Las mochilas son parte fundamental de la etapa escolar, las hay de todos los materiales imaginables: tela, plástico y hasta piel, pero hubo un hubo una mochila distintiva de la chaviza chilanga: estaba hecha de metal era poco práctica, indiscreta —y no muy linda—. Pese a ello fue el hit con estudiantes de todos los niveles: la mochila o portafolio de alambre.
Todo apunta a que la mochila de alambre fue un producto 100% nacional, creada por SteelMex Industrial, compañía que aún existe, aunque hace tiempo se alejó del diseño para continuar con la venta de tubos, placas y láminas. Y es que, aunque fue un gran éxito, fue breve y estuvo acompañada de otras variaciones.
Un diseño simple… pero con metal
Su diseño era bastante simple, más que una mochila, era un portafolio hecho de una reja metálica que bien podría servir pa’ echar una carnita asada al aire libre. Las había de todos colores y aunque fue más común su uso en las chavas, al grado de que Beatriz Villanueva —personaje interpretado por Thalía— en la novela Quinceañera, de 1987 llevaba una al colegio, ellos también la usaban.
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Al estar hecha de metal era pesada aún vacía, si te tocó usar una no necesitas imaginarte lo pesada que era, pues lo sentiste, pero tan solo con unos cuadernos y libros podía llegar a pesar más de cinco kilos; para que nada escapara de la rejilla eran necesarios accesorios como una lapicera.
Llevarla bajo el impredecible clima chilango era vivir la vida loca, pues con la lluvia podías despedirte de tus cuadernos y libros, además, seguro que te machucaste al cerrarla o quizá te lastimaste la mano al cargarla llena por mucho tiempo.
¡También había lonchera!
Esta mochila tenía su hermana menor, que era una lonchera ligeramente menos incómoda por su tamaño, SteelMex no guarda recuerdo, ni información alguna sobre ella y su peculiar diseño, que quizá fue inspirado para que madres y padres pudieran lidiar mejor con el apetito de destrucción y el uso rudo que niñxs y jóvenes le dan a mochilas y otros materiales escolares, sin olvidar la bulleada cuando las mochilas eran arrojadas a la basura, pisoteadas o escondidas. En ese sentido estos portafolios eran indestructibles, aunque eventualmente algunas se partían por la mitad.
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Todo termina por volver
A este modelo también se sumó otro portafolio en versión vinil, con dos colores, rojo y azul; los cuales también aguantaban el uso rudo: quedaban llenos de rayones y decolorados. Pero por lo menos eran más delgados y muchísimo más discretos que la mochila de alambre, ya que si no lo abrías, nadie se enteraba de lo que llevabas. A esos portafolios se sumaba el también mítico modelo Samsonite que era algo así como una fusión entre mochila, portafolio y baúl de la abuela. Estaba hecho de piel, tenía tirantes, pero en general era pesado y estorboso, más similar a una pieza de equipaje que a una mochila y en un tono de azul, muy distintivo porque el resultado de la combinación de todo esto, no era estético, tampoco práctico, pero al igual que los otros modelos también era súper aguantador.
Si creías que al igual que tu juventud la mochila de alambre se había ido para siempre, te equivocas: se venden hasta en 700 pesos en varios sitios de internet y el diseño es exactamente el mismo, así que si quieres tienes un arranque de nostalgia, puedes volver a experimentar esos tiempos de indiscreción y manos lastimadas.
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