Cuando no hay espacios, o te los quitan, tienes que crearlos; eso lo saben bien quienes han sido excluidxs toda la vida. Muchxs de ellxs fueron habituales en los Hoyos Fonky que fueron resultado de la censura, la represión y la marginalidad hace algunas décadas en la CDMX.
Esta definición fue creada por Parménides García Saldaña, escritor mexicano. Perteneciente al movimiento de Literatura de la Onda; no existe otro término igual, es 100% chilango. Según el autor, se le ocurrió este nombre porque estos sitios tenían lo Funky, o sea el lado “hard”; rudo, más su aspecto “dirty” (sucio) y heavy (pa’l barrio pesado). Asimismo, lo concibió como un movimiento proletario. Pese a que cada tanto, Godínez de la época y chavos de diversos niveles sociales también se atrevían a sumergirse en su riesgo y clandestinidad.
Pero, ¿qué eran específicamente los hoyos fonky? Se trataba de, básicamente, cualquier espacio que pudiera transformarse en escenario, sitios donde podías escuchar música, echar chela y toque, todo en el mismo lugar. Los hoyos fonky son hijos de Avándaro y la mochería mexicana que perdura hasta nuestros días; la asistencia de aproximadamente 300 mil jóvenes al “Festival de Rock y Ruedas” fue duramente criticada por la alineadísima prensa de la época y el sector ultraconservador de la sociedad mexicana. La represión llegó y todos los espacios fueron cerrados para la juventud, sin embargo, la fiesta iba a continuar.
Buscando la originalidad
La respuesta a tanto susto y persecución fue resistir y, como sabemos, eso se logra por medio de la contracultura. Los toquines se organizaron en bodegas, terrenos o casas particulares de barrios populares y en la periferia de la ciudad. De acuerdo con Eric Zolov, autor de “Refried Elvis,The Rise of the Mexican Counterculture”; los hoyos fonkis se atascaban hasta con 20 mil personas. A la par de la música, alcohol y mota y las primeras monas de la historia circulaban libremente.
Mientras que al otro lado del mundo estaba el punk, de este lado; los hoyos se convirtieron en equivalentes a los ingleses The Roxy y The Vortex; que tampoco eran considerados sitios elegantes ni de “gente bien”. Acá surgió el rock rupestre con Rockdrigo González. También estaba el rock mexicano de Alex Lora, ya con el TRI. Esto a su vez dio paso al todo el movimiento Rupestre con artistas como Rafael Catana, Fausto Arrellín, Ricardo Castillo y Jaime López.
Este fue un periodo muy interesante para el rock en México. No sólo por el contexto de clandestinidad, sino porque los rockeros de la época, a diferencia de los anteriores, no cantaban covers; tampoco lo hacían en inglés; sus canciones eran en español y retrataban sus propias vivencias, encuentros y desencuentros en callejones, parques y avenidas de la urbe que solíamos conocer cómo D.F.
La fiesta se renueva
Los hoyos fonky cayeron desuso; al rock se le perdonó e incluso llegó hasta Siempre en domingo. A finales de los 80 e inicios de los 90 surgieron bares y foros como el Tutti Frutti, Rockotitlán, La Última Carcajada de la Cumbancha (LUCC) y el Multiforo Alicia; que este año cerrará definitivamente. Muy pronto lo clandestino serían los raves, con sus beats, extravagancia y sustancias.
Eso no quiere decir que la fiesta haya terminado; actualmente el perreo extremo y macizo contra el piso, a ritmo de reguetón y trap es lo de onda entre la chaviza. Lo más interesante es que el ciclo se repite y los millennials cada vez suenan más a los rancios boomers con sus sustos y quejas sobre la música y el look de lxs más jóvenes.
Otro aspecto importante es que, aunque los hoyos se han ido, la fiesta está incluso en las calles; basta acudir al centro histórico desde el viernes en la noche, hasta el domingo por la tarde para encontrar baile, fiesta y espectáculos de todo tipo. En lo musical encuentras desde blues, rock, hasta salsa y breakdance; mientras que también es posible ver shows de magia, de botargas, con mascotas y lo que se acumule. La onda es divertirse, aún en medio de la pandemia y la crudeza que muchas veces tiene una ciudad como esta.
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