Por ahí de 1872, se instaló en la Ciudad de México un singular circo encabezado por Edward Walter Orrin. Su familia era de origen inglés, pero llegaron a Nueva York a mediados del siglo XIX con la intención de buscar oportunidades en otros puntos del mundo.
Siempre se mantuvieron en movimiento para poder ganarse a distintos públicos, por lo que también se presentaron en diversos países sudamericanos. Cuando llegaron a México, utilizaron la Plaza del Seminario en el Centro Histórico como su primer sede. Tiempo después, ocuparon la Plaza de Santo Domingo.
Poco a poco los citadinos se fueron enamorando de la creatividad, ingenio y talento de sus artistas. En este espacio se contaban mágicas historias con ayuda de la pantomima, música y acrobacias. Esto definitivamente era un concepto nuevo en el país, por lo que rápidamente se volvió un punto concurrido de la capital.
Cada día se agotaban los boletos y más gente demandaba poder disfrutar de sus espectáculos. Necesitaban un espacio más grande para recibir a una mayor cantidad de personas, y lo encontraron justo en el corazón de la ciudad. El lugar era conocido como la Plaza Villamil, la cual posteriormente se convirtió en el Teatro Blanquita.
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La época de esplendor del Circo Orrin
Orrin sabía que debía hacer algo novedoso con su nuevo recinto. No solo tenía capacidad para más de dos mil personas, sino que también sería iluminado con luz eléctrica. Además, su estructura estaría hecha de hierro.
En este nuevo teatro se realizaban grandes producciones de ‘Aladino’, ‘La Cenicienta’, entre otros cuentos. También realizaban fascinantes puestas ‘acuáticas’, en donde con ayuda de una enorme piscina lograban simular un lago al interior del inmueble. El acto de Richard Bell, un famoso payaso inglés, también era de los favoritos del público y del entonces presidente, Porfirio Díaz.
El circo ganaba cada vez mayor popularidad por lo que decidieron aventurarse a irse de gira por todo el país. La primera mitad del año daban funciones en la capital y la segunda la utilizaban para presentarse en otros estados.
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Del medio del espectáculo al negocio de las bienes raíces
Los shows continuaban atrayendo a la gente y las entradas seguían vendiéndose como pan caliente. Orrin, con una enorme visión emprendedora, decidió invertir estas ganancias en otro negocio que consideraba lo beneficiaría económicamente a futuro.
A inicios del siglo XX, adquirió diversos terrenos al poniente de la ciudad. Cassius Lamm y Pedro Lascuráin hicieron lo mismo, y juntos decidieron fundar la hoy conocida colonia Roma. Se dice que fue nombrada así debido a que esa ciudad había sido la cuna del circo.
Además, como un último homenaje a su espectáculo, bautizaron las calles de ésta con los nombres de los lugares que formaban parte de su gira. Es por eso que las vías de esta colonia llevan el nombre de distintos estados y ciudades de México.
En 1907, el Circo Orrin estaba dando sus últimas funciones debido a que la familia decidió enfocarse en su nuevo negocio. A pesar de que nunca volvieron a abrir sus puertas, los capitalinos seguían recordando con gran cariño al show que cada noche le traía un poco de magia a la ciudad.
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