a todo canino hacia una isla de desechos tóxicos. El niño busca desesperadamente a su perrito perdido y una banda de perros sin dueño, olvidados, se le unen para ayudarlo. Isla de perros de Wes Anderson es un guiño de amor al género perruno (o perrícola) y a esta etapa de la infancia preadolescente donde (con suerte) se sufren las primeras heridas de amor y se ensayan los primeros actos de valentía.
Checa: Stephanie Salas, “El Negro” y “Miénteme como siempreee”
A la vieja usanza
En Isla de perros de Wes Anderson se agradece la recuperación de técnicas de stop-motion artesanales, que ya casi nadie se atreve a hacer. Anderson ha dicho que su inspiración son las películas de Kurosawa y Miyazaki, particularmente en la narrativa que incluye momentos de contacto con la naturaleza (como en El viaje de Chihiro), que le dan un ritmo muy distinto al de la animación occidental.
Para esta cinta, Anderson y su equipo crearon un universo de 240 microsets, desde un domo municipal de laca roja hasta un laboratorio monocromático y un bar de sake con cientos de pequeñas botellitas. La isla de basura tóxica donde viven los perros exiliados está hecha a mano, en miniatura, con todo y su tren elevado y sus nubes de polvo hechas de algodón (en homenaje a las caricaturas de Looney Tunes). Hay una playa hecha con pedacería de tubos de rayos catódicos de televisores viejos y baterías de auto; las olas del mar son de hoja de plástico y el pelo de las perros está hecho de lana de alpaca. En toda la película solo hay un cuadro hecho en digital (cuando salen a cuadro todos los perros porque no cabían sin distorsión del foco) y todos los gráficos –esta es una cinta especialmente linda para los fans del diseño gráfico, las fuentes tipográficas y esas cosas– están hechos a mano por un grupo de artistas de la caligrafía.
Isla de perros de Wes Anderson (cuya pronunciación en inglés es igual a la frase I love dogs) está hecha con un cuidado espectacular, muy probablemente por el cariño real de Anderson a esos animalillos, determinados, bravos y resueltos cuando hay que defender, pero profundamente leales.
Un guiño a la vida de Anderson
Si cabe decir que toda obra de arte es también biografía, en Isla de perros está presente el niño-Wes-Anderson que, luego del traumático divorcio de sus padres, pidió así, de la nada, dinero para irse a vivir solo a París a los 12 años (cosa que le fue negada). Nacido en Texas en 1969, Anderson hizo cine desde que tuvo uso de razón: era uno de esos niños callados, lectores, que roban la cámara super 8 del padre para filmar escenas familiares con sus hermanos. Su conocimiento de la cámara lo llevó a organizar grandes producciones de obras escolares y hasta un programa de televisión que hizo con marionetas antes de salir de la preparatoria. Lo más importante vino en la universidad: en una clase de dramaturgia conoció a un tipo rubio y narizón, bien parecido, llamado Owen Wilson. Al principio no se hablaban, pero luego Owen y Wes se hicieron roomies y juntos escribieron lo que sería su primer largometraje (hoy aclamado por directores como Martin Scorsese), Bottle Rocket (1996). La carrera de Anderson (y la del apuesto narizón, claro) despegaron con el segundo largometraje Rushmore (1998) y el resto de su peculiar carrera ha sido puesta bajo la mirada hipercrítica de un Hollywood que lo acepta y lo asimila pero no sabe muy bien cómo venderlo (¿su cine es comercial, de autor, es comedia, humor mágico, en qué cajita cabe?). El señor y la señora Tenenbaum o Steve y Eleanor Zissou jamás habrían existido de no haber sido por el corazón roto del pequeño Wesley cuando sus padres (una arqueóloga y un publirrelacionista) le anunciaron su separación: sus tramas siempre tocan de alguna manera aquel momento en el que su mundo familiar se desenlazó, aquel punto en el que el niño se dio cuenta de que siempre se está solo frente al mundo, para bien o para mal.
No te pierdas la retrospectiva en la Cineteca
A partir del 18 de mayo se llevará a cabo en la Cineteca Nacional una retrospectiva de la filmografía de Anderson, donde se proyectarán sus nueve largometrajes a la fecha, incluido el estreno de Isla de perros de Wes Anderson. El ciclo forma parte de tres retrospectivas conjuntas donde se ofrece también la obra de Jan Švankmajer y Frederick Wiseman, además de clases magistrales.
1996 Bottle Rocket
1998 Rushmore
2001 Los excéntricos Tenembaum
2004 Vida acuática
2007 Viaje a Darjeeling
2007 Hotel Chevalier
2009 El fantástico señor Zorro
2012 Moonrise Kingdom: un reino bajo la luna
2014 El gran hotel Budapest
2018 Isla de perros de Wes Anderson
Dónde: Cineteca Nacional (Av. México Coyoacán 389, col. Xoco).
Cuándo: A partir del 18 de mayo.
Cuánto: $50 (martes y miercoles, $30)
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