Rojo

Por Roberto Marmolejo

Cuando uno va a presenciar una obra de teatro basada en la vida de un personaje histórico, corre el riesgo de toparse con diálogos acartonados, inverosímiles o demasiado didácticos. A menos que el autor sea tan ducho como para darle la vuelta a esa figura de la “vida real” y convertirla en un personaje de carne y hueso que camine, respire y transpire en escena como cualquier otro personaje de ficción. Ante esa paradoja y con habilidad, el dramaturgo y guionista John Logan “retrata” al pintor expresionista Mark Rothko (1903-1970) en Rojo y lo dota -inspirado en su carácter y leyenda- de una personalidad egomaniaca y obsesiva, tremendamente intelectual, que monologa sobre el arte, los artistas, el hombre civilizado yla vida con el pretexto de la presencia de Ken, su nuevo asistente y aprendiz.

Llena de referencias culturales -Freud, Jung, Shakespeare, Nietzsche- y nombres del ambiente cultural de la época (Nueva York, los años 50), John Logan -nominado al Óscar por el guión de Gladiator y ganador del Tony en 2010 por Rojo– esquiva la pedantez y el esnobismo y propone para la escena un personaje con dudas, miedos o ataques de ira y soberbia, pero también con pasión, ternura y generosidad. Con Ken como pivote, vemos a un artista en la cumbre de su carrera, buscar un sentido para él y para su obra.

Pero Ken también es el personaje que se contrapone a la rotundidad del gran maestro. Y conforme avanzan las escenas, irá creciendo hasta convertirse en el cuestionador del trabajo del pintor consagrado. Desafortunadamente, el novato Alfonso Dosal, que interpreta a Ken, no tiene todas sus armas actorales bien establecidas y el personaje le queda grande: apenas logra darle “unas pinceladas” al personaje secundario, pero no menos importante de Rojo.

Víctor Trujillo como Rothko es la gran sorpresa si entendemos que es un hombre que ha entrado en la actuación por puertas alternas: el doblaje, la conducción de TV y el cabaret. Si bien tampoco es un gran actor, el carisma de Víctor, su colmillo de comunicador y el oficio de Lorena Maza, la directora, le permiten bordar su personaje con gran eficacia: nos desconectamos de sus caracterizaciones televisivas y disfrutamos de su versión de Rothko, cálido, intenso, luminoso. Rojo.