Theo Jansen. Criaturas Fantásticas

Por: Caterina Morbiato

Cuando Theo Jansen se confesó responsable, no le creyeron. Tenía 30 años, una mandíbula prominente que ya entonces acentuaba su sonrisa locuaz y un puñado de ideas descabelladas anidaban en su cabeza: soltar un platillo volador repleto de helio en la campiña holandesa, por ejemplo, sólo para ver los efectos que la niebla y la luz creaban al reflectarse en él.«El disco apenas medía cuatro metros, pero la luz del cielo creaba distorsiones –recuerda Jansen, divertido–; la policía llegó a hablar de algo enorme: ¡un OVNI del mismo diámetro del reactor nuclear de la ciudad!».

Pero sembrar un OVNI en el cielo para asombrar a los incautos era sólo el inicio del juego. Con el tiempo, Theo Jansen perfeccionaría la técnica de amasar realidad con fantasía. Sus animales de playa, Strandbeest, son la versión más perfeccionada de esta manía: esculturas dinámicas capaces de caminar a la orilla del mar con soltura e independencia. Criaturas autómatas que, a partir de este mes, intentarán provocar en los habitantes de la Ciudad de México el mismo asombro que, en 1980, sintieron los campesinos holandeses al mirar el cielo.

No son sólo ejercicios virtuosos de mecánica fina: estos elegantes esqueletos de plástico pueden entenderse, además, como máquinas con capacidades orgánicas. Últimamente, su creador presume un sistema que les permite almacenar la energía: el viento es recolectado en botellas en forma de aire comprimido y transformado luego en movimiento.

Se trata, en efecto, de un proceso de metabolismo rudimental. «Uno de mis sueños es que las bestias puedan llegar a alimentar a los pequeños tubos y que de ellos nazcan otros animales – diceJansen con extrema tranquilidad, como si fuera un proceso natural y cotidiano–. Creo que es posible hacerlo…, sólo necesitaría unos cuantos millones de años».

Si pensamos que, en unas cuantas décadas, las Strandbeest han logrado evolucionar al grado de ser capaces de percibir su hábitat; quizás la idea de Theo Jansen no suene tan delirante. Si en un principio las tormentas dejaban hechas polvo a sus bestias, ahora las más evolucionadas no solo corren en la arena, también pueden sortear ciertos peligros: deciden anclarse en la arena cuando el aire sopla fuerte o evitar con cuida-do el agua marina.

Al pasear por las playas holandesas donde nació y creció, es inevitable que Theo recuerde su infancia. A sus casi 70 años, se niega a perder la curiosidad con la que de niño miraba el universo, como si estar vivo no fuera otra cosa sino un descubrimiento interminable.

«Se suele juzgar mi trabajo como si quisiera estafar a la gente o como un intento de incitarla a usar su imaginación –dice–. Cuando miro mis animales, me siento más sorprendido aun frente al hecho de que existimos. Espero, con mi trabajo, transmitir la misma sensación de asombro. Que la gente recuerde que la vida es algo especial que debemos cuidar atentamente».