Por: Omar Morales @OmarInMorales
Imaginen a un niño de cinco años, de ojos muy azules y frágil apariencia, que es abandonado por su padre y criado por sus abuelos, que crece inseguro y desorientado, que siendo un adolescente conflictivo escucha por primera vez a los Smiths e inspirado en esa epifanía musical decide abandonar la escuela para dedicar su vida a la música.
Imaginen que en 1994, forma una banda mitad country mitad rock llamada Whiskeytown con la que graba tres Lp’s y logra vender casi medio millón de copias en los Estados Unidos, pero imaginen también que por su inestabilidad emocional y adicciones lo da por terminado seis años después para iniciar una de las carreras solistas más prolíficas de nuestro tiempo. Finalmente imaginen que ese niño con vida de melodrama se llama Ryan Adams y que acaba de grabar uno de los discos más vigorosos de lo que va de 2014.
De los 15 a los 31 años de edad Ryan Adams abusó de la ingesta de alcohol. En 2005 optó por la sobriedad y a la distancia reconoce su pasado como el de un personaje lleno de pánico e insatisfacciones. Hoy se describe como un hombre curioso. En su fase más crítica estuvo al borde de sabotear su carrera, sus impulsos misántropos lo llevaron a enemistarse con figuras poderosas de la prensa y la industria musical. Hoy es dueño de un envidiable estudio de grabación con equipo vintage (micrófonos que grabaron la voz de Elvis Presley, una consola de los estudios Motown, otra que fue usada por los Beatles) y su propio sello discográfico, PAX AM Records, con el que acaba de editar su disco catorce como solista (número que le llevó tomar la confianza necesaria para titularlo con su nombre, Ryan Adams).
En un momento de lucidez Pete Doherty soltó una frase contundente: “el rock nació en Estados Unidos, pero los ingleses tenemos la cuna…“. El ex de Kate Moss tiene razón, aunque debería sumar a su sentencia que ningún británico ha sido capaz de igualar eso que llaman True American Rock’n Roll. Ese sonido que necesita de las raíces bucólicas estadounidenses para ser lo que es, la esencia melódica de Bob Dylan, Roy Orbison, Bruce Springsteen, Lindsay Buckingham, Tom Petty… Y con el ánimo desbordado tengo que decirles que Ryan Adams es uno de los grandes discos en la historia del True American Rock’n Roll. Así nomás.
Si la estrategia mercantil del disco más reciente de U2, Songs of innocence, es una historia de miedo, la de Ryan Adams es una de superhéroes sobrada de confianza en las melodías que contiene. Es un disco atemporal que hoy sería un clásico de haber sido grabado en los ochenta. Los primeros cuatro compases de la canción inicial son una declaración de principios: guitarra ligeramente distorsionada en primer plano y ubicada a la derecha de la imagen estereofónica, acompañada por un bajo profundo, un órgano Hammond con la firma maestra de Benmont Tench y el impecable sonido de una batería que parece hablar y confirmar la frase “This is true american rock’n roll“.
Ryan Adams no es un disco que busque innovar o experimentar, es una obra de música popular estadounidense que conmueve y convence por sus cualidades melódicas, con ganchos en coros y estrofas que fácilmente se cuelgan de la memoria, un desarrollo armónico sencillo y contundente, y una capacidad interpretativa precisa y elegante. Es un disco sin florituras ni maquillaje innecesario, crudo y directo, con canciones de pocos acordes, que no abusa de los solos ni los puentes, que procura no interferir el mensaje entreverado en sus letras: “All my life, been shaking, wanting something…“I’m not as humble, I know everything here is gonna burn…” “Everyone I used to know left their dreams by the door…“
Ryan Adams no es un poeta y se mejor virtud como letrista es que no pretende serlo. El hombre sigue recuperándose de una resaca física y espiritual de 16 años que ha traducido con pulcritud en canciones francas. La textura de su voz no ha sufrido daños y conserva la suciedad suficiente para estremecer oídos, y sus capacidades como guitarrista siguen lejos del virtuosismo de los malabaristas, pero tiene la suficiente rabia para emocionar con pocos arpegios y rasgueos punzantes.
Lo más estimulante de este disco está en su sonoridad, en lo minucioso de sus arreglos y la eficacia de sus sencillas melodías. Mis favoritas de Ryan Adams: “My wrecking ball”, “Shadows” y “I just might”.