Irónicamente, una de las obras arquitectónicas más icónicas de la Ciudad de México es resultado de un proyecto inconcluso. De haber sido distinta la historia, hoy el Monumento a la Revolución sería un palacio. Lo que hoy en día se erige sobre la Plaza de la República, en la colonia Tabacalera, es apenas la cúpula de lo que habría sido un edificio similar al Capitolio de Washington D. C.
Pero ¿cómo era originalmente el proyecto de esta obra arquitectónica? ¿Qué detuvo su construcción y cómo pasó a tener su actual forma y significado? Para responder a estas interrogantes hay que remontarse a finales del siglo XIX.
El palacio que Porfirio Díaz mandó construir
La historia de lo que hoy conocemos como Monumento a la Revolución comenzó en 1897. En ese año, Porfirio Díaz dio a conocer el plan de construir la que sería la obra más ambiciosa de su gobierno: un palacio legislativo que albergaría al Poder Legislativo Federal. El plan era que la obra sirviera para conmemorar el centenario de la Independencia, en 1910, y que el recinto albergara tanto la Cámara de Diputados como a la Cámara de Senadores.
Para crear la obra, Díaz lanzó una convocatoria entre arquitectos mexicanos y extranjeros. El proyecto ganador fue el del francés Émile Bénard, quien propuso crear un palacio a la altura del Capitolio estadounidense, pero con un estilo europeo neoclásico. La construcción de la obra arrancó en 1906 con acero importado desde Nueva York.
La Revolución cambió la historia del monumento
Como ya se mencionó, la intención de Porfirio Díaz era conmemorar el centenario de la Independencia en 1910 con esta magna obra. Sin embargo, fue precisamente ese mismo año cuando estalló la Revolución para derrocarlo. La construcción se vio obstaculizada hasta que en 1912 se detuvo definitivamente cuando se retiraron los recursos destinados a la obra para encausarlos al combate contra los revolucionarios. Cuando el proyecto se detuvo, lo que se había edificado era la cúpula de lo que sería el palacio y apenas una parte de la estructura metálica del resto de la obra.
Tras su suspensión, el proyecto permaneció abandonado durante más de 20 años pese a los intentos de su autor intelectual por rescatarlo. Después de la Revolución, Émile Bénard propuso a Álvaro Obregón retomar la obra para concluirla. Sin embargo el caudillo fue asesinado en 1928 y el arquitecto falleció unos años después. En la década de los 30 el proyecto iba a ser demolido para construir un hotel, pero fue un arquitecto mexicano el que lo rescató y lo convirtió en lo que es hoy.
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El mausoleo de los revolucionarios
La obra iniciada por Porfirio Díaz pasó a la historia como un monumento a la revolución que lo derrocó gracias a Carlos Obregón Santacilla. El arquitecto propuso retomar la estructura y reinterpretar su significado, convirtiéndola en un símbolo de la revolución continua que vivía el país.
En 1933 se reanudó la construcción, ya solo contemplando en el el proyecto la cúpula con 4 pilares que simbolizan los fundamentos del México independiente y revolucionario: la Independencia, las leyes de Reforma, las leyes Agrarias y las clases Obreras. Un artista mexicano, el escultor Oliverio Martínez, se encargó de diseñar cada una de esas columnas.
El Monumento a la Revolución se inauguró en 1938 y contaba con un mirador público que cualquiera podía visitar de manera gratuita. Además, se convirtió en un mausoleo para los héroes más destacados de la Revolución Mexicana. Primero, en 1942, se trasladaron allí los restos de Venustiano Carranza. Luego, en 1960 y 1969, se llevaron también los de Francisco I. Madero y Plutarco Elías Calles, respectivamente. En 1970 falleció Lázaro Cárdenas y fue sepultado en el monumento. Y finalmente, en 1976 se sumaron también los restos de Francisco Villa.
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¿Qué encuentras hoy en el Monumento a la Revolución?
En 1970 el mirador púbico del Monumento a la Revolución fue cerrado. Pasaron 4 décadas sin que la obra sufriera mayores modificaciones, hasta 2009. En ese año, para conmemorar el centenario de la Revolución, que se celebraría en 2010, se remodeló la Plaza de la República. Actualmente es posible disfrutar de las fuentes que brotan desde el piso de la plaza que rodea al monumento y de su espectacular iluminación de colores.
Asimismo, se restauró el Museo Nacional de la Revolución, mismo que puede encontrarse en la planta baja del monumento. Ahí los visitantes pueden encontrar fotografías, documentos y piezas históricas que muestran el desarrollo de la Revolución Mexicana.
Por otro lado, el monumento cuenta con 2 miradores que ofrecen una espectacular vista de la ciudad. Uno se encuentra a casi 66 metros de altura, y el otro, en el punto más alto, a 80. Este espacio se conoce como “la linternilla”, y es donde se encuentra la cúpula. Para ascender se puede tomar un elevador de cristal, que hace más espectacular la experiencia.
Además, desde 2013 se realiza una actividad conocida como Amaneceres monumentales. Con previa cita, grupos de hasta 20 personas pueden subir a la cúpula del monumento a las 6 de la mañana para observar el amanecer de una forma única, La experiencia incluye también un recorrido por el museo.
Finalmente, si te da hambre después de tu recorrido, puedes pasar por el Café Adelita, donde podrás degustar alimentos y bebidas en un espacio adornado con temática revolucionaria.