Después de su accidentada pero feliz aventura como productor

en jefe de Control Machete, Toy Hernández decidió por los caminos de la cumbia.

No eran, ustedes disculpen la puntada referencial, como él pensaba, no eran

como él creía.

Mex Machine llega a

los estantes como la promesa de una propuesta fresca, si bien no del todo

original: repensar, por medio de la fusión musical, los sonidos tradicionales

de México con sus sonidos urbanos. Con un Nortec perdido sin su brújula original,

y algunas propuestas similares pero con demasiado trasfondo experimental,

Hernández parecía el adecuado para llenar el hueco. Hacernos bailar. Acercarnos

a la cumbia, tan vapuleada por nuestros clasismos.

Cumbia y ballenato, polymarch tecnificado, los primeros trancazos del rock mexicano bajo la óptica

del tornadiscos miamiteco, todo funciona bien como principio. El disco es corto

y nunca se detiene en ritmo. Encontramos, de agradecerse también, muchas

dimensiones. Es un disco variado. Nos brincan distintas revisiones al mapa

musical mexicano, abarcando con amenidad los más diversos de sus rincones.

Funciona, no aburre nunca.

Pero vienen los problemas en su acercamiento, su enfoque

directo al mundo del folclor mexa: Toy

Selectah parece preferir el beat enajenado

a la hipnótica circularidad de la cumbia, la velocidad sobre el sabor, el

desmadre adolescente a las posibilidades

sónicas (enormes) de la rumba, que nace desde la cadera. No hay, so

to speak, cadera. Hay ritmo sin cadera. Es

un híbrido diseñado para la pista de baile gringa, acaso chicana, pero nunca la

nuestra.

Esto lastima porque la elección musical es buena. La idea no

está mal realizada, no falta sazón ni color en el disco. Solamente falta poner

el empuje en la cachondería, sabor mi hermano, para que, entonces sí, el baile sea eterno.