Así como los romanos tenían a Afrodita y los romanos a Venus, los aztecas tenían a Xochiquetzal y Tlazoltéotl, diosas del amor y la lujuria.
Estas deidades representaban para nuestros antepasados dos caras distintas del deseo: el amor y la lujuria.
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Pero, ¿cuál es la historia de estas diosas que, de acuerdo con las leyendas, volvían locos a los aztecas?
Xochiquetzal: La diosa azteca del amor
De acuerdo con la historiadora Silvia Trejo, la mayor parte del conocimiento que tenemos sobre los dioses aztecas proviene de cronistas españoles como fray Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán.
Por ello, es posible que la información sobre el significado que los aztecas daban a las diosas Xochiquetzal y Tlazoltéotl esté entremezclada con la cosmovisión católica.
Sin embargo, todo indica que para los pueblos aztecas existían deseos permitidos y deseos prohibidos. Y a cada uno de ellos correspondía una de estas diosas.
Xochiquetzal era la diosa azteca de la belleza, las flores, el amor, el placer y las artes. Su nombre significaba “flor preciosa” o “flor hermosa”.
Según las leyendas, nació del cabello de la diosa madre, Coatlicue, y tuvo amoríos con varios dioses aztecas. Estuvo casada con Tláloc, dios de la lluvia, Ixotecuhtli dios de la libertad, y tuvo amoríos con Tezcatlipoca.
Se representaba como una mujer joven y atractiva que llamaba la atención de los hombres. “Representa la tentación que hace caer a los hombres castos; es naturalmente una joven hermosa y alegre. Representa los encuentros juveniles, espontáneos, pero sobre todo libres”, apunta Trejo en un artículo para el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Además, apunta que los encuentros pasionales provocados por esta diosa eran socialmente permitidos entre los jóvenes.
Por ello, a Xochiquetzal la invocaban quienes pedían belleza, sensualidad, inspiración para hablar del amor, placer sexual o querían lograr un matrimonio.
Tlazoltéotl, la diosa azteca de la lujuria
Por su parte, la diosa Tlazoltéotl también era representada como una mujer que despertaba la pasión de los hombres. Sin embargo, a diferencia del caso de Xochiquetzal, los encuentros que eran provocados por Tlazoltéotl no eran celebrados, sino castigados. ¿El motivo? Que a esta deidad se le consideraba también la diosa del adulterio.
De hecho, el adulterio estaba tan mal visto que el nombre de Tlazoltéotl significaba “diosa de la suciedad”, ello en referencia al deseo carnal que despertaba.
Quienes caían en las redes de esta diosa, es decir, quienes cometían adulterio, debían pagar una penitencia ante sus sacerdotes. La pena consistía en realizarle una ofrenda, así como “perforarse la lengua con una espina de maguey y pasar mimbres por la horadación para impregnarlos con sangre”.
Curiosamente, las historias de Xochiquetzal y Tlazoltéotl reflejan una cosmovisión donde las mujeres son las responsables de “desatar las pasiones” de los hombres. Además, refleja la idea de que la infidelidad está mal vista, pero es responsabilidad de la figura femenina.
¿Crees que siglos después ha cambiado nuestra visión sobre la responsabilidad afectiva en las relaciones?